Marchando una de carnavales!.
Cuando los carnavales se politizan o dependen de la decisión
de una cadena de televisión, dejan de ser carnavales para
convertirse en un acto programado con antelación por la
cadena de televisión. Un error que, al final, se paga muy
caro porque, sin duda alguna, va en desmerecimiento de los
propios carnavales.
Soy un seguidor de todo lo que huela a carnaval. Me encantan
los carnavales, y jamás me he perdido ninguno de los de
Cádiz o los de mí tierra, disfrutando con las letrillas
llenas de críticas, sátira y humor de los carnavaleros. Para
mí, personalmente y en persona, los carnavales son una
obsesión, por lo que disfruto viéndolos.
Y este año, viendo los carnavales de Cádiz, he sentido la
más grande las decepciones, puesto que todo parecido con un
auténtico carnaval es, como dicen en las películas “es pura
imaginación”. Por eso a las dos de la mañana, entre
aburrimiento y bostezos decidí irme a la cama y no aguantar
más aquello al que el personal le llama carnaval. Para
llorar
Los carnavales se tienen que caracterizar, para eso se
hacen, con las críticas correspondientes a las situaciones
que viven pueblos ciudades y el propio país. Y para asombro
de todos aquellos que amamos los carnavales, este año en
Cádiz no había nada que criticar. O sea, en este país
nuestro, no pasa nada y la vida es color de rosa y todos
somos felices y comeremos perdices. Manda…la cosa.
De seguir por ese camino y no tomar las medidas necesarias
por quienes correspondan, ojala me equivoque pero los
carnavales gaditanos van a tener que levantar la mano,
dirigiéndose al dios Momo y gritar aquello “Salve dios Momo,
los que van a desaparecer te saludan”.
Todo ello, como carnavalero, lo lamento en el fondo de mi
alma pero, desgraciadamente, es una verdad irrefutable. Los
carnavales deben seguir siendo los carnavales, sin tener que
intervenir, en los mimos, todos aquellos que sean ajenos a
ellos, pues con su intervención lo único que consiguen es
que los carnavales, cada día, sean menos carnavales, para
convertirlos en un espectáculo de canciones que nada tienen
que ver con el carnaval.
La programación, es la programación y a ella hay que
ajustarse, que para eso los anunciantes son los que pagan, y
el que paga exige y sin publicidad es muy difícil realizar
un programa, con más de ocho horas de duración. Y el que
paga, paga y cartucho al cañón. Y eso es lo que hay, que son
como lentejas, el que quiere las come y el que no las deja.
Así, como el que no quiere la cosa, después de cada
actuación, un alto en el camino para poner publicidad con
una duración de siete minutos por barba.
En tiempos pasados, cuando sólo se celebraban los carnavales
en Cádiz, los letritas, que los hay muy buenos, daban paso a
su inagotable imaginación, burlando la censura y realizando
críticas de donde no se podía.
Eso eran carnavales auténticos, que siguieron manteniéndose
con el paso del tiempo, hasta que llegó la politización de
los mismos. El carnaval a muerto ¡Viva el carnaval!.
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