En un artículo publicado hace unos
años en la revista Vogue mi maridísimo Erik el Belga daba su
opinión sobre el concepto “lujo” y para ello se remontaba a
los años sesenta, cuando uno de sus coleccionistas le
solicitaba insistentemente “Vírgenes sonrientes”. Y son
raras, pero las hay, góticas, maravillosas y con una sombra
de sonrisa en los rostros alabastrinos. Además, las sagradas
imágenes, debían transmitir “el mensaje” en clave de místico
esoterismo. Para mi anciano y sabio esposo, figurándose al
coleccionista en oración ante su Virgen, “el lujo supremo es
tener a una Virgen que sonríe y que sonría tan solo para
ti”.
Pero esta escribidora no aspira, por humildad, a
experiencias tan enormemente sublimes para una creyente y no
obstante, el pasado sábado, experimenté un acercamiento al
concepto de “lujo supremo”. En Ceuta, en una mañana soleada
, tomando un café en la terracita del bar que está en la
Plaza de España, a la vera de Correos. Las palomas hacían
sus abluciones en la fuente, yo ante un café perfumado por
el azahar que está rompiendo en estos días en los naranjos.
Y del naranjo bajo el que estaba sentada me caían pétalos de
azahares, Federico habría merecido estar allí, me refiero a
“nuestro” Federico, el de todos al de “Entre Viznar y
Alfacar, mataron a un ruiseñor, porque quería cantar”,
porque lo hubiera disfrutado y lo hubiera “vivido” ya saben
“sintiéndolo”. Y encima le hubiera invitado al café, porque
estaba esperando agoniosamente el giro que me envía mi hijo,
el futuro juez, que por preparar cuatro temas se da unos
aires que parece que ya ha llegado al Constitucional. Mi
hijo me controla mucho pero con todo y con eso, estaba
firmemente dispuesta a pagarle un café a García Lorca, de
haber estado allí.
También estaba dispuesta a dejarle entrar conmigo a la
flamante y pulquérrima oficina de Correos (no se dice
pulcrísima sino pulquérrima, por mor de complicar el idioma)
y enseñarle entrando, a mano derecha y mirando hacia el
techo, una enorme humedad que no sé si es humedad o es un
fenómeno paranormal tipo las Caras de Bélmez , puede que el
manchurrón tenga algún tipo de significado oculto y no lo
reparen por respeto. Y de respeto se debe tratar porque,
hace unas semanas, cuando las lluvias, caía una certera
gotera del techo y allí, como se puede comer en el suelo y
son puntillosos, habían colocado una bayeta amarilla de
Vileda, limpia como los chorros del oro y encima una caja de
plástico con el emblema de Correos de esas donde se echan
las cartas para que el agua cayera allí y no ensuciara. Pura
España Cañí-ecológica siglo XXI. Por mucho que, el edificio
esté mal ventilado y pida a gritos un purificador de aire y
un dispensador de ozono para no ser calificado de “edificio
enfermo” por alguno del partido de los Verdes, dispuesto a
ahorrarle virus y bacterias al personal que atiende los
mostradores y que no merece enfermar porque son todos
eficaces y amabilísimos.
Pero lo importante era el momento anterior y los pétalos de
azahar bañándose en mi café. Un auténtico lujo supremo. Por
mucho que, un poco más tarde al entrar a echar un vistazo en
una librería, me encontrara al Gato Carracao trasteando
entre las libretas con aires de conspirador. Examinaba las
libretas, luego las carpetas, más tarde empezó a enredar con
subrayadores y lápices, me acerqué, no como periodista, sino
para enterarme de lo que estaba haciendo “Gato ¿Por qué
estás comprando material escolar?” Me dirigió una mala
mirada “Porque quiero” y siguió a lo suyo que era revolver
los cuadernos y mirarlos con detenimiento “Gato ¿Para qué
quieres dos libretas, dos subrayadores y lápices? Si quieres
me puedes regalar un par de pilots, a mí no me importa” El
político fingió ignorarme “No te regalo nada y respeta mi
intimidad” Yo a lo mío “Oye ¿Qué…?” me cortó “Empiezo a
estudiar dariya y las libretas son para los deberes” ¿Dariya?
Me dio envidia “Pues de paso te pasas por Correos y miras al
techo, que ha surgido una cara, pero no es de Bélmez, es de
Alfonso Guerra, así que ya tenéis los socialistas donde ir
en peregrinación a poner velas” ¿Ven? “Eso” ya despertó su
interés, arrampló con su material escolar y se fue sin
despedirse. A sentarse, fijo, a tomar café en la terracita
de la plaza, porque los gatos son muy sensibles a los
perfumes y por allí te embriagas con el azahar y te dan
ganas de quedarte y disfrutar del lujo supremo.
Que no es un poltergeist con el rostro intuido de Alfonso
Guerra en la gotera del techo de Correos, entrando a la
derecha, sino una soleada mañana de febrero bajo un naranjo
de la Plaza de España, respirando la bendición de Dios y que
ese respirar y ese solecito cálido te traigan el recuerdo de
Federico. Y el lujo supremo es latir con ese “darse cuenta”.
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