Para más del 50% de los que
vivimos hoy, aquello ya es pura prehistoria, para el resto,
especialmente para los de mi generación, fueron unas horas
de gran tensión y de una desilusión especial, por cuanto
todos los esfuerzos de miles y miles de personas, que habían
arriesgado, incluso, su propia libertad, se iba esfumando,
por momentos.
Los tiempos, entre bastidores, estaban muy revueltos,
especialmente porque la casta política que miraba, como
siempre, para unos objetivos distintos a los que marcaba la
realidad, iba buscando su lugar, iba tratando de situarse y
no se daba cuenta de que, quienes realmente tenían el poder,
los militares, no miraban, precisamente, en aquella misma
dirección.
Meses atrás había habido más de un aviso, la propia dimisión
de Suárez y alguna de sus crípticas frases daban la
impresión de que no se podía “jugar”, como los más torpes
del país, aunque listos para sus intereses, los políticos,
querían estar jugando con algo que, entonces, era sagrado,
aunque ahora esté devaluado: la unidad y el mantenimiento de
unos valores inamovibles.
El 23 F de 1981 pasará a la historia como un instante
comprometido, como un punto de partida, que nos ha llevado a
nuestro mundo de hoy, pero que nos pudo haber hecho
retroceder a mediados de siglo.
Estos días, volvemos a ver ciertas imágenes que aterraron a
todo el país, pero esas imágenes, no lo olvidemos, fueron,
tan sólo, la punta del iceberg de todo lo que se cocía en
muchos cuarteles.
Tejero, su tricornio y su pistola, no eran más que la imagen
del descontento, de la insatisfacción por lo que venía
sucediendo, desde hacía muchos meses. Pero Tejero, el
iluminado de turno, no estaba solo y no era la principal
cabeza de aquel desatino.
Lo que ocurrió es que fue el más intransigente, fue el que
menos tranquilidad tuvo y el que quiso “hacer la guerra por
su cuenta”. Al final, afortunadamente, su impaciencia le
perdió y el “golpe” terminó en una “simple intentona”. Mejor
fue así.
Pero fue un serio aviso y un aviso al que más de uno le
prestó toda su atención para no seguir jugando, en adelante,
con juguetes peligrosos, especialmente con los valores
tradicionales e intocables, en aquel momento.
Después de aquello, para muchos había sido una carnavalada
más de nuestra historia, cada uno buscó su camino, pero un
camino muy distinto al que venía buscando en aquellos meses.
Después de aquello, tras unas horas de tanques en las
calles, especialmente en Valencia, los que tenían que estar
en los cuarteles se volvieron a su sitio y unos cuantos
fueron los que pagaron por su “traición” a lo más sagrado de
la patria.
Hoy, a treinta años vista, uno no puede por menos de
recordar aquellas horas angustiosas del secuestro de todos
nuestros legítimos representantes y de unas horas en las
que, “interiormente”, los subsecretarios “se constituyeron
en Gobierno”.
De aquello se salió, Núñez Feijoo creo que era el que estaba
votando cuando entró Tejero en el Palacio de la Carrera de
San Jerónimo, y ha pasado a nuestra historia como el hombre
que dejó su voto a medias por haberse interrumpido una
sesión que era legal.
Hoy, en Ceuta, en mi pueblo o en la propia Carrera de San
Jerónimo, más de uno dirá, sobre las seis de la tarde:” el
esfuerzo corrió peligro, pero no se perdió todo”.
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