Siempre hemos oído que cuando Estados Unidos se resfría
Europa estornuda. Pero en la actualidad bien podríamos decir
que cuando los países árabes se revuelven, una gran parte
del mundo tiembla. Y este temor es porque se parte de una
situación incontrolada, inesperada y con importantes
consecuencias económicas, por residir en ellos una gran
parte de las reservas de petróleo y de gas mundiales.
Aunque aceptemos un origen puramente político en estas
revueltas sociales, la reacción “humanitaria” va a tener un
componente necesariamente interesado. Lo que suceda en estos
países pone muy nerviosos a Estados Unidos y a la Unión
Europea, y esto, porque nuestro modo de vida se puede ver
alterado.
La rapidez de las noticias del día a día no dejan tiempo
casi a su análisis, y el gobierno, mal aconsejado por esta
coyuntura, actúa despavorido, sin ideas y con medidas tan
provisionales que rozan el esperpento. Ni ha habido ni hay
en estos últimos momentos de legislatura una tendencia
medianamente clara de adónde queremos ir y qué tenemos que
hacer para conseguirlo, aunque luego en las situaciones
coyunturales podamos afinar estas medidas de más largo
plazo. Dibujamos un escenario tragicómico en Europa
queriendo dar lecciones de no sabemos qué política y tampoco
a qué gobernantes.
Contagiados por esta situación se intentan dar explicaciones
a todo lo que acontece, y nos familiarizamos en pocos días
con conceptos abstractos como el diferencial de la deuda
española con el bono alemán o algo más tangible en
apariencia como la evolución del precio del barril de
petróleo. Vivimos obsesionados con las cifras del IPC, del
Euribor y de otros indicadores financieros. Le hemos dado en
nuestras sociedades tanto peso a la economía monetaria,
integrada, globalizada y occidental que nos sorprende que
una revuelta en cualquier país árabe pueda afectar a
millones de familias de los países más desarrollados.
Y todo, porque en la propia Economía hemos dejado de lado el
vínculo con lo real, con lo tangible. Hemos caído en el
pecado de la soberbia cuando hemos elaborado modelos
financieros, técnicamente perfectos, pero que nos han
alejado de la realidad.
Y ese fue el inicio de la crisis hipotecaria que se inició
en Estados Unidos en el 2007 y que se propagó rápidamente a
Europa. Fue una crisis originada por la concesión de unos
préstamos hipotecarios a particulares que no tenían un
respaldo REAL con el que hacer frente a su devolución y que
las entidades financiaron con emisión de títulos (vuelta al
alejamiento de la realidad). Estos títulos se fueron
transmitiendo al ser adquiridos por bancos, compañías de
seguros o fondos de inversión y los riesgos se fueron
extendiendo como si de una pandemia se tratara.
Desde la adopción del euro los países que integran el
eurosistema actúan en una forma conjunta. El alza de los
precios del petróleo eleva el IPC y obligará al Banco
Central Europeo, en un plazo más o menos corto, a corregir
estos incrementos (el objetivo es el 2% a medio plazo). Éste
pondrá en marcha todos sus mecanismos para reducirlo
elevando sus tipos de interés y esto puede poner en grave
peligro la recuperación de la eurozona, pero en especial la
de España. Una elevación de los tipos de interés
dificultaría la fluidez del crédito -de la liquidez- desde
los bancos a las familias y empresas, que con las subidas
del Euribor (principal referencia de los préstamos
hipotecarios) reduciría su consumo y las posibilidades de
crecimiento.
El panorama es complejo porque estamos inmersos en un
sistema que nos deja poco margen de maniobra cuando las
cosas van mal. La integración monetaria se ha conseguido más
que la política y esto lo vemos en la reacción de la Unión
Europea con el mundo árabe. España a corto plazo sólo puede
actuar sobre lo real y en la política se ha vuelto a dejar
de lado a Marruecos (por donde se debería haber empezado, y
no por Túnez –con mayor inestabilidad-). España debe
asegurar sus fronteras por seguridad económica y política.
Nuestro país tiene muchas burbujas, está inflado en muchos
sectores, y en sus precios, pero hay que reconocer que la
coyuntura ha cambiado. Se necesitan medidas ágiles y reales
que alienten el crecimiento. Ahora mismo hay que ser muy
competitivos, en especial en el Turismo del que tenemos una
gran infraestructura y que puede acoger todo el que se
desvíe de estos países, y para este verano. Esto es economía
real y a corto plazo.
Pero del turismo, si nos deja la coyuntura, hablaremos otro
día…
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