El origen de muchos ceutíes es
andaluz. Y, sobre todo, gaditano. Me reservo el momento y
los motivos por los que vinieron a afincarse en esta tierra.
Muchas familias, y no creo que deba ser motivo de disgusto
recordarlo, llegaron para estar cerca del patriarca que
tenía que cumplir condena en un presidio.
Un presidio situado en el Monte Hacho. Y si uno ha leído
“Cabo de vara”, escrito por Salvador Tomás, puede
hacerse a la idea de cómo es Ceuta. Ciudad que me cautivó
desde el primer día que la pisé y tomé la decisión de
mezclarme entre su gente.
Hay testigos de que digo verdad. Y voy a dar sus nombres.
Otra cosa es que ellos sean capaces de salir a la palestra
diciendo que yo no miento. Fueron ellos, allá cuando los
años setenta estaban a punto de fenecer, Jesús Cordero
y Ricardo de la Casa. Me reservo el lugar en el cual
les vaticiné que muy pronto vendría a esta tierra para
habitarla y morirme en ella.
Mi vaticinio se cumplió. Y aquí estoy para recordarle a
quienes presa del vértigo, que no es más que una renuncia a
comprender lo que está pasando en el mundo, no hacen sino
cundir sus fobias en artículos que demuestran que han sido
sobrepasados por los tiempos que corren.
Hay personas en esta ciudad que se han encastillado en su
papel de víctimas cuando es sabido que son ricos en dinero
porque sus padres tuvieron la suerte de vivir en una época
en la que se podía dar gato por liebre en cualquier negocio.
Por ejemplo: vendiendo productos de olor que contenían más
alcohol que otra cosa.
No puede negarse que esas personas se sienten efectivamente
expoliadas por el cambio que se ha operado en todos los
aspectos en esta ciudad, ya que han perdido el poder del
ordeno y mando con el que han vivido durante muchos años. O,
al menos, saben que si se pasan de la raya establecida puede
haber alguien que les ponga en su lugar descanso. Así que no
me extraña, en absoluto, que les tengan miedo al futuro, y
al presente, y a los demás.
Ese miedo que vienen demostrando a cada paso, es el miedo de
cuantos creen que esta ciudad debe convertirse en coto
cerrado. En una plaza cerrada a cal y canto. Para disfrute
solamente de los herederos de los que, hasta hace apenas
nada, hicieron de ella una fortaleza en la que los pobres
estaban obligados a transitar por calles distintas a las de
los ricos. Pobres a quienes les era imposible frecuentar los
mismos establecimientos que a la llamada clase distinguida.
Las gentes a las que me refiero, gustan de leer a individuos
que anuncian desde el periódico añejo, que esta ciudad está
llamada a soportar todos los males del universo. Profetizan
que esta ciudad será víctima de todos los ensañamientos
habidos y por haber. Debido a que cuando colocaron bombas en
el Hotel Ulises no se convirtió a Ceuta en una ciudad
cerrada a cal y canto. “En tres palabras: en un paraíso”.
Es verdad que vivimos en un mundo muy complicado, con
vergüenzas que desembocan en desigualdades, en criminales
descarríos, en desesperanzas de poblaciones que sufren
calamidades, y que la amargura está ya primando por doquier.
Pero lo lamentable es que, a estas alturas, un posible rico
nos profetice un cataclismo ceutí, mientras él sigue
viviendo a lo grande y chupando del bote.
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