Leer el Quijote, a pesar de que
uno se lo pasa en grande, gozando de los hechos que en él se
cuentan, es un ejercicio de voluntad; no en vano se trata de
la lectura de un clásico, quizá el mejor; pero, por serlo,
exige el sacrificio de no cansarse ante la cantidad de
páginas escritas por Cervantes. Uno, por más que dé
motivo a ser tachado de lo que viniere al caso, no tiene el
menor reparo en decir que se ha leído ya, en tres ocasiones,
la obra de don Miguel. Y también no pocos ensayos referidos
a la figura del hidalgo manchego.
De entre los ensayos leídos al respecto, entresaco lo
siguiente: “Don Quijote se considera a sí mismo un caballero
andante pero evidentemente debería escuchar de vez en cuando
la opinión de quienes le rodean y medir el impacto social
que tienen sus discutibles “hazañas”. Si no lo hace es
porque está loco, es decir, porque se ha convertido en
irresponsable. Por supuesto, asumir los propios actos y ser
capaz de justificarlos ante los demás no implica renunciar
siempre a la opinión propia para doblegarse ante la
mayoritaria. La persona responsable tiene que estar también
dispuesta a aceptar, tras haber expuesto sus razones y no
haber logrado persuadir al resto de los socios, el coste en
censuras o marginación que suponga su discrepancia. Las
palabras de Sócrates en el diálogo platónico Critón,
cuando se niega a huir de la cárcel y prefiere arrostrar la
condena a muerte sin abdicar de sus ideas, constituyen el
clásico de esta actitud de suprema madurez cívica”.
En esta ciudad, estamos leyendo, desde hace años, aunque con
mayor virulencia en los últimos tiempos, opiniones de mucha
irresponsabilidad por parte de varias personas
pertenecientes a unas siglas que parecen haber pactado hacer
todo lo posible para que se resienta la convivencia.
Los irresponsables pueden ser de muchos tipos. He aquí,
pues, dos clases de ellos, que, aunque no mencione sus
nombres, seguramente ustedes sabrán quienes son al primer
golpe de vista. Cuando a estas personas se les recuerda su
trayectoria política, sobre todo al sindicalista,
innombrable, jamás reconocen sus fracasos, y, por tanto, no
se consideran responsables de sus malas acciones. Es más,
siempre acaban buscando excusas para eludir sus
responsabilidades.
Otra forma de irresponsabilidad es el fanatismo. El fanático
se niega a dar ningún tipo de explicaciones: predica su
verdad y no condesciende a más razonamientos. Está
convencido, sin duda, de que él encarna el camino recto, y
los que le discuten solamente pueden hacerlo movidos por
bajas pasiones y sucios intereses, o cegados por algún
demonio que no les deja ver la luz.
Los fanáticos tampoco se tienen por responsables ante sus
conciudadanos, a quienes miran por encima del hombro y, en
cuanto pueden, y pueden casi siempre, tratan de zaherirlos
porque no aceptan que estos, cuando llega la hora de acudir
a las urnas, sean capaces de hacerle una higa en toda regla.
El fanático principal de Caballas, que es un sindicalista,
innombrable, se cree un ser superior. Un ser con una misión
trascendental que cumplir… Y, pensando así, no duda en hacer
lo que le place para hacerse notar: miente, insulta,
tergiversa los hechos, y llama ignorantes a quienes no le
votan: casi todo un pueblo. Un pueblo que está hasta los…
dídimos de él.
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