Quedan dos meses y días para que
se celebren las elecciones municipales. Así que los
políticos gozan aún de mucho tiempo para seguir insultándose
a tutiplén. Diciéndose impropios. Como si en esta ciudad no
supiéramos la vida y milagros de todos ellos.
Gracias a la belicosidad con que se viene mostrando
Mohamed Alí, tras echarse en los brazos del iluminado
que le ha cambiado el paso y le ha llenado la cabeza de
pajaritos, estamos asistiendo a un intercambio de agravios
que nos recuerdan a los tiempos peores. Es decir, cuando la
democracia era incipiente y las grescas entre políticos
requerían a cada paso la intervención policial.
De momento, la batalla dialéctica, preñada de ira por parte
de los dirigentes de los partidos aliados, o sea, UDCE y
PSPC, está sirviendo para distraer al personal. Y, sobre
todo, para que los medios vayan mostrando su línea
editorial. Clara, como el agua clara, la de algunos, y
realmente hipócrita y taimada, la de otros. Y en su derecho
están de mostrarnos sus intenciones. Faltaría más.
Lo cual no es nuevo; pues, aunque me toque redoblar el
tambor, ya lo hicieron cuando el GIL decidió conquistar
Ceuta con el siguiente lema: “Seremos pocos a la hora de
repartir lo mucho que nos vamos a llevar de las arcas
municipales”. A propósito del GIL: no entiendo por qué
muchas de las personas que se afiliaron a ese partido,
ocuparon cargos, o simplemente se dedicaron a hacer
proselitismo de sus siglas, de manera vehemente, nunca han
dejado de avergonzarse de las decisiones que tomaron en su
día, cuando el ‘gilismo’ cotizaba en bolsa.
Dichosos ellos, además, que tuvieron la oportunidad de
acceder a empleos estupendos –que aún conservan- y… qué
decir de los medios que recibían las informaciones y las
opiniones escritas, por parte de la plana mayor del GIL,
para que se publicaran, a cambio de cobrar lo estipulado,
cuanto antes.
Inconcebible, por tanto, que ahora, cuando alguien se dirige
a esas personas, tachándolas de haber formado parte de una
especie de secta, las tales personas se arruguen; se
encojan; muden de color; y en vez de reconocer que lo
hicieron porque sí, porque creyeron que era lo mejor para la
ciudad en aquella época, agachan la cabeza, evidenciando
cobardía culpable. Y propician, por supuesto, que los
adversarios se crezcan y sigan metiendo el dedo en la llaga
en un pasado político del que ellos reniegan.
Y, lo peor de todo, cuando se habla del GIL, es que da la
impresión de que vino a la ciudad porque un día Jesús Gil
se echó abajo de la cama y dijo para sus adentros: “Mañana,
sin falta, presento mi partido en Ceuta”. Y esa mentira, ya
no cuela. En puridad, nunca coló. Y quienes hicieron posible
la llegada de semejante engendro de partido, en vez de
negarlo, bien harían en aprender de la respuesta que suele
dar el presidente de la Ciudad, al respecto. Y que me dio a
mí en su momento, en una entrevista: “La llegada del GIL
hizo posible que el Gobierno, presidido por Aznar, se
percatara de que aquello sucedió por el abandono a que había
sido sometida esta ciudad”. Con esa respuesta, quienes
fueron heraldos del GIL, y recorrieron las calles gritando
sus bondades, quedarían mucho mejor que negando su
pertenencia a unas siglas, aclamadas entonces, por los
mismos medios, hipócritas y taimados, que siguen enredando
la vida pública de Ceuta.
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