La comparecencia del Presidente Juan Vivas tras la reunión
de la Junta de Portavoces fue un ponderado ejercicio de
esgrima dialéctico. Y el esgrima, a la postre, se practica
con florines. Por muchos requisitos estéticos y muchas
normas de estilo que conlleve este arte deportivo, que no
deporte.
Si algo apareció con nitidez en la intervención del
Presidente fue su determinación, sin flecos ni resquicios,
de que nadie, bajo ningún concepto, quiebre o altere de
manera ficticia y cainita, la profunda normalidad que
caracteriza la convivencia entre todos los ceutíes. No voy a
aludir a virtudes lacrimosas como la tolerancia, porque
opino que, en Ceuta, impera antes que nada, el respeto
ciudadano, el empeño común en aceptar, asumir y practicar
esas normas de convivencia cívica que potencian los valores
intrínsecos de la vida y la existencia dentro de una
comunidad.
El ciudadano en general, la colectividad en su total
mayoría, quieren, sencillamente, ser “la Ceuta que madruga”,
gozar de calidad de vida, ver respetados sus derechos
inherentes e inalienables al conocimiento, a la educación y
a la formación y que, el espectro social esté diseñado de
forma que, los esfuerzos tengan como contraprestación, una
recompensa. La totalidad abomina, por principios y por
talante, de cualquier enfrentamiento, crispación o situación
de conflicto social. Porque, esas circunstancias son
obstáculos para el progreso y para el desarrollo de los
fines colectivos. El Presidente Vivas y los ceutíes no van a
permitir “fracturas sociales ficticias” azuzadas por
intereses bastardos de mano de determinados elementos que
confunden la acción política con la autopromoción más
descarada y que aspiran a un fin último : su mísera parcela
de poder e influencia. Sin reparar en los medios. Aunque,
por el camino del logro del objetivo, vayan ocasionando
estragos sociales y perjudicando, precisamente, al
electorado que dicen defender. Es sabido que para defender
un proyecto, desde la honradez y la autenticidad, hay que
hacerlo aportando, mejorando y construyendo, jamás sobre la
política de “tierra quemada”. Porque, la tierra yerma y
quemada, a nadie beneficia y no hace sino expandir las
dificultades para todos y más aún para aquellos ceutíes que,
por sus condiciones de precariedad, no deseadas ni buscadas,
requieren del apoyo total de la sociedad de la que son parte
inherente, para superar las circunstancias de crisis,
afrontar los malos tiempos sabiéndose sólidamente
respaldados por la colectividad y retomar el ritmo del
crecimiento y del progreso, que es el ritmo del futuro
común.
Hábil esgrima el del Presidente a la hora de plantar cara a
los graves e intolerables insultos de Aróstegui contra
veintidós mil ciudadanos, porque, no hay que olvidar que,
públicamente y en una rueda de prensa se le dio oportunidad
a este “factotum” de Caballas, de rectificar y pedir perdón
a la ciudadanía. Pero Aróstegui, que había insultado
gravemente en solitario, no tuvo apuros en aprovechar su
situación como lider de Caballas, para ratificar e insistir
en la difamación. Broma macabra para Mohamed Alí ya que,
emitidas y vertidas esas opiniones en su compañía, lo estaba
haciendo en nombre de Caballas e implicándole directamente
en sus afirmaciones injuriosas.
Mohamed Alí cayó en la trampa y no se supo o no se pudo
desmarcar. De ahí que sus furibundas exigencias acerca de
que la dimitida Carolina Pérez abandonara, no ya la
Consejería, porque lo había hecho, sino el escaño e incluso
que fuera expulsada del Partido Popular, quedaran en nada
ante la Junta de Portavoces, donde se limitó a pedir una
“declaración institucional” por parte del Gobierno,
declaración rechazada porque el tema está totalmente
zanjado. La suerte fue que no se le exigió allí mismo al
lider de UDCE como copartícipe de Caballas, una “declaración
institucional” inmediata y sobre la marcha desmarcándose
totalmente y de manera rotunda de los insultos de su
coaligado Aróstegui contra veintidós mil ceutíes, condenando
los improperios y pidiendo perdón por la omisión de su deber
de intervenir en el momento y finiquitar la sarta de
insultos. El silencio le hizo cómplice, muy a su pesar. A no
ser que estuviera compartiendo las tremendistas afirmaciones
de su socio y siendo partícipe moral en las mismas.
Lo abrupto de lo sucedido y las amenazas de “fracturas” que
quedaron en agua de borrajas (la borraja es una legumbre de
Aragón cuyo transporte es dificultoso porque resulta muy
delicada) repito, que quedaron en pura palabrería
catastrofista, no han conseguido alterar ni un ápice el
normal desenvolverse de la sociedad ceutí. La larga y
fecunda tradición del desarrollo cotidiano en los cauces de
la absoluta armonía, no puede ser conculcada ni alterada por
tentativas cainitas de conflictos artificiales y
artificiosos. Aquí no valen las intentonas de crear
problemas para luego ofrecerse a resolverlos y menos aún de
amenazar veladamente con futuros problemas ante el fracaso
de aspiraciones y expectativas que son pura fantasía.
La comparecencia del Presidente y la utilización de su
esgrima formalmente impecable, que no llegaba a opacar la
frialdad y la seriedad absolutas del fondo, fue un elogio a
la normalidad. Nada más y nada menos. Fue una reafirmación
sin resquicios del deseo social de normalidad. Y un lanzar
el reto irrenunciable, de la normalidad.
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