A lo largo de los últimos meses he seguido con especial
interés las opiniones que sobre el Auditorio de Siza se han
hecho públicas en la ciudad de Ceuta. No es mi deseo ocupar
esta privilegiada tribuna para contradecir ninguna, más
cuando han quedado registradas muchas de ellas sobre papel
prensa o en soporte sonoro para que las hemerotecas nos
dejen retratados a todos en este punto.
Mi opinión es clara y la vuelvo a reiterar: Siza es un
genio, y la Manzana una gran obra. Todas las opiniones son
respetables, pero algunas incitan a la pena por el léxico.
Un léxico vulgar, pobre, insultante y unidireccional hasta
el aburrimiento.
Como periodista me he implicado sobre este asunto ante
ustedes con la mejor de las intenciones. Una minoría ha
respondido insultando al autor, y no sus argumentos, y otra
parte, me consta, ha actuado con criterios propios de
aprobación o crítica en los términos educados de los que
hacen gala. En mi tierra vasca solemos decir que “sólo se
tira piedras al árbol que da frutos”, para añadir, también,
que “El sabio, como el manzano, cuanto más cargado más
bajo”. Metáforas que dedico a Alvaro Siza, entre algunos
otros.
Hoy es un día grande para Ceuta. Algunos no quieren
participar en él, y espero que no se lo devuelvan con la
misma moneda más adelante. Nunca es agradable restar a lo
bestia.
Por mi parte quiero invitarles a compartir una fábula que me
enseñaron en mi infancia y que encuentro escrita como la
transcribo. Sobre ella dijeron que en realidad era un
cuento, incluso de autor desconocido. Es la siguiente:
Un abuelo y su nieto emprendieron un viaje y se hicieron
acompañar por un jumento que les hiciera más liviano el
recorrido. El niño iba sobre el burro y el abuelo caminaba
al lado del animal. Cuando pasaron por un pueblo, los
lugareños comenzaron a exclamar:
-¡Qué vergüenza! ¡Lo que hay que ver! El pobre anciano debe
ir a pie, mientras el niño lo hace sobre el burro. ¡Es
inadmisible!
Ante tales comentarios decidieron que el abuelo fuera sobre
el burro y el niño a pie.
Pasaron por otro pueblo y los habitantes del mismo, al
verlos pasar, dijeron:
-¡Qué falta de caridad! ¡Es inexcusable! El hombre
cómodamente viajando sobre el burro y el niñito va a pie. El
abuelo y el niño optaron por subirse al burro y al pasar por
una aldea, los aldeanos empezaron a increparles:
- ¡Sois unas malas personas! ¡Qué crueldad! ¡Pobre burro!
¡Los dos subidos sobre él! ¡Mereceríais que os diéramos una
paliza!
Entonces el abuelo y el nieto decidieron caminar junto al
animal, sin montarlo. A pasar por otro pueblo, la gente se
burló de ellos:
-¡Qué par de tontos! ¡Vaya bobos! ¡Tienen un burro y van a
pie! Son estúpidos donde los haya.
Mientras los tres seguían impasibles su camino, el anciano
le dijo al muchacho:
-Querido nieto, ¡ojalá las personas fueran tan fieles y
bondadosas como ese animal que nos acompaña! Pero saca de
esto una lección para tu vida: siempre habrá gente
desaprensiva que nos criticará.
Somos así, qué le vamos a hacer. Si ustedes me preguntasen
cuál sería mi opinión sobre tan poliédrico asunto les diría
con sorna que no hicieran caso a lo que escriban
determinados periodistas, ya que lo que más les gustaría
sería primero matar al burro, después que al abuelo le
entrase de inmediato alzheimer y que el niño se perdiese
junto a un barranco.
Disfruten de sus opiniones libres y serenas. Compartan con
los discrepantes un futuro común sobre una obra
arquitectónica única y ayuden al burro, al abuelo y al niño.
Pero por favor, que los asesinos de burros no les arrebaten
el sueño por poco más de un euro.
|