Lo he escrito en varias ocasiones:
Juan Luis Aróstegui lleva muchísimos años viviendo en
un estado de insatisfacción permanente debido al desajuste
entre la alta concepción de sí que tiene y sus condiciones
reales. Padecimiento que un día, de hace ya la tira de
tiempo, descubrí que los psicólogos nominaban como bovarismo
(De Madame Bobary). Tal vez por ello, está afectado
por una neurosis, y al ser dolorosamente consciente de sus
angustias, sus obsesiones y sus fobias, ha decidido hacer
uso de la violencia verbal contra todos los que no le
reconozcan su capacidad política para convertirse en el
líder tan esperado por cuantos padecen hambre y sed de
justicia.
Cuando yo conocí a Aróstegui, disfrazado de Che Guevara,
pensé en que estaba ante un muchacho rebelde, sin más, y
preocupado por su salud… Pero pasaban los días, los meses,
los años y, sin embargo, el muchacho se iba convirtiendo en
una especie de ogro que trataba de atemorizar a todos los
que no le siguieran la corriente. Lo mismo era capaz de
reventar un acto público, que se dirigía a los comerciantes
conminándoles a cerrar sus establecimientos ante cualquier
reivindicación sindicalista; mientras que por otro lado
defendía los intereses particulares de una gran empresa
local, importándole un comino que la ciudad se resintiera de
la competitividad que hubieran podido disfrutar los
ciudadanos con la llegada de otros grandes almacenes.
Llegó un momento en el cual Aróstegui se creyó que era el no
va más. El tío más inteligente de esta tierra. Convencido,
además, de que estaba llamado a ser famoso y rico, por
supuesto que sí. Y gozó, cómo no, de esos diez minutos de
gloria que aprovechó para meter la pata y… lo que no es la
pata.
Pero él, Aróstegui, el muchacho rebelde y preocupado por su
salud, se percató un día de que la gente no le quería. Que
la gente no le votaba. Que la gente votó al GIL. Un GIL que
se hizo con las riendas del periódico añejo (me conozco la
historia al dedillo), mientras ‘El Pueblo de Ceuta’ se ponía
en contra de lo que su editor pensaba que era una amenaza
para su pueblo. Y acertó. Acertó a combatir un error
monumental, cometido por quienes no supieron calibrar el
daño que hacían con semejante decisión. Por más que en una
España democrática los ciudadanos tienen todo el derecho del
mundo a errar y, desde luego, a rectificar.
Me consta que Aróstegui, tras sus rotundos fracasos
electorales, ha tenido que soportar los sarcasmos de sus
amigos (!): duro castigo para quien no ha dejado de vivir
afectado por un bovarismo crónico. Y, claro, le ha salido la
vena de tontiloco, compartida por Mohamed Alí, cada
vez más ávido de notoriedad peligrosa.
Y, como tontiloco, Juan Luis ha conseguido que sus
adversarios ya no se enfaden con el, sino que comiencen a no
tomarle en serio. Y empieza a darse cuenta de que está en el
camino para que a chufla lo tome la gente. Y ha tenido la
infeliz idea de combatir el problema haciendo todo lo
posible para que la ciudad se convierta en un enfrentamiento
entre identidades. Una actitud tan irresponsable cual
peligrosa, la que vienen mostrando quien ya se ha convertido
en el verdadero jefe de la alianza “Caballas”. Y encima,
vaya por Dios, en el periódico añejo lo miran ya con recelo.
Pues alguien así, en Ceuta, no es bueno para nadie. Bueno,
lo es para jugar al abejorro con él. Triste sino el suyo.
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