Una chispa puede prender fuego a
toda la llanura (Mao Zedong). La chispa se produjo en
Túnez y el fuego se propaló a Egipto y las llamas amenazan
con seguir avanzando por el mundo árabe, favorecidas por el
viento de la ira de los más desfavorecidos.
La pobreza extrema y la falta de libertades consiguen que,
quienes las padecen, lleguen a infectarse con el deseo de
derribar el sistema. Ningún país puede permitirse el lujo de
tener millones de parados. La injusticia, la pobreza, la
ignorancia, pueden ser eliminadas mediante la reforma o la
revolución. A los gobiernos corruptos, por más que estén
presididos por dictadores, también les llega el día en el
cual se les sublevan todos aquellos a los que nadie escucha.
Lo que ha sucedido en Túnez y está sucediendo en Egipto no
sólo debe alertar a los dirigentes de países como Siria,
Jordania, Argelia, Territorios palestinos o Marruecos, sino
que ha de ser motivo de reflexión en muchos otros países
donde se exhibe la democracia como un éxito y, sin embargo,
no cesa de aumentar el número de personas que viven en la
indigencia.
En España, por ejemplo, estamos inmersos en una crisis en la
que, de la noche a la mañana, muchas gentes se han
empobrecido hasta extremos de tener que depender de las
ayudas de Cáritas Diocesanas. Los bancos se han quedado con
los pisos de quienes, al perder sus empleos, no pudieron
seguir pagando la hipoteca. Personas que, además, se vieron
obligadas a asumir la deuda contraída.
Mientras el derrumbe de la clase media se ha estado
produciendo -mejor dicho, se está produciendo aún-, la
corrupción política no cesa. Raro es el día en el cual no
leemos que Fulano del Partido Socialista Obrero Español ha
pegado un mangazo o que Mengano del Partido Popular está
involucrado en tal o cual acción de la siempre detestable y
peligrosa corrupción.
La corrupción es el cáncer de la democracia. Y hace posible
que los ciudadanos crean que muchos políticos siguen
convencidos de que no apropiarse de lo ajeno, en tan
favorables circunstancias, más que honradez lo que les puede
proporcionar es fama de tonto. Y, por lo tanto, creen a pie
juntillas que los cargos públicos son casi todos de la misma
condición.
Juan Vivas lleva ya más de una década presidiendo el
Gobierno de Ceuta. Y volverá a ser elegido en las urnas por
mayoría absoluta en las próximas elecciones. Pero antes
habrá de hilar muy fino a la hora de hacer la lista de las
personas que irán con él. Por razones obvias. Y, desde
luego, deberá procurar por todos los medios tener un control
exhaustivo de todos cuantos formen parte del Gobierno, de un
modo o de otro. Se impone, pues, que puedan ser fiscalizados
a cada paso. Con el fin de evitarles las malas tentaciones.
Por culpa de esa condición picaresca que sigue recomendando
a los que ocupan cargos políticos, que sean muy vivos para
forrarse.
De no ser así, es decir, si el presidente se duerme en los
laureles, podría ocurrirle que su dilatada y exitosa vida
pública, hasta el momento, pasara a la posteridad sin pena
ni gloria. Un pecado que ya sabemos de qué modo lo condenó
Dante en la Divina Comedia. Por lo tanto, presidente,
al menor atisbo de corrupción entre los suyos, intervenga
sin remilgos. Pues se viven tiempos revueltos.
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