Una veintena de agentes de la Unidad de Protección y
Respuesta (UPR) junto a varios funcionarios de paisano
volvieron anoche a hacer acto de presencia en un barrio para
solivianto de algunas decenas de elementos a los que les
delata el gesto de sus caras manifestando la desazón por ver
a la Policía en su territorio. “Esto no son capaces de
hacerlo en el centro”, mascullaban. “Sacad, sacad, lo que
les hacen a los niños”, advertían al grupo de periodistas de
EL PUEBLO que se dio cita en el lugar de la acción policial.
Esta nueva fase de la ‘Operación Guadiana’ duró una hora y
media, varias pedradas y varios disparos disuasorios
después.
Realmente a la Policía no se la recibe bien en El Príncipe.
Quien diga lo contrario miente. Con la oscuridad de la noche
sobre las 20:15 horas, una veintena de agentes pertrechados
con equipamiento antidisturbios formaban binomios
(escudo-escopeta) para avanzar desde la calle principal
hacia el zoco y recorrer los estrechos callejones del
alrededor de la plazoleta. Y todo ello en medio de una
evidente tensión entre algunos elementos del barrio. Malas
caras, reproches y muchos comentarios.
Aquí los teléfonos móviles se usan para dar rápidamente el
‘agua’ (avisar). Son momentos complicados. La Policía está,
avanza, pide documentación mientras otros binomios protegen
el perímetro. Otros, de paisano contravigilan.
A pesar de ello no se puede evitar que, probablemente
menores bien azuzados y enseñados, hagan estallar ladrillos
al paso de los policías. El sonido de uno de ellos contra el
suelo a escasos metros llama la atención. Se responde rápido
con una serie de disparos de escopeta cargada con pelotas de
goma, mientras se intenta cercar a los ‘tiradores’. Difícil,
las escaramuzas se diluyen en el enredado urbanismo que se
erige en fortaleza para el mal.
Urbanismo permitido que avanza sin cesar pese a todo lo que
se diga. Un paseo por el barrio sirve para comprobar cómo es
de dinámico el ladrillo y el cemento (imposible que eso
suceda en la calle Real). Un urbanismo que impide el
movimiento de los agentes de Policía como debería, pero que
también impediría el de cualquier respuesta ante una
emergencia grave. Un vecino anciano que lleva viviendo en
una de las casas más antíguas, desde hace 40 años,
sentencia: “No pasa nada porque Dios no quiere”. “Esto está
perdido, no hay respeto en esta juventud”, se lamenta
curiosamente recordando a Franco. Fue Regular, añade con
orgullo.
Mientras tanto, la Policía avanza cuesta abajo dejando a la
espalda la iglesia que custodia al Medinaceli. Abajo en el
zoco, una muchedumbre atiende curiosa y con signos evidente
de contrariedad. Se detesta a la Policia. Afortunadamente
hay vecinos (la amplia mayoría) que no tienen nada que
ocultar y son capaces de aconsejar: “No vayáis por ahí que
acaba de caer una loseta”, nos decía cuando seguíamos los
pasos policiales. “Ellos van con cascos”.
Los callejones son lugares trampa, la Policía lo sabe. Los
tiradores se apostan en las alturas de edificaciones a medio
construir y por encima del foco de la farola. Imposible para
el ojo humano a contraluz. Y empiezan a caer piedras. Los
agentes en posición de cubiertos tratan de averiguar de
dónde provienen. Un grupo sale a buscarlos, pero cuando no
son por los callejones (sólo se cabe de lado), es por la
maleza y las arboledas que protegen otro enjambre de
viviendas y de callejuelas más abajo. Difícil, pero se les
ha visto y se puede reconocer a alguno (casi siempre son los
mismos, o los del entorno).
A las 21:30 horas, el grupo policial recorre sus últimos
metros hasta la zona base, tras el Reina Sofía. Se vuelven a
oir detonaciones. Los agentes que custodían los furgones han
de responder a piedras que han sido lanzadas contra los
vehículos en la explanada. Por arriba tres binomios tratan
de cercarlos... tampoco. Se oyen voces, gritos que adivinan
gargantas de niños.
La Policía se retira finalmente tras una escaramuza a las
21:45 horas. ¿Misión cumplida?: sólo cuarenta minutos más
tarde los bomberos tuvieron que acudir al barrio para
sofocar el fuego de dos colchones. La vida sigue. Mañana
más.
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