El miércoles pasado, mientras
esperaba la llegada de alguien con quien suelo reunirme un
día a la semana, para comer, hablar, y contarnos batallitas
que nos hacen mucho bien a ambos, estuve un rato pegando la
hebra con un tipo tan preparado cual amable. Y muy enterado
de los entresijos y secretos de la política local. Y mira
por dónde salió a relucir el nombre de políticos de otras
épocas. Y me contó que no hace mucho estuvo hablando con
Francisco Fraiz. Precisamente de cuestiones políticas, y
según mi interlocutor, dedujo de sus palabras que Fraiz está
convencido de que todavía sigue teniendo tirón político en
Ceuta.
Mi respuesta fue que FF hace muy bien pensando en que ejerce
todavía mucha atracción entre los vecinos de esta ciudad.
Que a ciertas edades es conveniente vivir ilusionado con
deseos que, aun a sabiendas de que son imposibles
realizarlos, nos ayuden a hacernos la vida más grata. Quien
dialogaba conmigo no dudó en pedir mi opinión acerca de
aquel Fraiz que, en la década de los ochenta y primeros años
de la siguiente, transitaba la calle con marchosería,
sintiéndose garrido y brioso, pero a su vez convencido de
que para ganar la alcaldía estaba obligado a frecuentar
personas con las que jamás habría compartido ni saludo. Y no
tuve el menor inconveniente en describírselo, así por
encima.
Mira, Fulano, cuando llegaba la campaña electoral, Fraiz era
capaz, por obtener un voto, de hacer de todo. Pero de todo.
Era el político que más abrazos, besos, achuchones,
apretones de manos, tableteos en las espaldas, y demás
zarandajas relacionadas con esa actitud tan falsa cual
extendida entre los políticos.
Yo he visto a Fraiz, en tiempo electoral, rebajarse hasta
extremos insospechados con tal de ganarse la voluntad de
quienes se aprovechaban de la ocasión para, entre bromas y
veras, decirle de todo menos bonito en la barra de un bar,
en una discoteca, o en cualquier otro establecimiento. Eso
sí, tomaba nota de las personas que se hubieran atrevido a
pasarse de la raya, y pobre de ellas, créeme, si en algún
momento tenían que depender de la voluntad de Francisco
Fraiz, como alcalde, para solucionar el menor problema.
Francisco Fraiz, una vez que conseguía su objetivo, es
decir, cuando lograba los votos suficientes para poder
gobernar, se convertía en otra persona bien distinta. Tan
distinta como para sacar a relucir su carácter variable,
atrabiliario y tonante. Una forma de ser que afirmaba en
cuanto se sentaba en el sillón de la alcaldía.
A partir de ahí, todo lo que hacía iba ya encaminado a
mostrarle a los habitantes de esta tierra que su autoridad
era infinita. Y se arrogaba facultades en sus funciones, que
no tenía. Y, claro está, la ley le quitaba la razón a la par
que sentenciaba en su contra. Así le pasó con Aurelio
Puya y, luego, cuando tuvo que cederle los trastos a
Basilio Fernández en Progreso y Futuro de Ceuta. Entre
otros casos. Ahí me paré. Pues no había leído aún las
declaraciones de Fraiz.
FF está en su derecho a criticar negativamente al actual
alcalde. A llamarle advenedizo y acusarle de abrazar farolas
con tal de conseguir votos. Pero debería ser más cuidadoso.
Pues su pasado, como alcalde, está repleto de malas
decisiones: cierre de periódico, trifulcas en los plenos,
desmayos, intervenciones policiales, etcétera. Alejandro
Curiel sería el más indicado para aportar datos.
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