Ayer sábado, Rabat se desperezaba
tranquila bajo un cielo parcialmente cubierto de nubes
mientras la alcazaba de Chellah, necrópolis meriní levantada
sobre las ruinas del antiguo asentamiento romano de Sala
seguía contemplando, impertérrita, el fértil valle regado
por las aguas del Bou Regreg y el azaroso devenir de la
historia. Mañana, como es sabido, está convocada en la
capital del Reino y en otras importantes ciudades marroquíes
el “Día de la Dignidad” que, al hilo de las revoluciones del
jazmín en Túnez y Egipto, pretende sacudir la conciencia del
Estado y acelerar importantes reformas estructurales en el
sistema.
El control en todo Marruecos se intuye, pero no se percibe.
Todo es sutil y con guante blanco, las detenciones
esporádicas y aparentemente, les escribo desde el céntrico
Café Halinka, el sábado en Rabat transcurre con
tranquilidad, sin aparatosas medidas de seguridad. Tan solo
a las 10.30 de esta mañana, hora local, frente al Parlamento
y al lado del hotel Balima un presunto espontáneo increpó
agresiva y groseramente al equipo de Antena 3 TV y a este
escribano mientras intercambiaban el típico “saluda”.
Obviamente no entramos al trapo mientras el susodicho
individuo, ex emigrante en Navarra según confesó sobre la
marcha, se despedía gritando aquello tan socorrido de “más
de la mitad de España es de los árabes”. Más tarde y en la
sede del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD, los
islamistas parlamentarios), me confirman a mediodía que se
desmarcan definitivamente de la manifestación si bien
algunos de sus líderes, como Mustafa Ramid, asistirán a
título personal a la misma. Sea lo que fuere, todo
discurrirá dentro de ciertos límites previamente pactados
entre todos los interlocutores: el pueblo marroquí goza de
más madurez que sus vecinos en el Magreb, nadie quiere
volver ni por asomo a los años del plomo y, lo más
importante, la figura de Mohamed VI goza de amplias
simpatías y de un notorio consenso social.
Que nadie espere gran cosa para hoy domingo en Rabat. Como
escribía Ibn El-Khatib “Esta es la vieja capital de
Marruecos, una ciudad tranquila y distinguida, una zauía, un
auténtico jardín”. Salvo impredecibles provocaciones de
última hora las aguas no saldrán de su cauce, la ciudadanía
se manifestará dentro de un orden y, quizás, el país intuirá
que se aceleran algunas reformas pendientes debido a las
notorias dificultades que, desde su ascenso al trono de los
alauís, ha encontrado el joven soberano Mohamed VI. En
palabras de su cuestionado pero inteligente primo, el
príncipe Mulay Hicham, “Marruecos vivirá una evolución pero
no una revolución”. Sin duda se respira inquietud y el
anhelo social de cambios es fuerte pero, a diferencia de
Túnez y Egipto, la máxima autoridad de la nación
representada por el rey no está cuestionada salvo,
ciertamente, por la alegal asociación Justicia y
Espiritualidad (por cierto infiltrada y bien asentada en
Ceuta, digo) del visionario jeque Yasin. Habrá movimientos
sociales, éste es el primero, pero diez años de intensas
vivencias por estas cálidas tierras me llevan a escribir
que, pese a las crisis internas, hoy por hoy nuestro vecino
Marruecos no sufrirá ni por asomo las movidas
desestabilizadoras que llevaron a la caída de los regímenes
de Ben Alí en Túnez y Mubarak en Egipto. Marruecos sigue
presentado, si no una excepcionalidad, sí al menos registros
y perfiles diferentes que tanto les cuesta asumir a ciertos
cabezas de huevo agazapados en las torres de marfil de sus
confortables gabinetes. Si la autoridad editorial y el
tiempo lo permiten, a mí vuelta la semana que viene les
contaré más de lo que hoy suceda sobre el terreno. Visto.
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