De un tiempo a esta parte, es
decir, desde que Mohamed Alí perdió el control de su
partido, por haberse aliado con el líder del PSPC, en Ceuta
corren malos vientos. Vientos que están haciendo posible que
reine en la ciudad un malestar cada vez mayor. Que propician
enfrentamientos y que pueden ser motivos de acciones que
causen daños irreparables, cuando menos se espere.
La violencia genera violencia. Y con violencia no se debe
permitir que nadie haga campaña electoral. Me refiero a la
violencia verbal. Que no es moco de pavo. Pero uno teme que
ésta en cualquier momento ceda el paso a otra clase de
violencia, de la misma manera que hace años se pudo
comprobar cómo las puertas de los comercios eran
destrozadas, las lunas de los escaparates rotas, y las
pintadas amenazantes contra los empresarios se sucedían cada
dos por tres.
De aquella violencia, uno conserva todavía intactas las
imágenes. De aquel modo cafre para tratar de solucionar los
problemas, uno recuerda la cara de los instigadores. De
aquellos tiempos, ayer como quien dice, es imposible que a
nadie se le haya olvidado quién era el caudillo que iba al
frente de aquellas revueltas en esta ciudad.
A mí no se me olvida, y creo haberlo escrito en otra
ocasión, cómo disfrutaba el cabecilla contando a sus amigos,
en los descansos de los partidos de fútbol-sala, jugados en
pista de colegio adecuada al efecto, de qué manera sus
hombres habían llenado de pintadas la fachada del edificio
donde estaba la redacción del periódico añejo. Y, mucho
menos, cómo hubo que llamar a los empleados de Trinitas para
que limpiasen las paredes cubiertas de bochornosas mentiras.
Insultos y agresiones morales que propiciaban asco hasta la
náusea. Mientras el editor se llenaba de ira, aunque cometía
el error de dar la callada por respuesta. Eso sí, pronto
comprendí a qué se debía semejante resignación.
Por lo tanto, por qué no se ha de temer que otra vez vuelvan
a suceder tales hechos para tratar de amedrentar a las
personas que no les bailan el agua a los que han emprendido
el camino de la violencia hablada como arma para hacerse
notar en una ciudad donde mezclar religión y cultura con
paro y pobreza, como ha denunciado UPyD, es muy peligroso.
Hasta el punto de que cualquier desgracia que ocurra, y
ojalá no tengamos que lamentarla, será por obra y gracia de
alguien que ha perdido el oremus. Y a quien convendría
recordarle que su forma de hablar y escribir, acusando a las
gentes de racistas, de xenófobas y de estar vendidas al
poder, por el mero hecho de que votan a un partido que lleva
ganando las elecciones, de manera absoluta, mucho tiempo, es
una incitación continua a que se desaten las pasiones y se
sucedan las broncas por doquier.
En ocasiones, me pregunto lo siguiente: ¿merece la pena que
un individuo que ocupa varios cargos, que tiene a familiares
colocados a dedo, claro está, y que cuenta con un pasado
político desastroso, luche por una plaza de concejal al
precio que sea? Mi respuesta es que no. Incluso me parece
que está cometiendo desatinos que le van a dejar marcado de
por vida. De poder ser, yo le diría a Juan Vivas que
pactara con él un puesto seguro en las listas del PP. Y no
tengo la menor duda de que Mohamed Alí iba a quedarse
compuesto y… sin aliado.
|