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OPINIÓN - MARTES, 15 DE FEBRERO DE 2011

 
OPINIÓN / COLABORACION

La integración: una cuestión de estado

Por Juan Sánchez Troyano


Las manifestaciones en el Senado de la ex-consejera de Asuntos Sociales han supuesto su suicidio político y una brecha en la credibilidad del Partido Popular y Gobierno de Ceuta. Esto es así pese a quien pese. Pero también es cierto que estamos tan acostumbrados a escándalos de todo tipo y en todos los ámbitos sociales y políticos de nuestro país que, aunque siempre quede algo, los efectos se diluyen a medida que aparece la siguiente noticia en la prensa.

Fuera de Ceuta puede surgir la duda de si esta es una opinión personal (ingenua y desafortunada) o se corresponde con un sentimiento más extendido a nivel político, o peor aún, a nivel social. Esto, sin duda, hace daño, no ya a un Partido Político, sino a la propia Ciudad de Ceuta en unos momentos en que se están manteniendo contactos con distintos organismos comunitarios en el afán de conseguir ventajas para toda la sociedad ceutí sin distinción.

Dentro de la ciudad estas manifestaciones tendrán el valor que cada cual quiera darles teniendo en cuenta que nadie cambia sus opiniones o su intención de voto por una declaración política acerca de una realidad social que conoce. Como si de un terremoto se tratara, me han preocupado más las réplicas que el movimiento original. Las declaraciones de políticos que intentan levantar los ánimos sobre comportamientos racistas con una intención claramente electoralista no son el camino para conseguir la integración. En esto, Ceuta lleva un adelanto con respecto al resto de España, en lo bueno y en lo malo, porque en el resto de la península es en estos últimos años cuando por fenómenos migratorios están ahora conviviendo con mayor intensidad diferentes nacionalidades en un mismo espacio.

La integración es algo de abajo a arriba, desde el sustrato social a las superestructuras ideológicas. En toda sociedad democrática tienen cabida casi todas las opiniones, incluso las extremas, si no afectan a la normal convivencia, a un código de valores más o menos establecido, y siendo consciente de sus repercusiones. En política hay que ser más cauto debido a que cualquier declaración implica a la propia ideología del partido en que se milita. Pero ¿sucede algo si algún sector de la sociedad piensa que Ceuta debería ser marroquí o si otro piensa que la misión del ejército es reforzar el componente nacional en detrimento del musulmán?. Pienso que no, siempre que se haga dentro de las instituciones. Ponernos de acuerdo en lo que nos une, que siempre será más que lo que nos separa, y conseguir un progreso social y económico para reducir la brecha diferencial generadora de problemas, en ésta y en las siguientes generaciones, debería ser el objetivo. En esta convivencia, en este crisol de culturas de que se habla, siempre habrá, y es bueno de vez en cuando, puntos de fricción. Si estas confrontaciones se canalizan servirán para mejorar el futuro, del mismo modo, que este desagradable suceso servirá para variar el rumbo de ciertas actitudes por ambos lados en el presente.

Y siempre es por ambos lados porque la integración es también una responsabilidad por parte de todos y una convicción de que con culturas y religiones diferentes hay que buscar esos puntos de encuentro en los que profundizar. Cuando en la historia de la Córdoba Omeya se hablaba de convivencia de tres culturas, casi idílica, quizás no fuera tanto, y los retrocesos y fricciones en el tiempo seguramente fueron habituales. Seamos realistas la convivencia no es fácil y la integración tampoco – transpongámoslo a una comunidad de vecinos o a la propia familia – pero evitemos al menos que nos manipulen y exijamos y reivindiquemos nuestra cuota de responsabilidad. Ceuta es un proyecto común y de todos sus habitantes, sin distinción, y los políticos como representantes de esa ciudadanía deben ser los portadores de unos valores que la sociedad les cede. Exijamos también la suya.
 

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