El corazón de La Manzana del Revellín es una plaza, y la
plaza está situada a su vez en el corazón de la ciudad. Este
espacio, obra como los edificios que lo rodean de Álvaro
Siza, busca ser un lugar de encuentro y de paso y ha
comenzado a abrirse a la ciudad y a los ciudadanos, que se
asuman a ella expectantes y empiezan a hacerla suya. Las
visiones que ofrecen son todas interesantes, desde la del
niño que nada más entrar en ella corre como no puede hacerlo
en muchos lugares de la ciudad y juguetea con el agua de la
fuente, a la de la señora mayor que acorta distancias en
dirección a Correos. A la mayoría, le parece bonita.
Al arquitecto Álvaro Siza le gustaría ver cómo la plaza que
ha creado en el corazón de la ciudad se hace, día a día,
“permeable” al tránsito de los ciudadanos. Siza ha creado
esa plaza y las dos más pequeñas que se sitúan en otras
tantas esquinas del complejo cultural, para que sean “un
espacio de encuentro, un espacio en el que se encuentren las
personas desde las calles de su periferia”. Así lo ha dejado
dicho en muchas ocasiones, incluido -con las palabras antes
citadas-, el día de la inauguración.
El deseo de Siza, el objetivo de su arquitectura en Ceuta,
con la que ha diseñado “no un edificio o un grupo de
edificios, sino un espacio justo en el centro de la ciudad”,
habrá de cumplirse poco a poco, pues muchas son aún las
personas que, llevadas por la costumbre de una década,
continúan rodeando la plaza como si todavía estuvieran
puestas las vallas de obra que en esos años han mantenido La
Manzana encerrada en sí misma.
No obstante, y a pesar de la fuerza de la costumbre, desde
el minuto cero, en las primeras horas del soleado viernes
25, ceutíes de todas las edades comenzaron a asomarse a este
nuevo espacio, que durante una década de obras ha
permanecido encerrado en sí mismo, cercado con vallas que lo
convertían en algo desconocido y que obligaban a rodearlo
por calles aledañas sin poder acortar distancias.
“Es un espacio diferente, contrasta”. “Es como un sitio
resguardado. No te molesta ni el levante ni el poniente”.
“Un sitio bonito para quedar con los amigos”. Con estas
palabras la describían José Luis y Mercedes, una pareja de
jubilados que estuvieron entre los primeros paseantes.
Dos mujeres, amigas de mediana edad que entraban por la
esquina del Ceuta Center discrepaban en sus opiniones. A
Mari Carmen le parece “un búnker”. “Me choca un poco...”,
decía, mientras su amiga, a la que le gusta la plaza creada
por Siza, apuntaba que “lo nuevo siempre choca” y opinaba
que hace falta “una comprensión del espacio, tener tiempo”
para pensar en lo que significa esta nueva arquitectura en
Ceuta.
Alejandra y Javier eran por su parte también de los primeros
niños que entraban en la plaza. “Es la primera vez que lo
ven; está hecho para que corran”, decía su padre, Javier,
mientras los pequeños hacían eso..., corretear por el amplio
espacio sin obstáculos y acercarse a la fuente para tocar el
agua.
Respecto a si la plaza está o no demasiado vacía, como les
parece a algunos por contraste con un parque clásico, Javier
lo tiene claro: “También se dice que San Amaro estaba mejor
porque los niños corrían más, ahora le han puesto más cosas
y no pueden correr tanto. El caso es quejarse”.
La respuesta más unánime es la de Carlos, Evaristo, Alfredo,
Miguel y José, un grupo de muchachos de entre 15 y 16 años,
alumnos del ‘San Agustín’. También era la primera vez que
entraban en La Manzana: “Es enorme”, “soleada”, “está muy
bien”, “es arquitectura moderna”, “tiene un estilo muy
bonito”, “hacía falta”. Alguno de ellos iba un poco más
lejos y reflexionaba acerca del valor del complejo cultural,
señalando la importancia de que haya “seguridad” para
evitar, advertían, que se pinten grafitis. En definitiva,
los adolescentes aseguraban sentirse muy a gusto y
anunciaban que será un lugar del que disfrutará a menudo.
Juana Trinidad, una mujer de 77 años, cruzaba en dirección a
la plaza de España con su carrito de la compra. Llevaba un
dibujo de su vestido de carnaval, pues se define como
“carnavalera de pro”. “Ha quedado divino, ¡fíjate qué bien
para ir a Correos!”, exclamaba. Aunque el conjunto de
blancos edificios le parece “muy bonito”, Juana opinaba,
señalando con el dedo la imponente figura del Auditorio, que
haría falta “algo que dijera lo que es cada cosa”.
Lo que falta, de hecho son algunos bancos, que irán
colocados en los soportales del edificio que discurre en
paralelo a la calle Padilla. También se colocarán papeleras,
todos elementos sometidos a la supervisión del arquitecto,
que ha pedido que se quite de la plaza un cartel que indica
la ubicación del aparcamiento subterráneo. Todo es
importante para Siza, su arquitectura, tan sencilla en
apariencia, es fruto de mil pequeñas elecciones y detalles
ocultos, como trucos de magia que esconden lo superfluo para
que lo importante, la escala, los volúmenes, la piedra, el
color, brillen. Uno de los cambios que se percibirán en
breve será la retirada de unos árboles colocados en la
jardinera de la esquina del Revellín con Padilla. Son
iguales a los que se colocaron en esta última calle y de
ellos Siza dijo, con la ironía que caracteriza algunos de
sus comentarios, que tenían la copa “al revés”. A él le
gustan los que dan sombra, aunque para esa jardinera ha
optado por que se adorne con arbustos, a ser posible, sin
flor. En la plazoleta frente a Telefónica habrá otra fuente,
también diseñada por él, en forma de herradura.
Poco antes de abandonar la ciudad tras la inauguración del
Auditorio y la plaza, el arquitecto Avelino Silva, quien
durante los últimos años ha colaborado con Siza en la
dirección de la obra y que supervisaba algunos detalles de
última hora junto a él, señalaba otra cosa que aún falta en
este espacio público: un local comercial de restauración con
una terraza que le proporcione más vida.
Por la plaza cruzaban también el primer día, en diferentes
momentos, los consejeros Kissy Chandiramani y Guillermo
Martínez. Este último, cuya consejería ha estado
especialmente implicada en el proyecto a través de Procesa y
que tiene su despacho en el Ceuta Center, afirmaba que va a
cruzar la plaza “casi todos los días”.
Por la noche, cuando el lugar gana en recogimiento, Antonio
paseaba con su mujer Encarna. Según contaba, ha trabajado
seis años en las obras y considera que “ha quedado muy
bien”. “A medida que se despejaba -para la inauguración-, me
iba sorprendiendo gratamente”, manifestaba, para agregar que
“es cierto que la gente no está acostumbrada a pasar por
aquí, algunas veces lo intentaban y les decíamos que no
podían pasar, así que costará un poco que se den cuanta de
que está abierta”. “Es un gran espacio libre, sin coches”,
concluía Antonio.
Algunas mascotas disfrutaban a su manera de la plaza el
sábado. Jesús, dueño de un pequeño perrito blanco, un Bichón
Maltés, le daba “cuerda” al ver sus ganas de correr en
dirección a otro can de su tamaño.
Unos chavales sentados en el gran banco de piedra que el
arquitecto se ha encargado también de proyectar aportaban
otra visión del espacio: “Es una plaza sin vecinos”, decían.
De ahí una de las sensaciones que embargan al paseante, la
de calma en el corazón de la bulliciosa ciudad.
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