El silencio y la sensación de recogimiento que la
arquitectura de Álvaro Siza proporciona al teatro-auditorio
que ha creado para Ceuta resultan, aún en obras,
sobrecogedores. Mientras las cuadrillas de carpinteros,
albañiles, electricistas... se afanan con un runrún de
cortadoras, lijadoras, pulidoras y otras máquinas en los
acabados de la sala de conciertos, abajo, bajo el escenario
y el patio de butacas, se disfruta de un ambiente de
sencillez y serenidad que uno sólo imagina roto por el
alboroto de los integrantes de un ballet o de una orquesta
en las horas y minutos previos a una actuación.
Un paseo por las tripas de este edificio, obra de uno de los
grandes de la arquitectura contemporánea, amante de la luz y
de los detalles, sirve para descubrirlo como algo más de lo
que parece. El inmueble, que marca como un hito el complejo
de La Manzana del Revellín, es una ciudad: una nueva ciudad
de la cultura dentro de la ciudad, integrado en el corazón
de Ceuta, pero dispuesto para convertirse en un remanso de
paz, un templo, un lugar para las Bellas Artes.
En estos momentos, y cuando faltan apenas 20 días para que
los primeros acordes de música sinfónica suenen en el
escenario, se trabaja en los últimos acabados, a base de
yeso, de la parte superior de la sala. El patio de butacas,
de madera, comienza a tomar un suave color caramelo tras las
primeras capas de barniz, un producto natural del que los
técnicos advierten a pie de obra que no deja el fuerte olor
de los de antaño.
Pero las dimensiones del escenario y del patio de butacas,
con aforo para 620 espectadores, parecen pequeñas en
comparación con lo que el Auditorio “esconde”. Un espacio
diáfano de ensayo espera a los artistas que recalen en Ceuta
para disfrute tanto del público, que con unas instalaciones
de calidad y construidas ex profeso para la música y el
teatro podrán acceder a espectáculos de primer nivel, como
también para los profesionales, que dispondrán de cuidados
lugares en los que ensayar y acomodarse durante las horas
previas y posteriores a su actuación en la ciudad.
Camerinos, una gran sala de sala de ensayos, otra de menor
tamaño pero espaciosa para bailarines con una pared curva
cubierta de espejos, amplios baños y un gran deambulatorio
conforman los espacios interiores del edificio principal. A
ellos se suman otros similares en el anexo, donde está
previsto que se instalen y centralicen todas las áreas y
servicios de la Consejería de Cultura. La Ciudad planea
asimismo que estas dependencias y las situadas en los bajos
del auditorio sirvan además como espacios para la
celebración de congresos, uno de los pilares de la promoción
turística de la ciudad.
Aunque por fuera, en el conjunto de edificios diseñados por
Siza predominan las líneas rectas, hay una pared del
auditorio, la interior, que da a la plaza central, que rompe
esta geometría. La curvatura exterior se reproduce en el
interior de forma sutil. En el Auditorio predominan las
formas sinuosas. En las paredes de la sala se han instalado
paneles especiales de pladur que trazan ondas. El
deambulatorio, que aísla por completo este espacio de las
vibraciones y ruidos del exterior y del aparcamiento
subterráneo, los remates de las escaleras, el mármol cortado
con formas curvas para abrazar las columnas y deslizarse por
los curvilíneos pasillos..., Siza no deja nada a la
improvisación, cada rincón es fruto de un elaborado plan, y
sin embargo, su arquitectura parece fluir. “El techo de esta
sala es como una flor de loto”, apunta en un acertado símil
a los periodistas el técnico que le acompaña. El techo, es
cierto, se abre en varias capas de las que surge la luz,
focos indirectos que crean a su vez una sensación
envolvente. La luz es ese otro gran elemento con el que Siza
construye y que forma parte de la sorpresa final de una obra
que se encuentra en el principio del fin para el que fue
ideada.
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