El globalizado mundo tiene hambre
de libertad y se subleva contra las medidas de represión. La
rabia del pueblo, cuando ve que sus gobernantes son
corruptos a más no poder, o que sus vocabularios y obras son
dictatoriales, estalla por las calles del planeta y parece
que se contagia la revolución. Esta situación no tiene otro
desencadenante que los problemas de la miseria y la ausencia
de liberaciones. Todos necesitamos ser dueños de nuestra
propia vida y reencontrarnos con la vida que nos pertenece o
que deseamos sobrellevar. Oriente y Occidente no deben
interferirse, pero sí ayudarse. El Norte y el Sur tampoco
debe interceptarse, pero sí socorrerse. Desde luego, medio
orbe precisa una mayor democracia, no de gestos, sino de
conciencia, de actitudes. Y el otro medio, requiere de una
mayor generosidad humana. La especie se salva en su
conjunto, no en solitario. Innumerables seres humanos están
deseosos de un crecimiento humano en libertad, buscan y
rebuscan sentirse personas respetadas y respetables, ansían
que el imperio de la ley les proteja más allá de las
palabras y de las intenciones, y no hallan el hábitat que se
pregona. Otra buena parte de seres humanos nada en la
abundancia y tampoco encuentra la manera de compartir. La
necedad siempre ha sido la madre de todos los males.
¡Lo qué cuesta ordenar la vida! Y parecía que lo habíamos
descubierto todo. Por lo pronto, resulta intolerable que
personas sin escrúpulos gobiernen naciones, que millares de
personas inocentes sufran la crueldad de estos animales con
sillón en plaza, y que la comunidad internacional no mueva
ficha, o tarde en moverla, manteniéndose al margen de unos
hechos que nos degeneran por sí mismos. No se puede
consentir la vulneración de derechos humanos. ¡Jamás!.
Debemos asumir la responsabilidad de proteger al hambriento
de libertades y, cuando sea preciso, debemos actuar en
consecuencia, en todo caso, más pronto que tarde. Aunque es
verdad que tampoco es libre el que se ríe de sus esclavos,
porque le dominan sus maldades, estamos ante una oportunidad
excepcional de mostrar respeto y comprensión hacia los
movimientos en favor de una mayor democracia en los países
árabes.
En cualquier caso, no se debe intentar curar el mal por
medio del mal, aunque la ansiada libertad se haya convertido
en un privilegio de algunos. Ahora bien, acomodarse a los
privilegiados tampoco es de recibo, cada uno precisa
respirar por sí mismo. También los pueblos necesitan aspirar
por sí mismos, sentirse libres y liberados. Nadie puede
gobernar asfixiando la tribu, por mucho ejército y armas que
posea. La libertad no se defiende sembrando pánico y mucho
menos matando. Tampoco se puede reprimir el derecho de las
personas a elegir cómo quieren ser gobernadas y quién debe
gobernarlas. El mayor poder deben ostentarlo los pueblos.
Cierto. El mundo de las liberaciones debería llegar a esa
legión de pobres que transitan cada día por los basureros
para tomar los desperdicios y así poder sobrevivir.
Asimismo, el mundo de las liberaciones debería llegar a esa
legión de prisioneros esclavos de las autoridades corruptas.
Igualmente, el mundo de las liberaciones debería llegar a
esa legión de personas que jamás han conocido los principios
y las auténticas prácticas de la democracia. Con tantas
cárceles impuestas por el mundo de los privilegiados, la voz
de los que debieran tener voz, es decir, la voz de los
marginados, ni se escucha, ni tampoco se oye. Resulta
complicado, pues, poder ser libre para vivir sin miseria,
cuando hay tantos lagartos vestidos de señores que impiden
que la libertad pueda ser respirada.
Una libertad, que por otra parte, se precisa para poder
convivir en dignidad. La convivencia es otra de las grandes
asignaturas pendientes. Se precisan gobiernos que mejoren su
gobernanza, a base de respeto a los principios del Estado de
derecho, capaces de integrar y no excluir. La
responsabilidad de proteger estos valores humanos tiene que
ser una acción colectiva y una reacción fraternizada. La
violencia no conduce a ninguna parte, sólo al odio y la
venganza. Los gobiernos que se obtienen con intimidación
solamente se pueden mantener con más intimidación. Hoy más
que nunca necesitamos libertades para unirnos y reunirnos,
tomar el tiempo necesario para comprender a otras culturas,
no en vano, como dice un proverbio africano: la unión en el
rebaño obliga al león a acostarse con hambre.
Mal, muy mal, será conducirse hacia una visión del buen
vivir globalizado, cuando los moradores del planeta están
hambrientos de libertad, por mucha sed de convivencia que
nos injertemos en vena. Lo que hace falta es, sin dilación
alguna, ampliar en verdad los derechos, libertades,
oportunidades y potencialidades de los pueblos, y de las
gentes de esos pueblos. Esto, evidentemente, significa que
han de transformarse las naciones hacia la plurinacionalidad,
y sus gobiernos han de fortalecer la interculturalidad con
la participación ciudadana. En cualquier caso, no se puede
vivir sin convivir. Por consiguiente, el ejercicio de la
ciudadanía incluye derechos pero también responsabilidades,
lo que implica, educar con un estilo que estimule trabajar
en sociedad, donde se interesen más los unos por los otros.
La realidad no es literatura. Cada día son mayores el número
de refugiados que llaman a la puerta de la solidaridad del
mundo, en parte nos demandan rehacer su vida destruida y no
debemos mirar hacia otro lado. Primer deber nuestro, el de
la acogida; para su primer derecho, el de la vida digna.
|