En que manos está nuestra salud y la de nuestros hijos?
¿Podemos confiar en esos personajes dudosos con sus dudosos
títulos de medicina que se pasean por nuestro flamante
Hospital Universitario a los que debemos llamar doctor?
Por desgracia y aunque no sea justo generalizar nuestra
reciente experiencia me dice que no, que no se merecen ni un
voto de confianza, ni el beneficio de la duda:
El día cuatro de enero nuestra hija de menos de dos años
ingresó en el Hospital Universitario de Ceuta con un
diagnóstico de pleuroneumonía. El primer pediatra que la
atendió, Saul, nos dio mas detalles de la gravedad de su
estado y nos informó de que el mayor riesgo que corría
nuestra hija María era que se produjera un derrame en el
pulmón, en cuyo caso deberían evacuarla de urgencia al
hospital de Cádiz. La estrategia a seguir según él sería
controlar mediante ecografías diarias durante los tres
primeros días de tratamiento la evolución de sus pulmones.
El día cinco de enero se le realizó una ecografia tal y como
estaba programado, pero al día siguiente pudimos constatar
que si tiene uno la desgracia de ingresar en este hospital
un día festivo mas le vale que no se trate de nada grave.
Yolanda Amilckiewicz se llama la pediatra que estaba de
guardia ese día, pero debido a un caso grave que terminó con
la trágica muerte de un niño, a nuestra hija la atendió
aquella mañana Peter Schafer. Tras reconocerla nos dijo en
su precario español que había escuchado un derrame en el
pulmón derecho y que tenía que informar a su compañera que
estaba de guardia. Alarmados, mi suegro que estaba en el
hospital y yo salimos tras él y sin que se percataran
escuchamos atónitos la conversación entre los dos pediatras.
Mas que sobre la salud de una niña parecían hablar sobre
algún animalillo molesto, mas que de curar a un paciente
parecían tratar un tema anodino y cansino. La señora Yolanda
tras escuchar el informe del señor Peter le contesto en su
no menos precario español que ella no tenía mas ganas de
evacuación que “no,por favor, no derrame no”. Después de
esto, cuando pudimos hablar con Peter para que nos explicara
lo que pensaban hacer con María, éste cambio su diagnóstico
por completo diciéndonos que no había escuchado derrame
alguno, y que todo había sido un malentendido debido a la
barrera idiomática. Indignados le pedimos que le realizaran
a la niña una ecografía para estar seguros, tal y como el
primer pediatra había propuesto en principio, a lo que este
se negó aludiendo que al ser un día festivo el radiólogo no
estaba en el hospital y que este caso no revestía la
gravedad necesaria para molestarlo, poniendo también como
excusa que en la eco del día anterior no aparecía líquido en
el pulmón. Tras esto le suplicamos que nos preparase la
documentación necesaria para evacuar a nuestra hija a una
clínica en la península asumiendo nosotros los gastos de
ambulancia si fuese precio, súplica ésta que fue igualmente
ignorada, ya que según él, María estaba bien y no requería
de una evacuación, que era suficiente con que su compañera
controlase el estado del pulmón a lo largo del día. La
señora Yolanda solamente se pasó una vez al final de la
tarde a visitar a María tras pedírselo encarecidamente y ni
tan siquiera sabía porque estaba ingresada. El día siete de
enero visitó a nuestra hija la pediatra Luz, quien al ver el
estado en que se encontraba mandó que le hicieran una
radiografía urgente. Eso ocurrió alrededor de las diez de la
mañana, a las doce y medía María se encontraba en una U.C.I
móvil camino del hospital Puerta del Mar en Cádiz, donde fue
intervenida de urgencia extrayéndole sesenta mililitros de
líquido de su pulmón derecho.
Los riesgos que corrió nuestra hija en Cádiz y los
sufrimientos que allí padeció, los asumimos como necesarios
para su curación, pero lo que nunca podremos asumir ni
perdonar es el trato inhumano que el señor Peter y la señora
Yolanda le dispensaron. Los médico pueden errar como
cualquier persona, pero cuando conociendo o sospechando de
la gravedad del estado de una niña de dos años se opta por
mirar para otro lado uno no merece que se le llame Doctor,
ni tan siquiera señor o señora.
Ésta ha sido la experiencia que mi familia y yo hemos
sufrido estas Navidades en nuestro flamante Hospital
Universitario. Como consecuencia, y aunque no sea justo
generalizar, hoy confiamos un poco menos en los
profesionales de la medicina.
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