Cuando Paquita empezó a ayudar a traer niños al mundo los
apuntaba en una agenda. Pero la lista engrosaba a tal
velocidad que dejó de anotarlos. Esta matrona ha estado en
los partos de una gran parte de los hombres y mujeres de
Ceuta, y en reconocimiento a una carrera profesional que ha
ejercido con pasión durante cuarenta años, la ministra de
Sanidad, Política Social e Igualdad, Leire Pajín, le impuso
el pasado miércoles, durante su visita a Ceuta, la Cruz de
Sanidad, con la que esta matrona ingresa en la Orden Civil
de Sanidad.
Francisca Ramírez Molina, Paquita para todos, nunca pensó en
dedicarse al campo sanitario y, sin embargo, no puede
imaginarse habiendo ejercido otra profesión. “Tuve la suerte
de que mis padres me pudieron enviar a estudiar fuera”,
explica. Tenía 17 años cuando una vecina la animó a estudiar
en la Universidad de Cádiz. A falta de una, se matriculó en
dos especialidades: ATS, que ahora sería enfermería, y
matrona, que en aquella época eran unos estudios
independientes. Aún recuerda a sus profesores: “Me daban
clase los hermanos Muñoz, don Germán, don Enrique, en la
facultad que está al lado del teatro Falla; después me iba a
hacer las prácticas al hospital de Mora, que ya no es
hospital”. Era el principio de los años cincuenta, la
posguerra española.
Cuando acabó sus estudios en la Universidad de Cádiz, volvió
a Ceuta. “Mi primera plaza de matrona fue en el Instituto
Social de la Marina”, recuerda. Aunque antes, ya se había
ido “soltando” con Crisanta Álvarez Pérez, “que era la única
matrona que había al principio en Ceuta”, y a la que Paquita
ayudaba en los partos.
Matrona pluriempleada
Desembocó en el seguro militar, donde atendía los partos del
personal civil que trabajaba en centros militares, y después
en la seguridad social, el Hospital de calle Real, 90. Por
aquellos años le dieron también plaza en el Hospital
Militar, y, tras aprobar unas oposiciones en Madrid,
consiguió plaza fija en el centro sanitario público. Sin
olvidar los partos de los seguros médicos privados y los
casos particulares. “Pero no dejaba unos trabajos para coger
otros, yo era una matrona pluriempleada”, rememora sentada
en el sofá del salón de su casa, donde, en las paredes,
tiene colgado un cuadro en el que aparece ella en esos
primeros años.
“Eramos tres matronas, Crisanta, Nona y yo, y hacíamos
turnos de 48 horas, 24 en el hospital público y 24 en el
militar, después un día libre, y vuelta a empezar”, explica.
“Yo dormía pegada al teléfono”, continúa, “y, de pronto, en
mitad de la noche, me llamaban. A veces eran partos
particulares, musulmanes que querían que atendiese a sus
mujeres. Me llamaba la Guardia Civil y el futuro padre me
llevaba a Castillejos o a Beliones”. “Yo –replica su marido,
sentado en el sillón contigüo–, la acompañaba muchas veces,
pero es que ella siempre estaba trabajando”.
Hasta los setenta años no dejó de ser matrona. “Y por que me
dijeron Vete ya, que yo, por mí, me hubiese quedado; tengo
agilidad ahora, con 77 años, para atender un parto, así que
imagínate hace siete años, pero me dijeron: Que no, que no
puede ser trabajar con más de setenta años, que te tienes
que jubilar ya.”
Como si no tuviera suficiente, Paquita sacó tiempo para la
enseñanza. Fue profesora de la primera promoción (1975-78)
de la Escuela de ATS en Ceuta. La orla cuelga en su salón.
“Ahora la gente ya no le echa tanta pasión al oficio, pero
claro, yo entiendo que depende de la situación en que se
encuentre cada persona. Si uno no está contento en su
trabajo, es normal que quiera jubilarse antes de tiempo,
pero es que a mí me encantaba”, confiesa Paquita.
Eran unos años en los que las mujeres parían en sus casas.
“Pero no era más difícil, era solo más trabajoso para la
familia, por lo que se ensuciaba. Pero poniamos plásticos,
sábanas dobladas… Los padres no entraban, pero eran partos
llenos de mujeres. Eran las vecinas las que ayudaban a la
matrona a sacar a los niños”, recuerda. “También eran partos
con más dolores para las madres, pero para las matronas era
lo mismo. Si, por ejemplo, el niño venía de nalgas, no se
hacían cesáreas, el médico me preguntaba, ¿Te vas a asustar
tú ahora?, y lo atendías igual. Afortunadamente, nunca se me
murió ninguna madre en un parto, y niños dos, pero porque ya
venían muertos”.
Los tres hijos de Paquita se hicieron ATS, aunque sus seis
nietos no parece que vayan a seguir los pasos sanitarios de
la familia. También recibió, hace dos años, el premio ‘María
de Eza’. Ahora que está jubilada se dedica a pintar. Salir
con ella a la calle es tener que detenerse a cada paso. La
gente la para y le dice: Paquita, ¿te acuerdas de mi niña
que hermosa nació? Ella les responde: claro que sí, aunque
no se acuerde de aquel parto. Han sido muchos. Un hombre se
le acercó esta semana. “¿Te puedo dar un abrazo?”, le
preguntó. “Atendiste mi parto, el de mis tres hermanos y el
de mis cuatro hijos. ¿Es o no para estarte agradecido?” Y
Paquita se dejó abrazar.
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