Las manifestaciones en el Senado de la ex-consejera de
Asuntos Sociales han supuesto su suicidio político y una
brecha en la credibilidad del Partido Popular y Gobierno de
Ceuta. Esto es así pese a quien pese. Pero también es cierto
que estamos tan acostumbrados a escándalos de todo tipo y en
todos los ámbitos sociales y políticos de nuestro país que,
aunque siempre quede algo, los efectos se diluyen a medida
que aparece la siguiente noticia en la prensa.
Fuera de Ceuta puede surgir la duda de si esta es una
opinión personal (ingenua y desafortunada) o se corresponde
con un sentimiento más extendido a nivel político, o peor
aún, a nivel social. Esto, sin duda, hace daño, no ya a un
Partido Político, sino a la propia Ciudad de Ceuta en unos
momentos en que se están manteniendo contactos con distintos
organismos comunitarios en el afán de conseguir ventajas
para toda la sociedad ceutí sin distinción.
Dentro de la ciudad estas manifestaciones tendrán el valor
que cada cual quiera darles teniendo en cuenta que nadie
cambia sus opiniones o su intención de voto por una
declaración política acerca de una realidad social que
conoce. Como si de un terremoto se tratara, me han
preocupado más las réplicas que el movimiento original. Las
declaraciones de políticos que intentan levantar los ánimos
sobre comportamientos racistas con una intención claramente
electoralista no son el camino para conseguir la
integración. En esto, Ceuta lleva un adelanto con respecto
al resto de España, en lo bueno y en lo malo, porque en el
resto de la península es en estos últimos años cuando por
fenómenos migratorios están ahora conviviendo con mayor
intensidad diferentes nacionalidades en un mismo espacio.
La integración es algo de abajo a arriba, desde el sustrato
social a las superestructuras ideológicas. En toda sociedad
democrática tienen cabida casi todas las opiniones, incluso
las extremas, si no afectan a la normal convivencia, a un
código de valores más o menos establecido, y siendo
consciente de sus repercusiones. En política hay que ser más
cauto debido a que cualquier declaración implica a la propia
ideología del partido en que se milita. Pero ¿sucede algo si
algún sector de la sociedad piensa que Ceuta debería ser
marroquí o si otro piensa que la misión del ejército es
reforzar el componente nacional en detrimento del musulmán?.
Pienso que no, siempre que se haga dentro de las
instituciones. Ponernos de acuerdo en lo que nos une, que
siempre será más que lo que nos separa, y conseguir un
progreso social y económico para reducir la brecha
diferencial generadora de problemas, en ésta y en las
siguientes generaciones, debería ser el objetivo. En esta
convivencia, en este crisol de culturas de que se habla,
siempre habrá, y es bueno de vez en cuando, puntos de
fricción. Si estas confrontaciones se canalizan servirán
para mejorar el futuro, del mismo modo, que este
desagradable suceso servirá para variar el rumbo de ciertas
actitudes por ambos lados en el presente.
Y siempre es por ambos lados porque la integración es
también una responsabilidad por parte de todos y una
convicción de que con culturas y religiones diferentes hay
que buscar esos puntos de encuentro en los que profundizar.
Cuando en la historia de la Córdoba Omeya se hablaba de
convivencia de tres culturas, casi idílica, quizás no fuera
tanto, y los retrocesos y fricciones en el tiempo
seguramente fueron habituales. Seamos realistas la
convivencia no es fácil y la integración tampoco –
transpongámoslo a una comunidad de vecinos o a la propia
familia – pero evitemos al menos que nos manipulen y
exijamos y reivindiquemos nuestra cuota de responsabilidad.
Ceuta es un proyecto común y de todos sus habitantes, sin
distinción, y los políticos como representantes de esa
ciudadanía deben ser los portadores de unos valores que la
sociedad les cede. Exijamos también la suya.
|