Ya es lo que faltaba, estar
recogiendo a todos aquellos que nos vienen de fuera, incluso
sin papeles, y tener que exportar personas formadas para que
vayan a rendir a Alemania.
Sería la segunda emigración a Europa y más concretamente a
Alemania, pero con la particularidad de que en la primera,
allá por los años 60, la emigración era de personas que no
tenían cualificación alguna y que se iban porque aquí,
tampoco, tenían donde poder trabajar, en lo que fuera.
Si aquella emigración fue dolorosa, esta sería denigrante,
que personas formadas aquí, que hemos colaborado todos los
de dentro para que su formación fuera un hecho y que ahora,
una vez formados, fueran a producir y a enriquecer a otro
país, a uno que es más rico que el nuestro.
Uno no puede creerse que un país, medianamente sensato,
pueda tirar lo que tiene o que se lo dé gratis a los otros,
y si es que fuera cierto un pacto público o secreto con
Alemania, para enviar desde nuestro país trabajadores
cualificados, es que no tendríamos cabeza o es que habríamos
tirado la toalla y estaríamos aceptando ser un país con
personal para la limpieza, con camareros en abundancia y con
nada más.
Conocí desde dentro la emigración de los años 60,
especialmente la de Alemania, donde viví cinco años y lo que
puedo decir de aquella emigración es que quitó el hambre a
muchas familias, pero que la mayor parte de los emigrantes,
al correr el tiempo, se volvieron a España ya con más años,
que se habían ido pobres y volvieron pobres, aunque sin el
hambre de su marcha, y con muchos casos de familias rotas
por la lejanía, de varios años, entre los distintos miembros
de esas familias. El remedio de la emigración no suplió, con
creces, la enfermedad de antes de irse.
Y es que la emigración, para España, significó el alejar
personas jóvenes, en edad de trabajar y producir, con lo que
salió ganando el propio país más que los emigrantes, al
beneficiarse de las remesas de divisas que llegaban todos
los meses.
La emigración benefició a Alemania que se rehizo gracias a
esta mano de obra, no excesivamente cara, una mano de obra
joven que dejó su sudor y su rendimiento en tierras germanas
al no haber tenido la oportunidad de hacer eso mismo aquí.
Y lo lamentable sería que ahora, ya bien entrado el siglo
XXI volviéramos a la misma solución que se dio a mediados
del siglo XX, pero con una particularidad más sangrante,
aun, que enviáramos fuera, para que rindieran allí, a
quienes hemos formado nosotros y a los que ahora no tenemos
donde ocupar.
Y lo que más me molesta de todo esto es que ya se haya
desmentido oficialmente. Digo esto porque la secretaria de
Estado de Empleo ha negado a principios de semana que el
Gobierno vaya a pactar un plan “excepcional” con Alemania
para que trabajadores cualificados vayan a trabajar a aquel
país.
Se niega la cuestión pero luego se hacen ciertas
matizaciones, como la cuadratura del círculo, al añadir que
esta posibilidad se enmarca dentro del programa europeo que
ya existe: EURES.
Al final, la duda se agranda, “no pero sí”, no es cierto
pero “podría ser”. Otra mentira más, desde las esferas
oficiales, algo que no debiera sorprendernos, especialmente,
si echamos la vista hacia atrás y comprobamos las “trolas”
que nos han enviado en multitud de ocasiones ya. Habrá que
esperar.
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