Decía un político ayer, o
anteayer, qué más da, que el 23-F se ha convertido en la
principal referencia para los españoles en la misma medida
que lo es el asesinato de John Fitzgerald Kennedy
para los estadounidenses. Y puede que lleve razón. Aunque
convendría aclarar que semejante referencia es válida
solamente para las personas que vivieron aquel intento de
golpe de Estado sabiendo lo que nos esperaba en caso de que
los golpistas se hubiesen salido con la suya, por haber
pasado antes por el mal trance de una dictadura.
Por lo tanto, entre quienes no estaban entonces en edad de
percatarse de lo que significaba esa invasión militar en el
Congreso de los Diputados, por más que le hablen del asunto,
siempre prevalecerá lo mismo: recordarán que el suceso les
evitó tener que ir a la escuela, como a los niños de nuestra
posguerra nos ocurría, y con regocijo, cuando Franco
visitaba nuestro pueblo o pasaba por la carretera que lo
circundaba camino de cualquier parte donde hubiera caza o
pesca en abundancia y un rico dispuesto a ofrecerle su
latifundio.
Por cierto, de la visita de Franco a mi pueblo de
nacimiento, recuerdo yo que se alojó en la casa de
Fernando A. de Terry, a escasos metros del penal que
había ganado fama de ser el más duro y seguro de España, a
pesar de las fugas sucedidas a lo largo de su existencia.
Durante esa visita, se cuenta que el Caudillo de España se
despertó bruscamente una noche al oír ¡centinela alerta! El
grito llegó a sus oídos estremecido por el viento huracanado
de levante y repetido de garita en garita en la extensa
superficie que el penal ocupaba. De modo que nada más
echarse abajo de la cama, le preguntó al anfitrión si era la
Guardia Civil la encargada de mantener la vigilancia del
recinto penitenciario, llamado la Victoria. Y al enterarse
de que los vigilantes eran soldados de reemplazo, montó en
cólera y pocos días después fueron relevados por miembros de
la Benemérita.
A lo que iba, y perdonen ustedes la digresión, desde hace
unos días, como cada año, la pregunta de los medios,
dirigidas a personajes de la vida cultural, social y
política española, es dónde estaba usted el 23-F, qué hacía
y qué recuerda de aquellos momentos…
Y las respuestas, lógicamente, van acompañadas de anécdotas
y comentarios muy distintos. Y cada cual arrimando el ascua
a su sardina. De entre ellos, le oí decir lo siguiente a un
político destacado, cuando se alabó el valor demostrado por
Adolfo Suárez y Gutiérrez Mellado ante la
presencia intimidatoria del teniente coronel Tejero
Molina, pistola en mano… “Yo creo que valientes fuimos
todos los diputados al no enfrentarnos a los guardias para
evitar un baño de sangre”.
La contestación me pareció correcta. Pero creo, aun con el
paso de los años, que no era necesario provocar pero mucho
menos esconderse debajo de los asientos, como hicieron no
pocos padres de la patria. Dando muestras de un miedo cerval
a un teniente coronel ridículo y que parecía un personaje
salido de cualquier historia relatada por el mejor Valle-Inclán.
Menos mal que la firme actuación del rey don Juan Carlos
salvaría a España de semejante mamarrachada. Eso sí,
efectuadas las consiguientes detenciones, aún creemos que
gran parte de la trama ha quedado oculta.
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