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OPINIÓN - VIERNES, 18 DE FEBRERO DE 2011

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

¿Y como un Centro de Menores
puede estar costroso?

 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

Como letrado con treinta y un año de ejercicio en el costillar, he tenido que bregar con numerosísimas causas de menores, de hecho, un compadre mío, Rafael el Cachulo, fue quien inauguró con el número primero de los expedientes, el Juzgado de Menores de Málaga. Una muerte, pero pagó lo que tenía que pagar, se arrepintió, aprendió muchas cosas en los Centros y hoy es una excelente persona y un referente para la comunidad gitana.

Como letrado he tenido que saber y entender de Centros, visitar a jóvenes en Centros, penar con los padres, atender los juicios en la “sala de los pasos perdidos”, acudir al cumplimiento, torear con psicólogas y asistentes sociales. Y saber. Saber mucho de los procesos de reeducación de los chicos y las chicas, de su reinserción a fuerza de hacerles responsables de sus propias vidas, estudiando, formándose, aprendiendo a trabajar, ayudando a los colegas más frágiles, bronqueándose con los vigilantes y luego arreglándose con ellos. Sufriendo sanciones y castigos y reciclándose en prudentes para evitarlos.

Pero sobre todo, nunca he visto un Centro de Menores cuyas instalaciones estuvieran “sucias” y mucho menos costrosas y abandonadas. No se entiende en un lugar donde residen jóvenes sanos, con un par de manos cada uno, sin minusvalías, que están en proceso de educarse y de aprender a respetar las normas de convivencia y a adaptarse a una disciplina que les va a ser indispensable para su vida futura.

En los Centros de Menores que yo he visitado, peregrinando tras mis niños, se podía comer en los suelos, en “todos” los suelos. Y los chavales colaboraban activamente en la conservación, las mejoras, la limpieza y el mantenimiento del lugar, algo lógico, normal, natural y exigible, porque era “su” residencia, el lugar en el que tenían que vivir y allí todo el mundo arrimaba el hombro y daba el callo. Y nada de escaquearse, porque lo que no hace uno lo tiene que hacer el compañero. ¿De donde las instalaciones de un Centro se van a estar cayendo de mierda? ¿Qué se les está enseñando entonces a los muchachos, a ser unos guarros incívicos? Eso sí, ni lejía, ni gloria bendita para limpiar, ni para reparar han de faltar nunca, pero quienes han de asumir la responsabilidad última de vivir dignamente son los propios internos.

He visto huertos y jardines de dulce, paredes repintadas, pasillos impecables y allí había mucho chaval que, como mi Cachulo, estaban por sangre y por delitos mayores. O no tan mayores. Chicos con problemas graves de conducta que necesitaban más a un psiquiatra que a un psicólogo porque presentaban patologías, tipos rebeldes y difíciles a los que era y es difícil encauzar y jóvenes con problemas pero con ganas de ganarse la libertad y la calle. Y que cuando salen a la calle, todos a quienes he conocido, lo hacen con recuerdos regulares, pero con un sentido fuerte y duro del compañerismo y del aprendizaje, a veces a la fuerza, de la convivencia. Y les sirve. A todos. Y el haber trabajado les ha mejorado, porque con los sudores, sea fregoteando, sea hincando codos, sea sembrando, sea blanqueando o aprendiendo un oficio, con los sudores se evaporan los malos rollos y se van limpiando las tripas, sudar así es digno, es una honra, es un honor para un hombre.

¿Qué en Ceuta no hay puertas en los retretes? Pues que las fabriquen y las instalen, que saquen brillo a las baldosas con lejía y agua caliente, amoníaco va amoníaco viene, cepillo en ristre que allí se cuentan muchas manos sanas. Y ese, para los muchachos, será el mejor retrete del mundo, porque han sido responsables de él ¡Y a ver si hay huevos para venir a ensuciarlo!.

En los Centros de la Península enseñan a los internos a colaborar y a que, todos juntos, no valen el doble, sino cuatro veces más. Con normas, con reglas y con disciplina. Y lo que aprenden allí, nunca, jamás, lo van a olvidar.
 

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