Nació en 1971. No sé ni la fecha
ni el mes. Así que debe haber cumplido cuarenta años.
Lamento tener que decir la edad de Rabea Mohamed.
Pues siempre he creído que de las mujeres se puede decir
cualquier cosa meno los años que cumplen.
Rabea Mohamed tuvo siempre las ideas muy claras: ella
procede de familia rifeña, berebere, aunque tiene más que
asumido que sus abuelos han nacido en Ceuta. Está casada,
además, con alguien que no pertenece a su etnia. Por lo que
su identidad ha ido asumiendo pertenencias que, sin duda
alguna, la habrán ido enriqueciendo en todos los aspectos.
Rabea Mohamed se distinguió a edad temprana por ser una
luchadora a favor de los más desfavorecidos. Vivía en una
barriada polémica y comenzó muy pronto a ser conocida por su
identidad: mujer española, musulmana y dispuesta a demostrar
que la religión no debe ser motivo de enfrentamientos.
Me imagino que el aprendizaje de Rabea se inició muy pronto,
en la primera infancia. Voluntariamente o no, los suyos le
inculcaron las creencias de la familia, ritos, actitudes,
convenciones, y la lengua materna, claro está, y además
temores, aspiraciones, prejuicios, rencores, junto a
sentimientos tanto de pertenencia como de no pertenencia.
Me imagino a Rabea, con el pelo ensortijado, su tez morena,
y bajita de cuerpo, en el colegio o en la calle de al lado,
doliéndose de las primeras heridas en el amor propio, debido
a que los demás le hacían sentir, con sus palabras o sus
miradas, que era cortita de estatura, de color tirando a
negro, y nada afortunada para abrirse camino en una Ceuta
señorial.
Semejantes heridas, si se produjeron en su día,
humillaciones, burlas, vejaciones por su religión, y otras
cuestiones por el estilo, no se olvidan nunca. Pero en ella,
en Rabea, sirvieron para hacerse a la idea de que para
combatir semejantes oprobios, tenía que ser fuerte y pensar
en que no todos los niños eran iguales.
En aquellos días, que, posiblemente, fueron muy amargos,
Rabea aprendió que odiar no conduce a nada. Que el odio es
tóxico. Y que en esta ciudad se podía vivir siendo ella
quien era. Máxime cuando su identidad estaba repleta de
pertenencias.
Mohamed Rabea, distinguida con el premio María de Eza,
en 2007, siendo presidenta de la Asociación de Mujeres
Vecinales, decidió afiliarse al PP cuando principiaban los
años noventa. Y nunca, que yo sepa, ha dado ningún tipo de
bandazo. Pertenece al Partido Popular como podría haber
pertenecido al Partido Socialista Obrero Español. Por ser
mujer española, musulmana, con derecho a voto y, por
supuesto, porque está legitimada para tomar las decisiones
que ella crea conveniente.
Por lo tanto, no entiendo los ataques que la vicepresidenta
de la Mesa Rectora de la Asamblea, que lo seguirá siendo, ha
recibido por aceptar el cargo de consejera de Bienestar
Social. Un cargo en el que demostrará las cualidades que la
adornan para salir airosa del compromiso que ha adquirido
ante el presidente de la Ciudad: ser prudente, responsable y
hacer del sentido común su mejor arma en el empeño de ayudar
a los más necesitados. Mujeres como Rabea, españolas,
musulmanas y carentes de resentimientos, son las que pueden
-y deben- evitar que esta ciudad se convierta en sitio donde
los cabecillas de la división puedan hacer su agosto.
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