Coincidiendo con la onomástica de
San Valentín, catorce de febrero, deseo hacerme a mí mismo
unas reflexiones y compartirlas con los lectores. Considero
que no debiera ser un día cualquiera esta jornada del año.
Qué menos contar con un día, cada doce meses, para
reflexionar sobre el amor que se quiere dar y vivir.
Ciertamente lo que menos importa es la fecha, pero si
queremos continuar con esta ceremonia tradicional de los
países anglosajones, algo debería cambiar en nosotros. Por
lo pronto, habría que enraizarse con el auténtico vocablo, y
meditar sobre ello. Hasta ahora se ha ido comercializando
por el mundo el festín, en lugar de celebrar su esencialidad
que nada tiene que ver con la compraventa. Evidentemente, el
amor, no se compra ni se vende, se dona. Por eso es tan
importante aprender a amar, más allá de un discurso
moralizante o mercantilista, o de una simple celebración en
la que tampoco prevalece el amor como principio. Lo que más
me interesa es el amor que nos hermana, ese que es un amor
que se construye, que se injerta en la vida, que no
desfallece con la vida, que es fiel a la vida y que no
muere. Para nada me interesa el amor como negocio, suele ser
repetitivo y acaba por morir al día siguiente. Al final, uno
percibe que sólo celebra el amor quien en verdad se ha
enamorado del amor.
Para amar hay que sentir el amor y amar como ama el amor. No
podemos contentarnos con materializar un día, que por
génesis es más poético que mundano, como si fuéramos los
depositarios de los amantes perfectos, sin comprometernos, a
todos los niveles, en un trabajo de mucha generosidad para
ayudar a que el amor llegue a todos los rincones del mundo
y, así, pueda enraizase a toda la humanidad. En el planeta
escasea el amor como jamás. Hay cosas que el dinero no las
puede comprar. Sin embargo, el mundo de la publicidad ofrece
un montón de ideas para hacer regalos como si el ser humano
viviese únicamente de las dádivas. Lo que interesa son las
pruebas de amor, y la prueba de amor no es ninguna tontería,
es una forma de vida muy distinta y distante a la actual que
vivimos. Pondré algunos ejemplos de tantos. Los desheredados
del planeta son fruto del desamor que nos gobierna. La
ascendente violencia de género, bajo sus diversas formas de
violación sexual e incesto, asedio sexual en el trabajo y en
las instituciones de educación, violencia sexual contra
mujeres detenidas o presas, tráfico de mujeres..., todo este
calvario de odios y venganzas, forma también parte de la
semilla despreciativa y de desvalorización de lo femenino y
su subordinación a lo masculino. Los inhumanos que todo lo
confían a la fuerza y a la intimidación, nada construyen,
porque sus semillas son de rencor en lugar de amor. Hasta
los mismos modelos de amor que nos venden como amor, resulta
que tienen que ser productivos, cuando el amor no entiende
de intereses, sino de estima y consideración por su
semejante.
Tenemos que aborrecer todos estos desajustes, que para nada
germinan del amor, sino de la aversión hacia el ser humano.
Todos sabemos hasta qué extremo el testimonio de este día
del amor está diluido por un sentimentalismo vacío,
aburrido, que no valora lo importante que es saber amar para
poder ser amado, que no se afana y desvela más de lo
estrictamente material, cuando el verdadero amor halla en la
felicidad de los que conviven a su lado su propia felicidad.
Precisamente, el tiempo actual está siendo propicio para el
auge de la conflictividad de las parejas, por esa falta de
sentimiento y de conciencia amorosa hacia el otro. Hace
falta, pues, que la sociedad establezca unos valores
prioritarios, como es la voluntad de darse y de
comprometerse sin reserva, de hacer familia y de ser amigos
de la familia. Los amores más grandes, el de la maternidad y
el de la paternidad, se han devaluado tanto en el mundo que,
como propósito de enmienda, deberíamos hacer una
revalorización cultural del término.
Creo que es una buena ocasión esta onomástica de San
Valentín para activar los deseos y la experiencia de amar,
inherente a la capacidad de comprender. La rosa roja que
simboliza el amor exige cuidado a diario. La ternura siempre
nos gana el corazón. En consecuencia, bienvenidas las
auténticas manifestaciones de amor, que conjugan el amor en
todos los tiempos, haciéndolo realidad para todos. Hoy más
que nunca, precisamos sus testimonios ante la crisis de las
relaciones de género en una especie que sólo se sustenta por
el amor y que únicamente se sostiene de amar. Ahí radica el
bienestar, los entrantes del gozo y el cauce de las
alegrías. Ante los falsos valores, sólo el amor verdadero es
un programa de vida gozoso, que da salud al alma. Este amor
sana todas las amarguras. Ya lo dijo el científico alemán
nacionalizado estadounidense, Albert Einstein: “vivimos en
el mundo cuando amamos; sólo una vida vivida para los demás
merece la pena ser vivida”. ¡Cuánta sabiduría encierran
estas palabras! Uno está enamorado de la vida cuando se da
cuenta de que la vida es amor. Uno está enamorado del ser
humano cuando se da cuenta de que un ser humano no es nada
sin el otro. Uno está enamorado del mundo cuando se da
cuenta de que el mundo le considera como persona. Desde
luego, hay que fomentar la ocasión de enamorarse y de
cultivar este níveo amor, que nos engrandece y solidariza,
porque sabe amar sin medida y sabe ser amor sin condiciones.
Os lo aseguro, ningún diamante puede comprar este amor, por
sí mismo ya es flor en inextinguible flor.
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