El jueves tenía previsto quedarme
en casa. Pero cambié de opinión y a las dos de la tarde ya
estaba pegando la hebra en sitio donde me encuentro siempre
muy a gusto. En principio, estuve acompañado por Ramón
Ruiz. Con quien me agrada hablar de cuanto se encarte.
En esta ocasión, él me contó algunas cuestiones personales
que sólo se hablan cuando se está convencido de la confianza
que nos merece quien nos escucha atentamente. A partir de
ahí, dejamos lo trascendente y nos pusimos a charlar de
cosas banales.
De manera que mi estimado Ramón, tan madridista como yo,
tuvo que aguantar pacientemente mis explicaciones sobre la
gran mentira que se han inventado los comentaristas acerca
de las grandes cualidades que adornan a Xabi Alonso;
otro futbolista mimado por la prensa española en general, y
por la madrileña en particular.
A nuestra charla, cuando estábamos a punto de despedirnos,
se sumaron dos militares, que gozan ya de una vida cómoda, y
las anécdotas salieron a relucir y con ellas se hizo
presente el sentido del humor; que es, según tengo
entendido, el recurso supremo de los seres inteligentes.
En plena risa, se me vino a la memoria lo que pensaba
Paul Valéry, gran escritor francés, acusado de ser un
misógino de altos vuelos -misógino, por si alguien no lo
sabe, es quien siente aversión a las mujeres-, de los
hombres que no saben reírse. Y no tuve el menor
inconveniente en parafrasearlo: Los hombres mustios tienen
en general muy pocas ideas.
Uno de los presentes, nada más oírme, recogió el guante y me
respondió: los políticos deberían aprender a reírse de sí
mismos y serían infinitamente mejores y, por tanto, gozarían
del crédito que hace mucho tiempo dejaron de tener. Salvo
honrosas excepciones.
Es verdad, que apenas quedan políticos cuyo magín sea un
incesante surtidor de pensamientos, el acento irónico, la
burla suave y acerada a la vez, la invitación a la risa,
frente a la prepotencia y a la soberbia con que se vienen
mostrando en general, unos y otros; es decir, los que gozan
del poder y los que aspiran a lograrlo.
La risa es una descarga que conviene practicarla cada dos
por tres, a fin de alejar los malos humores propiciados por
los asuntos desagradables a los que hay que enfrentarse cada
día. La jovialidad y la alegría son imprescindibles en la
vida. Y, sin embargo, los políticos siguen empeñados en
aparecer continuamente con el careto de la seriedad más
absurda como prueba de identidad.
Yo no votaría a nadie que cada vez que se pone delante de un
micrófono deja la sensación de estar estreñido. Momento en
el cual conviene reírse de él. Y así lo manifiesto a cada
paso. En Ceuta, cuando se aproxima la campaña electoral, los
hay, me refiero a los políticos, que parecen estar peleados
con el mundo mundial. Porque suelen mostrar unos rostros
duros y unas caras tan largas que deberían evitar al menos
para no echar horas extras afeitándoselas. Son políticos que
andan siempre dispuestos a la gresca, y se atreven a tachar
de descerebrados a los ciudadanos y a cuantos no les votan.
Son criaturas que, debido al mal humor que destilan, son
rechazadas. Aunque siempre les quedará la oportunidad de ser
cancerberos de algo.
|