Las circunstancias son las que
son, por más que nos las quieran encubrir. Decididamente la
apuesta debe ser clara y contundente. Nada de represiones
que no conducen a ningún puerto cuando lo que se precisan
son reformas de fondo. Ciertamente cada pueblo es único y
cada situación humana diferente, pero hay principios básicos
universales, que han de ser los mismos para todos: el
respeto a las libertades y a los derechos humanos. Hay que
dejar que los pueblos hablen sin miedo. El lenguaje de la
violencia o el de los poderes que coartan la libertad de
expresión, han de cesar de inmediato. También el lenguaje de
las ambigüedades. Concienciémonos que, únicamente, la fuerza
de la autenticidad es la que hace germinar los valores
éticos en una sociedad que, por otra parte, debe trabajar
por ser más justa cada día. Por desgracia, la justicia sigue
sin ser igual para todos, mientras la represión gobierna en
muchos pueblos del mundo. Estos desequilibrios injustos
acrecientan un persistente riesgo de malestar social
verdaderamente violento. Hace tiempo que se viene pidiendo
un nivel mínimo de protección social para la persona, como
puede ser el acceso a servicios esenciales como la
alimentación, la salud y la educación. Hasta ahora ha sido
como predicar en el desierto. Lejos de conseguirlo, se
acrecienta la exclusión social y la indecencia social. ¿Qué
está fallando, pues?. A mi juicio, lo que ha fracasado es el
valor a la palabra dada, la poca relevancia que le damos al
término, el poco valor que tienen las personas en un mundo
de poderes corruptos, la falta de compromiso serio hacia un
problema que es una afrenta para la propia civilización.
Como una maldición se ha instalado en las habitaciones de
esta vida humana la idea represiva de que no tengamos tiempo
para pensar. Y aquí está el quid de la cuestión. El medio de
no cambiar, de que no lleguen las reformas, es no poder
madurar a través de la reflexión. Sociedad que no sabe
digerir las ideas, se le domina más fácilmente, porque se le
puede adoctrinar cómodamente. Por eso, mucho más interesante
que saber, es saber pensar, cultivar el hábito de pensar,
para así poder discernir. Las reformas nacen de la libertad,
del sentido de compromiso de la ciudadanía, de trabajar
todos unidos en favor de todos. En el mundo ha crecido esa
intolerancia de no dejar vivir, de no dejar pensar. Los
hechos hablan por sí mismos. A pesar de las diversas
declaraciones en el campo nacional e internacional que
proclaman el derecho a la libertad de conciencia y de
religión, se dan todavía numerosos intentos de represión
religiosa. De igual modo, son muchas las declaraciones
institucionales que proclaman a nivel internacional el
derecho a una globalización justa, cuando la realidad es
bien distinta, las oportunidades no son iguales para todos.
Está visto que por mucho que reafirmemos declaraciones o que
recordemos resoluciones de los organismos internacionales,
el cambio de actitudes no se produce. El desarrollo
sostenible puede ser un objetivo esencial en sí mismo; el
empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos
puede subrayarse como un elemento clave para la reducción de
la pobreza; pero no va a pasar de ser una situación
imposible de llevar a cabo, en parte porque no se provoca la
ruptura total con un sistema productivo excluyente, que no
es capaz de desgajarse de los intereses mezquinos y
egoístas, apegado a poderes que todo lo quieren dominar para
sí, para su propio beneficio y los suyos.
El verdadero cambio necesario es vivir, por y para los
demás. El dominio del uso del poder todavía no se ha
conseguido. Cuando una sociedad reprime el pensamiento, por
mucho que propicie buques insignias de aprendizajes
permanentes con sus jóvenes, como es el caso de la Unión
Europea, se podrá saber mucho, pero si la persona no escucha
sus interioridades, la razón misma de su existencia, está
perdido. Téngase en cuenta que no hay mayor mentira que la
verdad mal entendida. Cuando la ideología reductiva del
materialismo y la opresión del pensamiento toma poder como
es el caso de Europa, es muy difícil que se produzcan
transformaciones sociales, capaces de activar un verdadera
evolución social hacia sociedades más razonables. Las gentes
de la cultura y del pensamiento, de las ciencias y del arte,
deberían hacer esfuerzos y no ceder a las presiones de
grupos de intereses ideológicos, y actuar como realmente
piensan, porque de lo contrario, van a terminar pensando
como actúan. La fe en el heroísmo hace los héroes, que hoy
el mundo necesita para innovar el cambio del cambio, la
reforma de costumbres inhumanas que se han metido en
nuestras vidas sin permiso.
No olvidemos que somos aquello en lo que pensamos, y debemos
pensar en el ser humano, por encima de cualquier poder. La
ciudadanía no puede ni debe reprimir su libertad. Nos la
merecemos por el mero hecho de existir, aunque no es fácil
en este inmenso océano de dementes ganarse el respeto y
respaldar el renovación, máxime cuando nos han injertado el
miedo a las reformas. En cualquier caso, si la vida misma es
revolución y evolución, ¿por qué hemos de temerle? Sentirse
liberado, pues, es la condición previa para que despierte el
pensamiento de las vueltas y revueltas. La mecha de
protestas sociales en el Magreb y Oriente Próximo parece que
van en este sentido, por la falta de democracia y el aumento
de la pobreza. Las ideas de todos son las que deben conducir
al mundo, no sólo la de los poderosos, para que se pueda
globalizar una reforma de mínimos en un planeta de máximos
golfos.
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