Qué puedo decir de los cracks de la UIR ceutí? En la
Península se les adora y todos quieren llevárselos a sus
ciudades para que les protejan de las bandas del Este. Pero
por decirlo me amenazaron unos malosos y tuvo que intervenir
la policía, pelillos a la mar. De ellos solo puedo decir lo
que todos piensan, por eso, la noticia del contencioso en la
que andan enzarzados con un hostelero del Poblado Marinero,
me han ocasionado un atisbo de disgusto y de amargura,
porque, UIR y ciudadanos tienen que estar del mismo lado. La
UIR y la ciudadanía, sumados, no suman dos sino cuatro. Por
eso creo que hay que limar malos rollos, mitigar asperezas,
desarticular hostilidades y saber y sentir que pertenecemos
al mismo bando. Al de la España que madruga y al de
“nosotros” y “los nuestros”, compartimos realidad y lo más
inteligente es compartirla con las mínimas fricciones.
Y sobre todo sin las “correndijas” a los juzgados. ¿Para que
acudir a la justicia? Esa es la solución última, cuando no
hay posibilidades de acuerdo ni buena voluntad, sino mala
leche e instintos de represalias. Normales. Pero poco
lógicos porque, cualquier procedimiento significa horas de
espera, citaciones, preocupación, malos ratos, gastos,
incordios. Y encima nunca se gana “del todo”.
El hostelero tiene sus razones, los guardias van y el hombre
se ofusca y los otros se irritan y comienza el pésimo rollo
y el intercambio de denuncias. Y les digo, como abogada
vieja con treinta y un años viendo pleitos, que, para temas
graves o irresolubles hay que acudir a los juzgados, pero
también les digo que cuando comienza el “pique” de denuncias
eso es imparable.
Los guardias llegan, el hostelero se sube, los otros más, le
detienen supongo que por resistencia ¿Merece la pena por una
chorrada así? No. Pero los guardias van cabreados y dicen
que el del bar es un chulo y el del bar dicen que, los
chulos, son los policías y se denuncian mutuamente. Hasta la
próxima. Porque, se resuelva lo que se resuelva, el daño
hecho está y la mala leche latente queda. Hasta la
siguiente. El que pierda el pleito se siente agraviado, el
otro ensoberbecido dentro del resarcimiento, ambas partes
creen tener razón. Y ambas partes son buena gente y no
merecen, ni tener encontronazos, ni verse con problemas,
solo que, los tíos, entre ellos, se pelean y discuten,
antaño lo resolvían a palos, ahora denuncia va denuncia
vengo y por el camino no me entretengo porque voy en un
coche con sirena.
¿Y quien empezó la controversia? Pues el más chulo. Y se
encontró enfrente con su siamés, más chulo todavía. Pero
llega la gente a la ciudad y ve noticias de detenciones de
empresarios y piensa que la policía es abusona y lee la
versión policial y dicen que, el empresario es un broncoso.
Y la mala imagen queda. Ya ven, con escamas en el Derecho
Penal, esta ensalada de denuncias me ha afectado. Porque es
entre gente buena que debería ser amiga y andar a la par y
no joderse mutuamente.
A mí, en este caso me encantaría una retirada colectiva de
denuncias, un compromiso entre hombres de no-agresión y como
colofón algo simbólico, una paella solidaria entre
hosteleros y policías, yo pondría mi grano de arena
prometiendo la asistencia de mi anciano esposo Erik el Belga
que es especialista en ensartar discursos a la hora de los
postres y dar el toque cultureta disertando sobre la
autenticidad del Santo Grial valenciano o sobre las
posibilidades de veracidad en cuanto a sanaciones de los
lignum crucis. La verdad es que no pega mucho ese cursillo
acelerado de espiritualidad, pero a mi marido le encanta la
paella y disfruta mucho en los convites porque se salta el
régimen. Y encima el hecho de que sea la “paella de la paz”
lo convierte todo en mucho más emotivo.
Será fantasear, pero resolver conflictos con arroz, tinto de
verano y buena voluntad, cuando es entre buena gente,
dispuesta a disculparse y a disculpar, es el remedio ideal.
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