El hombre lleva ya varios días que
tarda mucho en dormirse. Y, cuando le toca levantarse, está
quebrantadísimo. Los días que está bajo de tono, y débil
físicamente, sus preocupaciones aumentan y se le agigantan
las dificultades, por lo menos en la aprensión. Ahora está
pasando por una mala racha; una de las peores de su
existencia; nada que ver con el último disgusto personal.
Que cree superado. Bueno, hay cosas que tardan mucho tiempo
en olvidarse.
Su malestar es indefinido. Es una mezcla de falta de
confianza en lo que está haciendo, actualmente, y miedo,
mucho miedo, a no salir elegido concejal. Ya que sería una
nueva derrota en su carrera política. Aunque la más
dolorosa, debido a lo mucho que viene arriesgando y, sobre
todo, porque hay veces que se asquea de sí mismo. Ya que el
hombre, por más que intente quitárselo de la cabeza,
recuerda perfectamente lo que decía, años atrás, de las
personas con las que ahora anda a partir un piñón.
El hombre no sabe lo motivos porque los ceutíes se irritan
con él; y se pregunta si será que carece de don de gentes, o
será que no le conocen lo suficiente, por más que lleve
muchos años siendo la persona que más se aprovecha de los
medios de difusión para explicar cuanto sabe, lo mucho que
vale… Y, de paso, para hablar de vendidos, de persecuciones,
de ladrones de baja estofa. Y cuanto más se empeña en
destacar, denigrando a los demás, y aseverando que vive en
un pueblo donde los ignorantes son legión, peor le van las
cosas. Por culpa de su expresión pedante y rebuscada y su
terquedad fanática.
El hombre se ha dado cuenta, ya era hora, de que le han
perdido el respeto. Que se ha convertido en el muñeco idóneo
para que jueguen con él al abejorro, personas que antes no
se atrevían ni siquiera a mencionar su nombre. Personas que
le están dando un tratamiento cachondeable. En algunos
casos, lo insultan hasta con faltas de ortografías. ¡Qué
horror! No me extraña, pues, que tarde en dormirse. Y que
luego le cueste lo indecible echarse abajo de la cama,
porque no puede ni con su alma. Lo comprendo.
Lo que le está ocurriendo a este hombre, tan arrogante él,
tan metido en su papel de protector de los más débiles, tan
convencido de que esta tierra lo necesita en todos los
sentidos, puede ocasionarle perjuicios impensables. Y temo
por él. Por su salud y por la de quienes estén a su vera.
Pues me imagino que hay que tener muchos dídimos para poder
aguantar el carácter de este hombre. Siempre agriado.
Siempre irritado. Siempre lamentándose de cómo es posible
que los vecinos le tengan tanta tirria como para vengarse
luego de él en las urnas.
Dado que yo presentía -después de haberle dedicado muchos
comentarios- que este hombre acabaría sumido en un mar de
confusiones, un día, de hace nada, decidí anunciar que jamás
volvería a mencionar el nombre del hombre de quien escribo.
Y mi trabajo me cuesta. Porque este hombre, tan propenso a
creerse que es un estadista, desaprovechado en una España
manejada por mediocres, estaba perdiendo la chaveta y
propiciando, sin duda alguna, ser presa fácil de cualquiera…
Y, desde luego, porque me había cansado de recibir quejas de
quienes me achacaban repetirme en las críticas a un
sindicalista al que, según decían, estaba dándole una
importancia de la cual carecía. Y ahora qué… Hay listos por
doquier. Perdón por el pareado
|