La categoría y la importancia de una ciudad se mide por una
serie de parámetros, con especial incidencia en la
existencia de un adecuado patrimonio histórico, artístico,
arquitectónico, ecológico y cultural. Al igual que una obra
de Picasso (guste o no guste el tipo de pintura, porque
estamos quienes preferimos la pintura religiosa antigua, con
insistencia en los maestros flamencos, otros a los maestros
impresionistas, Renoir, Manet, Monet, Degas, aquellos a
l´aduanier Rousseau con su naif exquisito y todas las chicas
románticas las deliciosas escenas de Sir Lawrence Alma-Tadema
o los victorianos ingleses) sigo con lo mío, al igual que
cualquier obra picassiana, sea cual sea el periodo y la
técnica, oleo, dibujo, aguafuerte, grabado o cerámica,
supone el “capolavoro” que dirían los italianinis para
denominar lo que nosotros denominamos “obra maestra” de
cualquier colección de arte, haciéndola destacar y
enriqueciéndola por su extraordinaria relevancia, así el
patrimonio arquitectónico de una ciudad es punto de
referencia para determinar la categoría y el nivel cultural
y artístico de la misma.
Cierto es que “sobre gustos no hay nada escrito” y que, las
preferencias estéticas forman parte irrenunciable del
intelecto y de la sensibilidad de cada cual, pero sobre
valor patrimonial sí está escrito y se escribe diariamente
sobre “absolutamente todo” por parte de críticos de arte,
tasadores, expertos, estudiosos, historiadores e incluso,
desde el l ´art avant-garde, el vanguardismo, por galeristas
y cazadores de tendencias. El arte en general es evaluable y
definible en este siglo XXI, se encuentra en continua
evolución y los críticos y los expertos, ponen el listón
cada vez más alto y dan mayor relevancia a la firma de “las
obras de autor”.
Nada ni nadie, en ningún periodo de la Historia, ha logrado
frenar la evolución del arte ni la aparición de nuevas
expresiones artísticas que conllevan, lógicamente, nuevas
concepciones estéticas y estilos diferentes. Y aunque esta
apreciación es básica y bastante elemental, la considero
necesaria porque, la irritación de los seguidores de las
tendencias y de los amantes del arte, ante las críticas
catetas a la obra arquitectónica de la manzana del Revellín,
es evidente y es palpable.
En cualquier ciudad del mundo, cuando un arquitecto que ha
recibido el equivalente al Nóbel de la arquitectura, firma
una obra y la ejecuta, el contento por “poseer” uno de los
denominados “edificios singulares” siguiendo la estela de
Norman Foster o de Calatrava, el júbilo de los amantes del
arte de esa ciudad es común. Porque su patrimonio se
enriquece y se apuesta por un valor seguro de cara a la
relevancia de la urbe en cuanto a manifestaciones culturales
y artísticas. Se habla de “libertad” dentro del arte, pero
nada más lejano a la realidad. El del arte es uno de los
mercados más rígidos del mundo. Y con reglas más estrictas.
Lo digo tras haber estudiado temas de arte y patrimonio
durante más de veinticinco años, espiando las tasaciones de
las grandes subastas, atendiendo opiniones de expertos y
observando las fluctuaciones del mercado, con especial
incidencia en la labor de los marchantes. Es por eso por lo
que me parece de infinito mal gusto la crítica negativa y
los intentos de “ridiculización” de obras de arte
contemporáneo de auténtica relevancia, como el edificio de
la manzana.
Y más aún por parte de personas que, ni saben de la cultura
del arte, ni la entienden porque no la han estudiado, ni han
seguido jamás las tendencias, ni tienen repajolera idea de
lo que supone el enriquecimiento patrimonial de una ciudad
desde una visión cosmopolita y abierta. La diferencia entre
el “tonto útil” y el “tonto inútil” es que, el primero,
respeta lo que no entiende y comprende que puede estar
equivocado, el inútil critica ácidamente lo que escapa de su
entendimiento, desde un prisma cateto e ignorante,
rechazando lo que no comprende.
Es similar a la apreciación, ante una obra de Miró, de la
cazurra que comenta “¿Y eso es arte?¡Eso lo hace mi niño!”
Si señora, pues que su niño lo hubiera hecho e inventado un
nuevo prisma en la pintura y usted , su niño y la vecina,
estarían ahora mismo estudiando las cotizaciones de
Sotheby´s New York a ver cuanto se metían en la faltriquera
con la venta del “manchurrón del nene”.
Si la vocalización de la ignorancia y más aún cuando se hace
ante un micrófono causa generalmente vergüenza ajena, la
crítica insistente nos hace repescar del recuerdo escenas de
las películas de Alfredo Landa, en plan celtiberia-show. La
directora de un medio de comunicación chillando ante el
micrófono “Vamoavé la manzana nos ha costado riñón y medio a
los ceutíes” y “Nació podrida y morirá podrida”. Pero, digo
yo, que como la “podredumbre” arquitectónica está firmada
por un premio nobel de arquitectura, en lugar de emplear a
un jefe de obra normal, el arquitecto habrá llevado para
repellar lo “podrido” poco menos que al personaje literario
“Sinuhé el Egipcio” que embalsamaba los cadáveres de los
faraones, les quitaba la podredumbre y diseñaba primorosas
momias. ¿Qué dice la “experta” que huele a podrido desde el
Hacho? Bueno, obviando la gravedad penal de las acusaciones,
eso será porque, el embalsamador, no se habrá echado
desodorante, o porque el arquitecto aún estará sudado de
tanto firmar autógrafos cuando le otorgan premios
internacionales.
“¡Queremos las cuentas!” Bramaba la “experta en arte”. “Ahí
están” alegaba tímidamente un propio. “¡No, esas no, las
otras, lo que realmente ha costado!” ¿Y donde están las
“otras cuentas”? ¿Será algún tipo de jeroglífico con clave
para llegar al secreto? ¿Dónde las esconderá arteramente el
gobierno?.
Mis fuentes periodístico-culturales me lo chivan en clave
artística “¿Usted conoce la serie de grabados de Picasso
llamados “Los papeles de Son Armadans” realizados en
colaboración con Camilo José Cela que ponía los textos?”
Digo que sí la conozco, mi comadre Carmina Maceín veraneaba
con Picasso y los Vilató y le llamaba “tío Pablo” y ella me
ha desasnado en la materia. “¿Usted ha visto que uno de los
grabados representan a dos mujeres haciéndose la pedicura?”
Le digo al chivato que sí lo he visto y mi fuente me
susurra: “Pues mire con una lupa en el coño de la que se
hace la pedicura porque ahí está la clave esotérica para
encontrar los ‘papeles’ de lo que realmente ha costado la
manzana”, resulta complicado pero culturalmente muy fino.
Tendrá razón la fuente. Ya sabe lo que hacer la
exterminadora de tendencias arquitectónicas, pillarse una
lupa y buscar los grabados. Y callarse, porque alguien puede
estar oyendo sus vulgaridades y pensar que Ceuta es el
escenario idóneo para hacer películas tipo Alfredo Landa
años setenta y que aquí no vivimos la cultura sino que
vivimos una apoteosis del landismo.
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