Llegó a la ciudad cuando estaba en
su apogeo la feria de agosto de 1998. Le reservaron mesa muy
principal en la caseta de San Urbano. Venía acompañado por
Luis Ortiz, marido de Gunilla Von Bismarck y
miembro importante de los Choris: grupo de vividores con
gracia pero tiesos como una mojama. Así que andaban siempre
prestos a dar sablazos.
Antonio Sampietro venía dispuesto a ganarse la
confianza de los ceutíes, pues había logrado que Jesús
Gil le concediera el derecho a presentarse como
candidato a la alcaldía de Ceuta. De su brazo llegó una
mujer joven, Aida Piedra; la cual, apenas dos años
más tarde, contribuyó a buscarle la ruina política a su
admirado Sampietro.
Un día antes de aquella noche de feria, de agosto de 1998, a
mí me pidió el editor del periódico añejo que procurara
asistir a la cena en la caseta de San Urbano, para que
averiguara qué pensaban los ‘gilistas’ de su periódico en
particular y de los medios en general. Así que me di las
trazas suficientes para que Juan Carlos Ríos,
entregado a la causa del GIL y convertido ya en miembro
destacado de un partido que prometía construcciones
flotantes y una policía calcada a la Real Policía Montada
del Canadá, entre otras muchas grandes novedades, me
reservara asiento.
Debo confesar que me sentaron a la mesa en sitio preferente.
Muy cerca de Luis Ortiz, quien traía para mí recuerdos de
conocidos comunes. Y, desde luego, sería imperdonable si no
mencionara la simpatía y la gracia derrochadas por quien fue
compañero de correrías de Antonio Arribas.
Terminada la cena, y antes de comenzar la conferencia de
prensa acordada, Sampietro me pidió que me quedara hasta el
final. Pues quería hablar conmigo. Y me dijo lo siguiente:
“Mira, Manolo, yo tengo conocimientos de cómo eres y
por qué has venido a la cena. De modo que si te pregunta el
editor del periódico en el cual escribes, no tengas el menor
reparo en contarle que el GIL se portará muy bien con pocas
personas para que podamos caber a más. Y que si no lo
entiende, le vamos a meter su panfleto por donde él sabe”.
Tras despedirme de Ríos y de Ortiz, me topé con el editor
del periódico añejo, paseando por el recinto ferial,
acompañado por Emilio Lamorena, y otras personas, y
le puse al tanto de las palabras de Sampietro. A los pocos
días, tres a lo sumo, recibí el siguiente mensaje del
editor: “Tenemos que ponernos de parte del GIL, pues son
gentes que van a ganar de calle las elecciones y nos pueden
hacer mucho daño”. Me negué en redondo a participar de
aquella campaña favorable a los ‘gilistas’. Es más, recuerdo
que me enviaron a hacer un programa en una televisión
compartida por tres empresarios. Y allí estuve un tiempo
entrevistando y procurando no darle ni agua a los recién
llegados.
Trece años se van a cumplir de cuando fue nombrar unas
siglas procedentes de fuera para que muchos ciudadanos
tuvieran el prurito de creer que el GIL iba a ser el remedio
de todos nuestros males. Ahora, quienes participaron en
aquella nefasta decisión, amén de negarlo, se permiten el
lujo de dar lecciones de moral. Menos mal que cuando yo no
quise secundar tamaño despropósito, por creer que Jesús Gil
era atrabiliario, tonante y corrupto, ‘El Pueblo de Ceuta’
seguía esa línea. Línea que ha de mantenerse.
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