Mi reencuentro con un antiguo
alumno, me traslada a mis vivencias en el Centro donde,
durante unos años, compartimos aulas. Transcurría el curso
72-73 cuando yo me incorporé al entonces llamado “Convoy de
la Victoria”, (hoy llamado “Santiago Ramón y Cajal”)
Yo procedía de un colegio de Algeciras, donde fui destinado
después de ejercer la docencia en un centro escolar de
Barbate, en aquellos tiempos llamado Barbate de Franco, por
un período de cinco años.
En aquellos años, cuando hacíamos las oposiciones en nuestra
ciudad, si no teníamos “argumentos sólidos” para permanecer
en la misma, nos enviaban a Cádiz donde encontraríamos plaza
en algún lugar que fuese de nuestro agrado. Así fue mi
primer destino, que se puede sintetizar, como de una primera
experiencia muy grata, en “exilio involuntario”, porque
todos deseábamos quedarnos en nuestra ciudad.
Pero, superadas mis dos primeras experiencias, repito, muy
gratas, me veo en un nuevo centro, en mi ciudad, destino que
anhelamos muchos de nosotros, que habíamos participado en
esa diáspora por distintos centros de la península.
Una vez realizada la toma de posesión, me toca la
responsabilidad de ejercer mi docencia en un 8º curso de la
antigua Enseñanza Primaria, dando paso a la bienvenida
“Enseñanza General Básica”.
Mi reencontrado alumno me sintetiza, de la forma siguiente,
lo que era el Colegio: En nuestro caso, ese 8º Curso, mixto,
agrupado por alumnos y alumnas de edades y niveles
diferentes (daba la sensación que era un curso
“liquidación”). Yo, al colegio lo identificaba, en aquellos
momentos, como constituido por tres pilares básicos: Dª
Manolita, la Directora, el Sr. Ocaña, el eficaz Conserje y
el “muro de separación” para que no nos juntáramos con la
niñas. A todo ello, había que añadirle, que en las entradas
a clases, formábamos los cursos para cantar el “Cara al
sol”. Recuerdo de un compañero que siempre llegaba tarde a
clase, ya que, aprovechándose de “unos minutos de cortesía”
que siempre se daban, se libraba –decía él- de cantar el
“Cara al Sol”. Una buena estrategia.
Después de unos minutos de respiro, mi interlocutor, sigue
trasladándose a aquellos años, que él mismo recuerda
gratamente, aunque todo no era de color de rosas: Cuando no
nos sabíamos la lección, había que copiarla 50, 100, 200
veces… No ganábamos para papel. También eran frecuentes los
castigos físicos, en particular la palmeta, que era
“herramienta” de uso obligado entre los maestros. A veces,
de forma instintiva, retirábamos la mano. Pero no existía
piedad. De inmediato te decían “Ahora en forma de huevo”
(dedos juntos hacia arriba). De esta forma causaban mayor
dolor, en particular si no habías tenido la precaución de
contarte las uñas.
Es cierto que algunos maestros nos pasábamos, pero la
palmeta no era de uso general, ya que se utilizaban otras
“estrategias modificadoras de conductas”.
Viene a continuación, mi interlocutor, a añadir un nuevo
“pilar básico” de la estructura del Centro, omitido
anteriormente: La Sra. Petra, una experta cocinera, que nos
ofrecía dos platos y un postre que, generalmente, era arroz
con leche. Más de una vez escuché decir a sus nietos,
compañeros de aulas, que el Colegio era como “su casa” ya
que asistían diariamente a clases y, encima ayudaban todos a
su abuela, además de colaborar y participar todos en las
faenas propias del Comedor. También, como es lógico, comían
del mismo menú diario… además, para la hora del recreo
tenían que preparar la leche que, de forma “obligada” se
repartía a todos los alumnos y alumnas. Recordemos que la
leche –ayuda de los americanos- venía en sacos y había que
introducirla en una especie de “lavadora” para que no
saliera con grumos. Algunos, disimuladamente, no la bebían,
depositándola en el registro más cercano y con el riesgo de
ser visto por el maestro que nos controlaba. Pero aparte de
ser una experimentada cocinera, la Sra. Petra, tenía su
especialidad en el arroz con leche, que se podía considerar
su “plato estrella”.
Yo mismo llegué a aborrecer –continúa mi ex alumno- uno de
los platos habituales: “el arroz a la cubana” por aquello de
que era muy repetido: arroz hervido, tomate frito y el huevo
frito. Pero, cuando este plato formaba parte del menú
principal, se cambiaba el postre por “dulce de membrillo con
quesito en porciones”.
Continúa mi ex-alumno, haciendo uso de su privilegiada
memoria: Una compañera me contaba que era colaboradora del
comedor y decía que tenía “mucha suerte” por ello, porque
cuando en clase la tutora aplicaba un castigo colectivo,
consistente en prorrogar la jornada por la mañana, enseguida
se marchaba al comedor porque la comida no podía esperar,
pues se enfriaba; así que, mientras el resto de la clase se
quedaba en el aula, en cumplimiento de la sanción, ella
nunca la cumplía. Además contaba con el apoyo de la Sra.
Petra.
Pero, ¿dónde estaba el secreto del “arroz con leche” de la
Sra. Petra, que tanto gustaba a los comensales? La fórmula
fue un secreto, porque cuando ella dejó de actuar, al
producirse su muerte repentina, la sustituta, una chica
joven que formaba parte de “su equipo”, nunca consiguió
darle al arroz con leche “el punto” que ella le daba, a
pesar de utilizar los mismos ingredientes.
La página, sin pretenderlo, ha servido para rendir (con su
recuerdo y la feliz colaboración de mi ex-alumno) un justo
homenaje a la Sra. Petra, trabajadora de un Centro escolar
en unas condiciones de suma responsabilidad. Aparte de
cocinera, también, y siempre con su equipo de colaboradores,
sus nietos y otros familiares, se encargaba de la limpieza
del Colegio, sólo los fines de semana y cuando se producían
algunas “emergencias”. Todo ello con escasos recursos y, me
imagino, también escasa compensación económica. ¡Eran otros
tiempos!
|