Comenzaremos hoy hablando de los
aviones.
Los aviones son esas máquinas con alas que vuelan ¿no?
Ya sabemos que antes de subir a un avión se han de hacer
muchas cosas.
Primero vas a una agencia de viajes, o en el mostrador de la
compañía aérea, para comprar tu billete de vuelo. Ya sabemos
que hay otras formas de comprar ese billete.
También por Internet, aunque de esa forma puede que te
quedes sin billete y sin dinero, pero éste es otro tema.
El vuelo sale a las 8 de la mañana y no tienes más remedio
que levantarte a las 5 de la madrugada, ya que además la
empleada de la agencia te ha dicho que debes estar una hora
antes en el mostrador de facturación de la compañía aérea.
Te pasas la noche sin pegar ojo y cuando ya estás entrando
en el verdadero sueño, ¡zas! El despertador comienza a
gritar. El primer susto del día.
Arreglado y con el equipaje sales a la calle para coger el
coche, si no tienes coche has de llamar a un taxi, difícil
empeño a las 5 de la mañana.
A las 6 de la mañana ya estás en el aeropuerto y buscas el
mostrador de facturación de la compañía aérea según el
billete.
La larga hilera de mostradores está totalmente vacía. No hay
nadie detrás pero delante hay mucha gente que van y vienen
por el enorme aeropuerto, sin rumbo aparente.
A las 7 y pocos minutos ya hay alguien en la cola ante el
mostrador de facturación, te pones y espera a que te toque
tu turno.
Das una vuelta por el amplio vestíbulo de la terminal, ves
que acaban de abrir el bar y decides tomarte un café con
leche con un croissant. Te cobran como si hubieras comida
tres platos a la carta. Ya empieza el derroche de dinero.
Ya estás ante una guapa azafata que te pide el billete y te
dice que deposites la maleta en una larga tira de caucho que
se pierde tras una pequeña puerta. Miras como hipnotizado
que tu maleta se pierde tras la puertecita. Antes, la
azafata le ha puesto un brazalete en las asas.
Te vuelve el billete tras arrancarte tres o cuatro hojas y
te da una tarjeta de cartulina que se llama tarjeta de
embarque.
Te dice que se entra al avión por la puerta 7 (ella dice
gate 7 como si indicara un gato de 7 vidas) y te da las
gracias con una gran sonrisa.
Te encaminas escaleras arriba para buscar tu puerta de
embarque, poero antes has de pasar por otra puerta, esta sin
hoja, donde unos serios policías te registran hasta los
huevos. Te hacen depositar en una caja todo lo que llevan
tus bolsillos: la cartera, el dinero suelto, el reloj, el
cinturón, etc. hasta te piden que te quites los zapatos.
Le pregunté si también me quito los pantalones. Como si
todos fuéramos Bin Laden, ese el de Al Qaeda. ¿No te jode?
Una vez que has pasado esa puerta detectora de metales y
otras cosas sueltas un suspiro potente y te metes en un
largo y altísimo pasillo con unos ventanales que dan vista a
las pistas y a los aviones aparcados.
Te pones a buscar y por fin encuentras la “gate” 7. Es un
amplio salón donde hay unas cuantas personas sentadas y de
pie.
El mostrador que está al lado de la puerta 7, digo “gate” 7,
no tiene a nadie que atienda y algunas personas están
haciendo cola ante el mismo.
Buscas un sitio donde sentarte porque te caes de sueño al
haber dormido casi nada.
Al cabo de cierto tiempo, aparece una linda azafata con una
sonrisa de oreja a oreja y comienza a recoger las tarjetas
de embarque de la gente rompiéndola casi por la mitad
después de haberte dado los buenos días y darte la
bienvenida en dos idiomas.
Accedes al avión tras pasar por un túnel que da miedo,
parecido a los pasillos de la celda de la muerte de ciertas
cárceles americanas según vemos en las películas.
Ya en el avión, otra linda azafata con esa sempiterna
sonrisa cruzándole la faz te indica dónde está tu asiento.
Un asiento estrechísimo que no permite el menor movimiento
sin molestar al vecino que, para colmo, es una persona
bastante gruesa.
El interior del avión huele a un cóctel de colonias que
marea bastante, pese al aire presurizado, también huele algo
raro, cuando te sientas, como a una especie de vómito
gomero, de goma.
Cuando ya estás sentado, y el rutinario letrerito te exige
abrocharte el cinturón, te entra unas tremendas ganas de
orinar. De momento no puedes hacerlo mientras el avión no
esté en el aire.
Al fondo otra azafata comienza a gesticular con los brazos
en el socorrido comunicado de lo que hay que hacer cuando
ocurra alguna incidencia... si vamos en caída libre ¿para
qué servirá eso?
Cuando el avión comienza a rodar por la pista, algunos
pasajeros se santiguan mientras otros se agarran a los
brazos de su asiento de una manera tan rara, como el rostro
totalmente pálido, supongo para que su culo no volara el
asiento.
Ya estamos en el aire, los suspiros se multiplican por cien
y entran ganas de ir al wáter, cosa que haces cuando se
apaga el dichoso letrerito “abróchense los cinturones” en
dos lenguas.
Entras en el lavabo después de sortear un par de piernas
como columnas del templo de Ramsés II y andar de lado, como
los cangrejos, por el estrecho pasillo.
Entras en el lavabo y el comienzo de la sensación de
claustrofobia empieza a hacer mella en tu espíritu.
Cuando has terminado de orinar aprietas el botón para
limpiar el wáter… ¡que susto!, el tremendo ruido de succión
me hace agarrar mis partes ante el temor de que me las
arranque y se las lleve por el desagüe. La cacofonía en tan
reducido espacio es increíble.
Te lavas las manos y cuando quieres sacar la toallita para
secártelas te encuentras con que se quedan atascadas en el
pequeño buzón que las guarda.
Regresas a tu asiento tratando de sortear un carrito con
bebidas y otras chucherías que dos azafatas ofrecen a los
pasajeros. Es totalmente imposible y has de retroceder hasta
el fondo esperando a que terminen.
De nuevo en tu asiento, tras volver a salvar las dos enormes
piernas como columnas del templo de Ramsés II, te das cuenta
de que te has sentado sobre un vaso de plástico que el
vecino gordo se ha dejado medio vacío.
No dices nada porque, si lo dices, el avión revienta.
El gordo que tengo a mi lado ronca como un cerdo jabuguero y
me tienta a “enchufarle” el vasito de plástico en todo el
mofletudo morro.
Las azafatas van y vienen por el pasillo con la sonrisa
clavada en sus rostros, me pregunto si cuando terminen su
jornada y regresen a sus respectivas casas se darían masajes
en la cara de tanto sonreír y tener los músculos atenazados…
¿no se considerará enfermedad profesional?
Por fin avisan de que vamos a aterrizar.
El estruendo que hace el avión al tocar la pista del
aeropuerto asusta a algunos pasajeros, los mismos que al
principio, y sus manos se engarfían sobre los brazos del
asiento mientras sus ojos se engrandecen por el terror.
Cuando ya está rodando sobre la pista, algunos pasajeros
irrumpen con aplausos y sonrisas de alivio.
Un rato después y tras algunas maniobras por fin consigues
descender.
Un autobús te conduce a la terminal de equipajes donde debes
recoger la maleta y tras una larga espera consigues retirar
la tuya.
Acabas de salir de la terminal y te encuentras con una larga
serie de filas de taxis. Coges uno y llegas al centro de la
ciudad.
Mejor hubiera cogido el AVE. Entre que te levantas, te
desplazas al aeropuerto, coges el avión, vuelas, aterrizas,
atrapa un taxi y llegas a tu destino han pasado 6 horas y
quince minutos.
Con el AVE hubieras tardado 3 horas y cincuenta y cinco
minutos, sin hablar del precio del pasaje.
El vuelo era de Barcelona a Madrid, así que… ¡chínchate!
|