El mundo tiene que rebajar la
tensión. Hay que aflojar la tirantez que cohabita entre
religiones y culturas, entre políticas y políticos, entre
naciones y nacionalidades, entre mujeres y hombres, entre
linajes y familias… Nos abrigan tal multitud de provocadores
dispuestos a sembrar recelo, incertidumbre y división
social, que deberíamos robustecer la verdad de lo que está
sucediendo, con la investigación precisa. Ya está bien que
se justifique la injusticia o que nos dejemos engañar por la
aparente realidad. Si es cierto que todas las religiones
insertan en las culturas un mensaje de amor y hermandad, no
se eclipse lo auténtico por una falsedad emocionante. Si es
innegable que los servidores de la política cultivan el bien
común y que la globalidad no entiende de naciones, ni de
nacionalidades, sino de seres humanos, propiciemos que esta
verdad se presente desnuda para reconocer a los violadores
de la autenticidad. Si es incuestionable que mujeres y
hombres, necesitan amor y cuidados verdaderos, descubramos a
los charlatanes, que ni saben ni quieren entender de
lenguajes del corazón. Cuando la malicia y falsedad
concurren todo es posible, hasta ser un lobo para sí.
Con urgencia, creo que debemos contrarrestar esas fuerzas
oscuras, generadoras de tensión y odio entre el presente y
el pasado, entre la tradición y el futuro. Frente a estas
contrariedades, nunca se puede cerrar el paso a la justicia.
Es necesario ahondar en la conciencia de estar unidos por un
mismo destino, que en última instancia es un destino común.
Pero, sin duda, para que se produzca esa unidad, hace falta
que se pueda conocer la verdad; evidencia que sólo tienen un
camino: el que se pueda vivir en la verdad y se pueda
abrazar esa verdad. Desde luego, todos estamos llamados a
realizar una sociedad pacífica para vencer cualquier tensión
entre culturas, etnias y mundos diversos, confluentes de una
misma especie. Para alcanzarlo, cada familia, cada país,
tiene que trabajar por avivar el genuino valor del ser
humano. Hay que salir del miedo al encuentro del semejante,
y hacerlo con naturalidad; si esto lo cultivásemos sin
hipocresías ni complejos, no pondríamos tantos deslindes en
el trayecto.
Por consiguiente, insisto, que para rebajar la tensión del
mundo, primero hace falta querer hacerlo y después
comprometerse uno a uno consigo mismo, para poder injertar
quietud, sosiego, certeza, tranquilidad... Al fin y al cabo,
la felicidad nos llega por la vía de no sentirse perdido.
Ante las adversidades de la vida perennemente se ha pedido,
¡calma!, no en vano la mente se educa desde el reposo, jamás
desde el enfrentamiento. El modo de resolver el problema
casi siempre es fruto del encuentro inteligente. Está
comprobado que la inteligencia y el sentido humano tira
todos los muros y aplaca todos los vientos. Decididamente,
si en verdad queremos un mundo sin tensión hay que ponerse
manos a la obra, dejando hablar al corazón y que gobierne el
alma del genio.
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