El ansia de justicia es un
atributo inherente al alma humana, indispensable para
desarrollar de manera ordenada y satisfactoria la existencia
personal y comunitaria. Este hecho explica que la rebelión
ante la injusticia, en todos sus grados y matices,
constituya un elemento clave en la vertebración y el impulso
de todas las sociedades y civilizaciones a lo largo de la
historia.
He copiado literalmente el primer párrafo del último
artículo que ha escrito, en el periódico añejo, Juan Luis
Aróstegui. Un artículo que es leído por cuatro personas
y un loro. El loro puede ser Iván Chaves; quien
debería medir sus palabras si no quiere encontrarse con una
réplica que si se no produce es porque uno sigue teniendo
cierto respeto a los muertos.
El primer párrafo escrito por Aróstegui, “El ruina”,
apelativo por el que es conocido el hombre que todo lo que
toca lo convierte en boñiga, parece a primera vista el
principio de un mensaje subliminal. El anuncio de algo
sumamente importante por parte de alguien que está
convencido de reunir todas las condiciones para convertirse
en adalid de esta tierra. Pero uno, en cuanto se adentra en
la lectura del artículo –titulado, 20 euros- se da cuenta de
que este pobre hombre delira hasta el extremo de no darse
cuenta de que su insistente demagogia lo ha terminado
convirtiendo en un personaje que suscita cachondeo cada
semana.
Aróstegui, articulista en el periódico añejo, ha pasado de
contarnos que los ceutíes esperan como agua de mayo la
llegada de un líder que asegure a los habitantes de esta
tierra que es capaz de echar a los musulmanes españoles de
aquí, si se le vota, a lamentarse de que un pobre muchacho
no ha podido participar en una carrera organizada por el ICD,
debido a que no puede pagar los 20 euros exigidos por el
organismo deportivo.
Aróstegui, quizá porque está perdiendo la memoria a paso de
legionario, no se acuerda de cuando él fue concejal de
Economía y Hacienda, desde 1988 a 1991, y el entonces
Instituto Municipal de Deportes era una un organismo donde
se cobraban alquileres por el uso de todas las instalaciones
y esos dineros servían para pagar caprichos de ciertos
sujetos.
Aróstegui, olvidadizo él, no se acuerda de cuando en el IMD
se compraban equipaciones deportivas para vestir a niños, y
dado que había mayoría musulmana, hizo todo lo posible para
acabar con lo que él llamó en su momento derroche de dinero
a favor de una causa perdida. Y, cuando se le hablaba de que
las criaturas allí residentes tenían todo el derecho del
mundo a ser tratadas de la misma manera que los cristianos,
solía responder que la barriada de “El Príncipe” sólo estaba
necesitada de la presencia de tanques y cosas por el estilo.
Uno entiende, de verdad de la buena, que este hombre sea
capaz de vender su alma al diablo con tal de conseguir un
escaño para poder participar en los plenos con derecho a que
las trifulcas alcancen categoría de tumultos. Y que se esté
relamiendo de gusto al pensar en que será portada de todos
medios y comidilla de toda la ciudad. Pero, aunque se
saliera con la suya, no dejará de ser el concejal de
Economía y Hacienda, que, durante su mandato, permitió no
sólo que el IMD fuera lo más parecido al patio de Monipodio,
sino que se comprara hasta un barco deportivo, que nunca
estuvo abarloado en los muelles de esta ciudad.
|