Decía yo el martes pasado, que se
viven tiempos revueltos y que los políticos han de
intervenir cuanto antes en los casos de corrupción, mal
endémico de los regímenes dictatoriales y frecuentes ya en
las democracias, para evitar revoluciones a cuyo frente
acaban poniéndose muchedumbres airadas que se sienten
expoliadas y alegan que nunca han sido tenidas en cuenta.
Son los parados, sin duda alguna, clase social cuya amargura
va creciendo en consonancia con el aumento de los escándalos
de corrupción. Cuantos más conocimientos van teniendo los
sin trabajo de cómo se llenan los bolsillos ciertos
políticos, de manera fraudulenta, el recipiente de la bilis
se les va llenando hasta que un buen día se desborda e
inunda cualquier plaza importante de cualquier ciudad del
mundo donde el tirano lleva muchos años haciendo de su capa
un sayo.
Pues bien, siendo peligrosa la corrupción, cáncer de la
democracia la llamaba Garzón, días atrás, no menos
peligroso es hablar generalizando. Es decir, cuando por
comodidad, por sentirnos importantes en cualquier foro, por
creer que nuestras palabras se van a quedar entre las cuatro
paredes donde las expresamos, por error de comprensión,
etc., englobamos bajo el mismo término a las gentes más
distintas y les atribuimos acciones colectivas, opiniones
colectivas: Los serbios han hecho tal cosa…, los ingleses
han hecho la otra…, a los judíos no hay por donde cogerlos…,
los negros han incendiado…, los árabes se niegan… Y, sin
mayores problemas, formulamos juicios como que tal o cual
pueblo es trabajador, hábil o vago, desconfiado o hipócrita,
orgulloso o terco.
A Carolina Pérez, quien hace ya muchos años que me
retiró la palabra, prueba evidente de no quererme bien,
nunca le he descubierto yo el menor asomo de racismo o
xenofobia, y sin embargo, debido a que ha tenido que hablar
en un sitio que le venía ancho –el Senado-, se ha hecho el
harakiri político. Ha cometido un error lamentable, también
por su falta de preparación. Así que le recomiendo que,
cuanto antes, lea “Identidades asesinas”; libro escrito por
Amin Maalouf (Premio Príncipe de España).
Conviene celebrar, sin duda alguna, la rapidez con que
Carolina Pérez ha reconocido que ha metido la pata hasta el
corvejón y lo pronto que ha presentado su dimisión. Otra
manera de actuar, por parte de la señora que dirigía la
consejería de Bienestar Social, hubiera sido tan absurda
cual improcedente. Pues sus declaraciones, reconocidas así
por el presidente de la Ciudad, han sido “desafortunadas y
muy alejadas, por no decir contrarias, a la manera de pensar
y de actuar del Gobierno de la Ciudad”.
Dicho lo que ha ocurrido, debemos recordar que en el seno de
cada comunidad herida aparecen evidentemente cabecillas.
“Airados o calculadores, manejan expresiones extremas que
son un bálsamo para las heridas. La mejor manera de
aprovecharse de un ambiente enrarecido, se ponen a decir que
no hay que mendigar el respeto de los demás, un respeto que
se les debe, sino que hay que imponérselo”. Y prometen
victoria o venganza, inflaman los ánimos y se frotan las
manos pensando en que hasta pueden conseguir réditos
importantes (hay huellas en EMVICESA). O sea, que la
negativa actuación de CP les ha venido que ni pintiparada.
Carolina Pérez ha llegado hasta donde se lo ha permitido su
capacidad política. Lo cual no debe ser motivo para
triturarla.
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