La vida tiene acordes que debemos
descubrir. Dado que el corazón humano necesita creer en algo
y reflexionar sobre sí mismo, pienso que las religiones
pueden ayudarnos a esa búsqueda del alma de las cosas. Ahora
bien, deberán saber incrustar a los fieles, con la libertad
que generan los vientos del cielo, la armonía creativa y
creadora que nos circunda, porque es muy importante que el
ciudadano se sienta libre, para que pueda reflexionar sin
ataduras, y halle por sí mismo el Olimpo de la belleza de la
que forma parte. Jamás consideré lícito silenciar la voz de
las religiones como tantas veces se pretende ahora. Ha sido,
pues, un acierto la resolución de la Asamblea de Naciones
Unidas, del pasado veinte de octubre, en la que se proclama
la "semana mundial de la armonía interconfesional entre
todas las religiones, confesiones y creencias". Lo más
significativo es que será un evento anual que, a partir de
este año, se celebrará durante la primera semana de febrero,
y que estoy convencido contribuirá a superar tensiones y a
encontrar caminos de luz.
Ha llegado el momento de que la mística de los acordes de la
vida, nos interroguen y nos hagan reflexionar a todos.
Quizás hoy más que nunca sea saludable para el mundo que
todas las religiones dialoguen con todas, que se consideren
sus estéticas y éticas, bajo el espíritu evangelizador que
le sea característico, lo que conlleva un respeto de culto y
de conciencia, nunca de ruptura o desencuentro, sino de
encuentro con la belleza que nos humaniza. Coincidirán
conmigo que las religiones deben ser respuesta y solución,
nunca proposición al odio y problema. Por consiguiente, con
urgencia, porque siguen creciendo las opresiones religiosas,
hay que desenmascarar el mal uso o el uso indebido de la
doctrinas que nada tienen que ver con el espíritu armónico
de las religiones. Las personas, tanto las que se confiesan
creyentes como las no creyentes, no las ponen en movimiento
las ideas, sino los sentimientos. El amor es lo único que
nos armoniza y por lo que vale la pena vivir.
Una cultura de paz germina de la hondura del ser humano, de
las propias convicciones y del respeto a esos
convencimientos religiosos. La vida nos exige compromisos
permanentes de diálogo, respeto y tolerancia. Esta es la
armonía que ha de mover al mundo. Todos nos merecemos el
afecto natural del uno por el otro.
Por cierto, algo que todas las religiones predican.
Iglesias, mezquitas, sinagogas, templos y otros lugares de
culto del mundo, a través de sus líderes, y sobre la base
del amor a Dios y al prójimo, o del amor al bien y al
prójimo, cada uno según sus tradiciones o creencias
religiosas, deben implicarse mucho más para que el abrazo
del entendimiento florezca por siempre en la familia humana.
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