Vengo recibiendo, desde hace años,
recomendaciones para que deje de escribir sobre Juan Luis
Aróstegui. Y debo reconocer que mis lectores, que son
los que son, y por eso sigo siendo el columnista titular de
la contraportada de este periódico, no han dejado de
indicarme que estoy a punto de ser considerado un pesado. Y
con razón. Ante esas advertencias, siempre he aducido en mi
descargo la vieja excusa infantil: “Yo no he empezado”. Y he
dado las explicaciones debidas.
Cuando un tipo como Aróstegui se convierte en un pelma
insistente, además de con frecuencia imbécil, hay que
salirle al paso todas las veces que sean necesarias, porque
cuenta con una tenacidad que, en cuanto viera que me cansaba
en las contestaciones y dejara de hacerlo, acabaría
imponiendo sus memeces como una apisonadora.
Aróstegui es un hombre triste. Lo ha sido siempre. Por
razones que no vienen al caso exponer. Y su aflicción le ha
ido consumiendo. Por lo que su imagen, deteriorada en muchos
aspectos, ha sido la causante de que nunca haya podido
ganarse la voluntad de los votantes de su pueblo.
Semejante desprecio en las urnas, mientras otros candidatos
sabían sacarle réditos a sus comparecencias, fue horadando
el yo de Aróstegui hasta extremos insospechados. Y acabó por
convertirle en un sujeto desabrido, áspero, huraño,
etcétera. Un sujeto que nunca se ha cortado lo más mínimo en
dar muestras de altanería. Soberbio, presuntuoso, arrogante,
mirando a los demás por encima del hombro, llegó un momento
en el cual Aróstegui estuvo convencido de que estaba siendo
víctima de la crueldad de unos ciudadanos considerados por
él como trogloditas y que representan lo peor de una derecha
que en Ceuta debe ser combatida como si fuera una calamidad
pública grave.
Y, atiborrado de odio, Aróstegui ha venido tratando por
todos los medios que la convivencia en esta ciudad se vaya a
pique. Que se arme la tremolina y que cristianos y
musulmanes comiencen a recelar de unas relaciones que él se
ha propuesto conducir por los cauces del más furibundo
enfrentamiento. Actitud tan deplorable cual repleta de
maldad y que ha debido ya poner en guardia a quienes están
obligados a percibir semejante tejemaneje.
Dicho lo dicho, a partir de ahora, porque vengo comprobando
que a Juan Luis Aróstegui -líder de la coalición ‘Caballas’,
secretario general de CCOO, editor de Ceuta al día,
colaborador y amigo íntimo del editor del periódico añejo,
director de un Instituto y otros muchos cargos- le han
perdido el respeto y ya se atreve a escribir sobre él hasta
el tío del tambor, voy a hacer todo lo posible por no
mencionarle más en mis escritos. Así como suena.
Sé que me va a costar lo indecible el poder cumplir lo que
estoy anunciando. Pero a la fuerza ahorcan. Y me explico:
cuando nadie osaba llevarle la contraria a un tipo que sigue
jactándose de ser la persona más inteligente de Ceuta, yo no
tenía el menor inconveniente en rebatirle todas sus
proclamas. Exponiéndome a que me consideraran un pesado. Y
con razón.
Pero en cuanto he visto que se ha ido convirtiendo en el
centro de las críticas de cualquiera, el tal Aróstegui ha
perdido mucho interés para mí. Tanto, como para considerarle
ya un político de tercer nivel y propenso a servir de muñeco
para que practiquen con él incluso las personas que empiezan
a jugar al abejorro. Una pena.
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