Es lo más débil que me sale en
estos momentos, pocos días después de escribir sobre el
brote, ojalá que cogido a tiempo, de esta enfermedad, en la
presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid.
Lo que pensaba entonces y lo que
deseaba, lo pienso y lo deseo ahora, para con Esperanza
Aguirre, porque ya es bastante con esa maldición, convertida
en enfermedad, que tienen que estar soportando, día y noche,
muchas personas.
Y ese día, ya decía yo que,
conocía, por tener en mi propia familia un caso, lo que eso
significa, para lo que “las esperanzas” de solución,
entonces, eran mínimas, y ahora ya inexistentes.
Yo había escrito esa columna, el
martes por la tarde, para que saliera el jueves. Entonces,
el martes, podíamos estar pensando, dentro de mi familia,
que podría llegar el milagro, era lo único que, como
creyentes, nos quedaba.
El tiempo ese de espera para el
milagro fue muy corto, porque el miércoles a las nueve y
media de la noche, la esposa de mi único hermano fallecía,
tras unos 15 meses de padecimientos, de pasar semanas y
semanas en hospitales, de soportar docenas de sesiones de
“quimio” y de “radio”, y de ver, desde el cero al infinito,
todos los estratos que uno quiera, pasando de un buen
optimismo a la decepción y ..., así una vez y otra, sin
parar.
No me gusta, creo que es la
primera vez que lo hago, escribir de mi entorno, pero si,
con motivo del cáncer de Esperanza Aguirre, saqué a colación
una experiencia y un problema propio, haría muy mal no haber
abordado esto, como lo estoy abordando ahora, por haberse
producido el fallecimiento, a las pocas horas de yo escribir
sobre esta circunstancia.
Y esto que, afortunadamente, en
muchas ocasiones, se soluciona, en todas las que, por
desgracia, terminan fatalmente, que son la mayor parte, no
hay que achacarlo a los médicos de nuestras tierras que
están trabajando al máximo con lo que la Ciencia ha puesto,
hasta hoy, en sus manos.
Y tampoco hay que achacar estos
elevados números, procentualmente hablando, de los que
fallecen, frente a los que se salvan, a las instalaciones
hospitalarias.
Todo es mejorable, es cierto, pero
las instalaciones, los centros hospitalarios que nosotros
hemos tenido que visitar, ahora, en repetidas ocasiones,
tanto en Salamanca, como en Ávila o en Madrid los podemos
considerar de “primera división”. Así como suena, aunque no
haya habido la salvación que deseábamos.
Es posible que ninguna de todas
ellas tenga, en esta materia, la fama de ciertos centros de
EEUU o de algunos otros países pero, de principio a fin, dan
la talla y cumplen a la perfección, especialmente en cuanto
a profesionalidad y saber el terreno que pisan. El final
..., ya lo hemos dicho, la Ciencia llega a donde llega.
Ahora, aquí y en todo el mundo, el
reto, especialmente para esta enfermedad, que lleva muchas
décadas sin poder ser atajada, de verdad, está en que la
Ciencia llegue hasta el final, y aunque en épocas de crisis,
más vale dar un paso seguro en esto que estar ocupados en
todo tipo de armamentos, cuanto más sofisticadas mejor.
Odio las armas y mucho más la
enfermedad del cáncer, ese “bichito” de forma de diablo al
que diría, “maldito eres, maldita sea la madre que te
parió”. No hubiera podido reprimirme y dejar oculta esta
expresión. Es lo que pienso.
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