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OPINIÓN - VIERNES, 11 DE FEBRERO DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

Rabea Mohamed
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Nació en 1971. No sé ni la fecha ni el mes. Así que debe haber cumplido cuarenta años. Lamento tener que decir la edad de Rabea Mohamed. Pues siempre he creído que de las mujeres se puede decir cualquier cosa meno los años que cumplen.

Rabea Mohamed tuvo siempre las ideas muy claras: ella procede de familia rifeña, berebere, aunque tiene más que asumido que sus abuelos han nacido en Ceuta. Está casada, además, con alguien que no pertenece a su etnia. Por lo que su identidad ha ido asumiendo pertenencias que, sin duda alguna, la habrán ido enriqueciendo en todos los aspectos.

Rabea Mohamed se distinguió a edad temprana por ser una luchadora a favor de los más desfavorecidos. Vivía en una barriada polémica y comenzó muy pronto a ser conocida por su identidad: mujer española, musulmana y dispuesta a demostrar que la religión no debe ser motivo de enfrentamientos.

Me imagino que el aprendizaje de Rabea se inició muy pronto, en la primera infancia. Voluntariamente o no, los suyos le inculcaron las creencias de la familia, ritos, actitudes, convenciones, y la lengua materna, claro está, y además temores, aspiraciones, prejuicios, rencores, junto a sentimientos tanto de pertenencia como de no pertenencia.

Me imagino a Rabea, con el pelo ensortijado, su tez morena, y bajita de cuerpo, en el colegio o en la calle de al lado, doliéndose de las primeras heridas en el amor propio, debido a que los demás le hacían sentir, con sus palabras o sus miradas, que era cortita de estatura, de color tirando a negro, y nada afortunada para abrirse camino en una Ceuta señorial.

Semejantes heridas, si se produjeron en su día, humillaciones, burlas, vejaciones por su religión, y otras cuestiones por el estilo, no se olvidan nunca. Pero en ella, en Rabea, sirvieron para hacerse a la idea de que para combatir semejantes oprobios, tenía que ser fuerte y pensar en que no todos los niños eran iguales.

En aquellos días, que, posiblemente, fueron muy amargos, Rabea aprendió que odiar no conduce a nada. Que el odio es tóxico. Y que en esta ciudad se podía vivir siendo ella quien era. Máxime cuando su identidad estaba repleta de pertenencias.

Mohamed Rabea, distinguida con el premio María de Eza, en 2007, siendo presidenta de la Asociación de Mujeres Vecinales, decidió afiliarse al PP cuando principiaban los años noventa. Y nunca, que yo sepa, ha dado ningún tipo de bandazo. Pertenece al Partido Popular como podría haber pertenecido al Partido Socialista Obrero Español. Por ser mujer española, musulmana, con derecho a voto y, por supuesto, porque está legitimada para tomar las decisiones que ella crea conveniente.

Por lo tanto, no entiendo los ataques que la vicepresidenta de la Mesa Rectora de la Asamblea, que lo seguirá siendo, ha recibido por aceptar el cargo de consejera de Bienestar Social. Un cargo en el que demostrará las cualidades que la adornan para salir airosa del compromiso que ha adquirido ante el presidente de la Ciudad: ser prudente, responsable y hacer del sentido común su mejor arma en el empeño de ayudar a los más necesitados. Mujeres como Rabea, españolas, musulmanas y carentes de resentimientos, son las que pueden -y deben- evitar que esta ciudad se convierta en sitio donde los cabecillas de la división puedan hacer su agosto.
 

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