Lo he escrito en más de una
ocasión, pero tampoco tengo inconveniente en repetirme:
cuando yo llegué a Ceuta, meses después del 23-F, las
fuerzas vivas de la ciudad me admitieron en El Rincón donde
ellas se reunían casi todos los días y fiestas de guardar.
El Rincón, para quienes no lo sepan, era una esquina de la
barra de la cafetería del Hotel Parador La Muralla. A ese
rincón, sitio estratégico del establecimiento, solían acudir
las personas más influyentes o representativas de Ceuta.
La presencia del juez decano era casi diaria; tampoco
faltaban a su cita el alcalde; ni el delegado del Gobierno;
ni los políticos más encopetados; ni los empresarios de
éxito; ni los profesores ni funcionarios más destacados; ni
el comandante general; ni militares de alta graduación; ni
mandos de la Policía; ni abogados de moda; y, por supuesto,
cualquiera que aspirase a ocupar un sitio preferente en la
ciudad
En ese sitio, para estar y ser bien visto había que guardar
unas normas, y, desde luego, había que pagar a escote las
consumiciones que eran muchas y costaban el ojo de una cara.
De no ser así, difícilmente se podía pertenecer a esa zona
considerada noble en la cafetería del hotel más lujoso y
representativo de la ciudad. Y aun así, créanme, a muchas
personas les era imposible acceder a ella
Al frente de aquella tertulia estaba Eduardo Hernández
Lobillo. Quien tenía una facilidad pasmosa para atraer
la atención de las ya nombradas fuerzas vivas, que gustaban
de charlar con él de todo lo habido y por haber. En esa
tertulia fui yo testigo de conversaciones sobre asuntos que
tenían su intríngulis. Los que, por pudor, nunca me he
atrevido a contar. Algunos eran de mucha importancia y ni
siquiera el paso de los años les ha quitado un ápice de
interés. Así que me limitaré a recordar la siguiente
anécdota, debido a que estamos viviendo unos días donde no
se deja de opinar sobre todo lo relacionado con el 23-F. A
pesar de que han transcurrido treinta años.
Cuando se hablaba en el Rincón de la todavía reciente
invasión de Tejero al Congreso de los Diputados, se
mencionaba inmediatamente a Manuel Gutiérrez Mellado.
Y hablaban de él, quienes lo trataron en el año de 1975, de
manera elogiosa en todos los sentidos. Tras el intento de
golpe de Estado, y debido al valor demostrado por el militar
y político, al levantarse de su escaño para pedirle
explicaciones a Tejero, por allanar la sede parlamentaria,
se contaba lo siguiente del que era comandante general y
delegado del Gobierno de Ceuta.
Estaba el general, que lo era de división en ese tiempo,
tomando café en la barra de la cafetería, vestido de
paisano, cuando parte de la tripulación de un mercante
extranjero discutía en voz alta hasta que dos de los
marineros llegaron a las manos. Desgraciadamente, tropezaron
con el general y éste rodó por los suelos. Pronto apareció
la Policía Militar dispuesta a todo. Pero don Manuel, con la
tranquilidad de los grandes hombres, puso orden y serenó el
ambiente. Cuentan que se dejó decir: “Estos hombres no saben
que el que ha besado el suelo es general ni tampoco creo que
deban saberlo”. Demostrando que era hombre valiente frente a
bravucones poderosos. Y comprensivo con la debilidad de los
brutos. El general sabía muy bien que uno se merece lo que
tolera.
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