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OPINIÓN - DOMINGO, 6 DE MARZO DE 2011

 

OPINIÓN / EL MAESTRO

El arroz con leche de la Sra. Petra
 


Andrés Gómez Fernández
andresgomez@elpueblodeceuta.com

 

Mi reencuentro con un antiguo alumno, me traslada a mis vivencias en el Centro donde, durante unos años, compartimos aulas. Transcurría el curso 72-73 cuando yo me incorporé al entonces llamado “Convoy de la Victoria”, (hoy llamado “Santiago Ramón y Cajal”)

Yo procedía de un colegio de Algeciras, donde fui destinado después de ejercer la docencia en un centro escolar de Barbate, en aquellos tiempos llamado Barbate de Franco, por un período de cinco años.

En aquellos años, cuando hacíamos las oposiciones en nuestra ciudad, si no teníamos “argumentos sólidos” para permanecer en la misma, nos enviaban a Cádiz donde encontraríamos plaza en algún lugar que fuese de nuestro agrado. Así fue mi primer destino, que se puede sintetizar, como de una primera experiencia muy grata, en “exilio involuntario”, porque todos deseábamos quedarnos en nuestra ciudad.

Pero, superadas mis dos primeras experiencias, repito, muy gratas, me veo en un nuevo centro, en mi ciudad, destino que anhelamos muchos de nosotros, que habíamos participado en esa diáspora por distintos centros de la península.

Una vez realizada la toma de posesión, me toca la responsabilidad de ejercer mi docencia en un 8º curso de la antigua Enseñanza Primaria, dando paso a la bienvenida “Enseñanza General Básica”.

Mi reencontrado alumno me sintetiza, de la forma siguiente, lo que era el Colegio: En nuestro caso, ese 8º Curso, mixto, agrupado por alumnos y alumnas de edades y niveles diferentes (daba la sensación que era un curso “liquidación”). Yo, al colegio lo identificaba, en aquellos momentos, como constituido por tres pilares básicos: Dª Manolita, la Directora, el Sr. Ocaña, el eficaz Conserje y el “muro de separación” para que no nos juntáramos con la niñas. A todo ello, había que añadirle, que en las entradas a clases, formábamos los cursos para cantar el “Cara al sol”. Recuerdo de un compañero que siempre llegaba tarde a clase, ya que, aprovechándose de “unos minutos de cortesía” que siempre se daban, se libraba –decía él- de cantar el “Cara al Sol”. Una buena estrategia.

Después de unos minutos de respiro, mi interlocutor, sigue trasladándose a aquellos años, que él mismo recuerda gratamente, aunque todo no era de color de rosas: Cuando no nos sabíamos la lección, había que copiarla 50, 100, 200 veces… No ganábamos para papel. También eran frecuentes los castigos físicos, en particular la palmeta, que era “herramienta” de uso obligado entre los maestros. A veces, de forma instintiva, retirábamos la mano. Pero no existía piedad. De inmediato te decían “Ahora en forma de huevo” (dedos juntos hacia arriba). De esta forma causaban mayor dolor, en particular si no habías tenido la precaución de contarte las uñas.

Es cierto que algunos maestros nos pasábamos, pero la palmeta no era de uso general, ya que se utilizaban otras “estrategias modificadoras de conductas”.

Viene a continuación, mi interlocutor, a añadir un nuevo “pilar básico” de la estructura del Centro, omitido anteriormente: La Sra. Petra, una experta cocinera, que nos ofrecía dos platos y un postre que, generalmente, era arroz con leche. Más de una vez escuché decir a sus nietos, compañeros de aulas, que el Colegio era como “su casa” ya que asistían diariamente a clases y, encima ayudaban todos a su abuela, además de colaborar y participar todos en las faenas propias del Comedor. También, como es lógico, comían del mismo menú diario… además, para la hora del recreo tenían que preparar la leche que, de forma “obligada” se repartía a todos los alumnos y alumnas. Recordemos que la leche –ayuda de los americanos- venía en sacos y había que introducirla en una especie de “lavadora” para que no saliera con grumos. Algunos, disimuladamente, no la bebían, depositándola en el registro más cercano y con el riesgo de ser visto por el maestro que nos controlaba. Pero aparte de ser una experimentada cocinera, la Sra. Petra, tenía su especialidad en el arroz con leche, que se podía considerar su “plato estrella”.

Yo mismo llegué a aborrecer –continúa mi ex alumno- uno de los platos habituales: “el arroz a la cubana” por aquello de que era muy repetido: arroz hervido, tomate frito y el huevo frito. Pero, cuando este plato formaba parte del menú principal, se cambiaba el postre por “dulce de membrillo con quesito en porciones”.

Continúa mi ex-alumno, haciendo uso de su privilegiada memoria: Una compañera me contaba que era colaboradora del comedor y decía que tenía “mucha suerte” por ello, porque cuando en clase la tutora aplicaba un castigo colectivo, consistente en prorrogar la jornada por la mañana, enseguida se marchaba al comedor porque la comida no podía esperar, pues se enfriaba; así que, mientras el resto de la clase se quedaba en el aula, en cumplimiento de la sanción, ella nunca la cumplía. Además contaba con el apoyo de la Sra. Petra.

Pero, ¿dónde estaba el secreto del “arroz con leche” de la Sra. Petra, que tanto gustaba a los comensales? La fórmula fue un secreto, porque cuando ella dejó de actuar, al producirse su muerte repentina, la sustituta, una chica joven que formaba parte de “su equipo”, nunca consiguió darle al arroz con leche “el punto” que ella le daba, a pesar de utilizar los mismos ingredientes.

La página, sin pretenderlo, ha servido para rendir (con su recuerdo y la feliz colaboración de mi ex-alumno) un justo homenaje a la Sra. Petra, trabajadora de un Centro escolar en unas condiciones de suma responsabilidad. Aparte de cocinera, también, y siempre con su equipo de colaboradores, sus nietos y otros familiares, se encargaba de la limpieza del Colegio, sólo los fines de semana y cuando se producían algunas “emergencias”. Todo ello con escasos recursos y, me imagino, también escasa compensación económica. ¡Eran otros tiempos!
 

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