Ocurrió hace ya bastantes años,
que una funcionaria vino destinada a Ceuta, apenas Manolo
Peláez fue nombrado Delegado del Gobierno. El primero de
la democracia en una ciudad donde los delegados nunca
gozaron de buena prensa y, por tanto, muchas veces fueron
criticados acerbamente. Una actitud que no ha cambiado y
cuyas causas ya hemos explicado en otras ocasiones.
Manolo Peláez y la funcionaria se conocían, pues habían
trabajado juntos y ambos fueron nacidos en la misma tierra.
Así que un día, cuando ya el Delegado del Gobierno se había
dejado ver por “El Rincón del Muralla”, la funcionaria tuvo
a bien compartir tertulia con los fijos del lugar. Y aquella
mujer, sin venir a cuento, tomó la palabra para decir lo
siguiente:
-Acabo de llamar a mi madre, a la que he dejado muy
preocupada en Santander, para decirle que Ceuta no es lo que
ella piensa. Un sitio donde los leones pueden verse a corta
distancia y hay salvajes que viven acechando cualquier
descuido para cometer fechorías.
Aquella mujer, tras lo dicho se quedó tan pancha. Mientras
los allí presentes no sabían qué responder y sus caras
mostraban un estado de incredulidad que les había dejado
sumido en el mayor desconcierto. Aquella funcionaria no
dejaba de ser una estúpida con un desconocimiento supino de
España y un atrevimiento rayano en la necedad más absoluta.
Una imbécil en toda regla. Y que tuvo la respuesta que sus
palabras merecían: un silencio sepulcral por parte de los
componentes de “El Rincón del Muralla” hacia una mema recién
llegada.
A partir de aquel día, aquella señora no volvió más a pisar
la esquina de la barra del hotel. Y Manolo Peláez, que era
una persona excelente, curtido en mil batallas, supo pedir
disculpas por el absurdo comportamiento de una funcionaria
que él había recomendado.
Estoy a punto de cumplir treinta años como residente en esta
ciudad, y, durante ese tiempo, he visto llegar a no pocas
personas parecidas a la funcionaria. Las cuales
desembarcaron en Ceuta convencidas de que estaban en
posesión de conocimientos muy superiores a los que pudiera
haber en la localidad. Y, desde el primer día, comenzaron a
darse pote y a tratar de medrar sin pudor ni tacto alguno.
Algunas, la verdad sea dicha, salieron escaldadas. Pusieron
muy altas sus miras y pronto se dieron cuenta de que sus
aspiraciones se iban a quedar en nada. Casi todas eligieron
afiliarse a un partido para medrar. Unas lo hicieron en el
PP, otras en el PSOE, aunque las hubo que ya venían
afiliadas pero vivían en la certeza de que ellas eran más
listas y estaban más preparadas que las militantes nacidas
aquí o que llevaban aquí toda una vida.
De tales personas, vengo observando que hay un individuo que
se ha convertido en cabeza de serie de todos los agitadores
políticos de esta tierra. Vino desde Castilla, hace nada y
menos, con el carné de socialista en la boca. Llegó a ser
director provincial de Trabajo. Y no dudó en armar la
marimorena cuando comprobó que los suyos le dijeron que no
le querían ver ni en pintura. Un proceder del cual yo fui
testigo en el Tryp, el día en el cual Salvador de la
Encina se vio acorralado.
Ahora, el individuo, aunque con la cara más abotargada,
alardea de ser del partido “Caballas” a muerte. Sigue
mejorando…
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