Las inmaculadas paredes del Auditorio de La Manzana, un
imponente hito arquitectónico de hormigón que marca los
latidos del complejo cultural del Revellín, representan un
minimalismo, una sencillez de formas y una economía de
materiales que su autor, Álvaro Siza, logra sin embargo a
partir de un entramado de estudiados detalles. El imponente
edificio de hormigón sin artificios esconde en su sencillez
tanto en el exterior como en su interior, mil matices. De lo
grande, el arquitecto desciende a lo más pequeño sin
solución de continuidad. Exterior e interior se unen en
formasque buscan la luz con la misma intensidad que el
diseño atrapa la funcionalidad. Los escogidos materiales son
tallados con la precisión del viejo alquimista.
Siza ha explicado en sus múltiples visitas de obra a La
Manzana, muchas de estas complejas soluciones que
personalizan su obra y le han convertido en uno de los
arquitectos más prestigiosos del mundo. Ninguna de las
instalaciones, desde las eléctricas, a las de climatización
o iluminación se muestran en las límpidas superficies
diseñadas por el portugués. Todo se pierde en pos de la
búsqueda de las líneas definidas, rectas o curvas, pero
limpias. Siza se detiene en las esquinas, en los pasamanos,
en que sean prácticos para su uso cotidiano y contribuyan
también a crear la atmósfera que busca para sus edificios.
Desde las piedras, sus formas y cortes, su correcta
instalación en obra, a los colores, matizados, los
interruptores, las señalizaciones..., todo guarda un orden,
todo es susceptible de la atención del maestro durante sus
recorridos, en los que supervisa más que acabados, efectos.
“Con otras obras es más fácil, pero esta es muy especial,
muy especial”, explicaba estos días uno de los técnicos que
se afanan en cumplir el programa con la calidad que se exige
en una arquitectura que puede no gustar, pero que empieza a
hacerlo en el momento mismo en que uno se fija en alguno de
sus detalles. Cuando eso ocurre, se cae en la cuenta por
ejemplo, de que hay mármoles cortados como la corteza de un
árbol, para recubrir, en dos mitades, una gruesa columna.
Cada pieza de piedra caliza que reviste el zócalo del
Auditorio y del resto de edificios está cortada a medida,
con modernos programas informáticos, para esta obra, son
exclusivas.
Y como Álvaro Siza construye también con la luz, que reparte
en el interior con la elección del lugar que ocupa cada
vano, el uso del color reviste de igual forma en su obra
ceutí una importancia capital. Una de las cuestiones sobre
las que más ha meditado y probado desde la gestación hasta
la conclusión de La Manzana ha sido en el color de sus
fachadas. “La ciudad es predominantemente blanca, crema”, ha
dicho como explicación de su elección primaria para los
edificios de Ceuta. Pero como ha tenido la oportunidad,
desde que dibujara los primeros esbozos al aire libre,
paseando por los alrededores de lo que entonces era un
solar, de visitar la ciudad en primavera, verano, otoño e
invierno, ha ido ajustando la intensidad de ese blanco a la
intensidad de la luz ceutí. No quiere que el paseante se
deslumbre, quiere que se siente a descansar en una de las
fuentes, también de piedra, con que adornará la plaza.
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