La primera vez que yo hablé con
Mohamed Alí, creo que fue para entrevistarle. Y ya ha
llovido desde entonces. Me contó que procedía de una familia
humilde, que se había sacrificado muchísimo para que él
pudiera hacer la carrera de abogado. Y me dijo que la había
terminado con honores.
Cuando le pregunté por el éxito que había obtenido en las
urnas, comprendí perfectamente que estaba ante una persona
educada, preparada, y rebosante de ilusiones. También con la
cabeza repleta de deseos que trataban de salir a la
superficie sin orden ni concierto. En suma: la mente de
Mohamed Alí estaba llena de ideas que adolecían de falta de
control y que comenzaban a ser víctimas de su impaciencia
por alcanzar cuanto antes la meta que se había propuesto.
De sus palabras, rápidamente deduje que la figura del
presidente de la Ciudad se le había atragantado. Que en vez
de celebrar su éxito en las urnas, como líder de la UDCE, lo
que hacía es martirizarse pensando en que Juan Vivas
había obtenido una mayoría aplastante, al frente de una
derecha rancia, cuyos militantes tenían todas las trazas de
ser cavernícolas.
En aquel momento, le recordé que los partidos estaban
necesitados de militancia. Y que la militancia, una vez
conseguida, no se alimentaba solamente de discursos. Y que
él estaba viviendo un momento espléndido por la fuerza que
le proporcionaba ser el jefe de la oposición. Su respuesta,
más o menos, fue que había llegado a la política para
convertirse en el principal valedor de la izquierda en esta
ciudad.
Entonces, dije para mis adentros: vaya, he aquí un hombre
dispuesto a hacer prevalecer sus ideales por encima de
cuestiones materiales. Y a partir de ese momento mantuve un
interés especial en seguirle los pasos. Tuve mucha suerte,
claro que sí; porque el líder de la UDCE salía todos los
días en este medio. Y me fui empapando de lo que pensaba en
cada momento.
Pronto, quizá jugando con la ventaja de haber descubierto,
años atrás, que en la cabeza de Alí reinaba la anarquía,
comprendí que estaba ante un político que si bien había
obtenido el éxito con facilidad, principiaba a dar muestras
de no merecerlo. Aunque sabiendo que es mucho más difícil
merecer los éxitos que obtenerlos, tampoco opiné de él
severamente. Y además, por qué no decirlo, me cae la mar de
bien. Sentimiento al que él ayuda con el buen trato que
siempre me ha venido dispensando.
Para mantener el éxito se requiere disciplina y trabajo. La
disciplina de Mohamed Alí, como político principal de un
partido muy importante en Ceuta, no ha existido. Alí ha sido
un hombre que nunca ha sabido realmente lo que hacer con el
poder que le otorga estar al frente de la segunda fuerza más
votada en una ciudad donde la convivencia no sólo es
necesaria, sino que es vital por razones obvias. Y él viene
jugando con fuego.
A Mohamed Alí, desgraciadamente, el éxito le ha apartado de
su camino. Al margen de las camballadas que haya podido dar
en esa búsqueda de pactos, el desvarío de este hombre se
produjo cuando tuvo la desgraciada idea de aceptar una
alianza con el PSPC. Con el único fin de formar pareja con
otro sujeto que odia a Vivas más que él. El rencor es tóxico
y perdedor.
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