T raigo cartas para todos”, responde Mari Carmen. Se las
sabe todas. Si contesta para quién sí y para quién no trae
correspondencia, se la juega a que no le abran la puerta del
portal. No puede entretenerse buscando el modo de entrar en
cada edificio. Sabe que el tiempo es oro por muy lluviosa
que esté la mañana. Aunque no todos le reconozcan el valor
de su trabajo, ella tiene muy claro cuál es su misión: “El
cartero siempre tiene que llegar”.
Son las 7.30 de la mañana en la segunda planta del edificio
de Correos, situado en la plaza de España. Los trabajadores,
ya uniformados, atienden las indicaciones de Jesús Mérida,
el jefe de distribución del servicio postal en Ceuta. Ha
sido cartero durante 17 años y sabe cómo es la plaza en la
que cada mañana se la juega su plantilla. Por delante queda
una jornada larga e intensa, con un trabajo que abarca mucho
más que el de repartir cartas, que es el que conoce el
usuario. “El de cartería es un trabajo duro y
especializado”, explica Mérida.
Mari Carmen hace ya una hora que se despertó, se tomó un
café rápido y se fue a la oficina. Ahora, cuando aún no ha
amanecido en Ceuta, atiende las indicaciones de Jesús, que
habla de notificaciones y peticiones de vacaciones. Después,
empieza la verdadera jornada. La primera parte del trabajo
es colectiva. Una plantilla encabezada por Mérida y seguida
por Mari Ángeles Mares. En las labores administrativas,
Cayetano y Teresa. Y la gran familia de Correos se completa
con un ‘rutero’, la persona encargada de, entre otras
funciones, apoyar la ruta de los carteros, y una treintena
de repartidores. Un equipo competente que forma la plantilla
de Correos. Risas, prisas y eficiencia se dejan entrever en
los paseos que se dan los trabajadores desde los carros
transportadores a los casilleros. Cinco distritos que
equivalen a los códigos postales de Ceuta. Treinta
secciones, cada una de ellas asignada a un repartidor. Pero
a la hora de la primera clasificación general, todo es de
todos y el trabajo en equipo es el que reina. Cartas e
impresos a un lado. Los paquetes ya están separados
previamente. Han recibido de todo, desde una mesilla de
noche hasta una tabla de surf. Los sobres, separados por
tamaño. Cartas locales que serán entregadas en menos de 24
horas. Productos internacionales en el apartado IPC.
Notificaciones, como las de la seguridad social, que no
pueden tardar más de veinte días, incluyendo las posibles
devoluciones. Un ordenado caos que los trabajadores
controlan al milímetro. Cada uno asume su responsabilidad y
pasadas las ocho de la mañana cada carta está ya en su lugar
correspondiente. Comienza entonces el trabajo individual.
Empieza la separación de la mercancía: calle, bloque,
puertas. Mari Carmen está al fondo de la sala con todos sus
sobres sobre la mesa. Hoy no tiene demasiado trabajo: unas
500 cartas. La media diaria oscila entre las 800 y las
1.000. Hay épocas peores, como la Navidad, donde aumenta la
correspondencia, desde envío de dulces hasta los
característicos christmas. Un aumento de trabajo que se
traduce en un plus salarial conocido como ‘la bufanda’.
Otras épocas de gran afluencia son los periodos pre-electorales,
con cartas de admisión masiva enviadas por cada uno de los
partidos políticos a todos los ciudadanos censados en Ceuta.
Además, aunque el auge de internet ha reducido el envío de
misivas, ha aumentado la recepción de paquetes. “La gente
compra por internet de todo”, añade Mérida.
Sección catorce, 500 cartas
La sección de Mari Carmen es la catorce: avenida Otero,
parte del Polígono Virgen de África y avenida de África.
Planea su jornada de trabajo mientras conversa con sus
compañeros: ‘tirar’ es repartir las cartas por secciones;
‘embarriar’, el trabajo posterior, el buzoneo. Organiza muy
bien las notificaciones que tendrá que llevar a cada puerta.
Si un certificado se pierde tendrá que rembolsarlo de su
sueldo. Hoy tiene que entregar 31 notificaciones con su
respectiva recogida de firma. “Si ven que es una multa
-explica Mari Carmen-, te dicen ‘yo no soy ese
destinatario’; si es una subvención, todos la quieren”. Para
evitar esa situación, cada cartero tiene su truco. Su
compañero lleva 32 años trabajando y una vez, al entregar
una notificación para un juicio, le amenazaron con una
navaja. Desde entonces, tapa con un folio sus entregas.
A Mari Carmen, lo que más le gusta repartir son postales:
“Ya no son tan frecuentes y hace ilusión entregarlas, pensar
que vienen de tan lejos. Por eso las cuidamos con especial
esmero”. La postal que más viajó hasta llegar a Ceuta
provenía del Polo Norte.
Antes de irse a desayunar, deja preparada una saca de
alcance. Consiste en una bolsa con más cartas que entregará
a media mañana, cuando haya terminado todas las de la
primera ronda. Juanjo, el rutero, se las acerca a cada
cartero, dejándoselas en los buzones verdes que hay
repartidos por la ciudad y a los que solo tiene acceso el
personal de Correos. El trabajo de Juanjo es, además,
recoger todos los sobres dejados en los buzones amarillos
por los usuarios y entregarlos en la oficina. Antes de
entrar en el circuito de distribución, pasarán un exhaustivo
control.
Son las 8.45 de la mañana y Pepe, el camarero de ‘El Mesón’
ya sabe que Mari Carmen desayuna un cafe con leche y un
pitufo de chóped para coger fuerzas antes de irse a
‘embarriar’. Desayuna con los tres carteros de ‘El
Príncipe’. También a ellos les espera una jornada complicada
entre desordenadas edificaciones en su barriada.
Mari Carmen trabajó como auxiliar de clínica. Pero dejó
aquel empleo para presentarse al examen estatal de Correos.
“De pequeño, uno no piensa que de mayor va a ser cartero”,
comenta. Tiene 48 años y las manos, los hombros y las
piernas se le resienten de vez en cuando a causa del
esfuerzo de trabajar en la calle. Aunque ya está
acostumbrada al trabajo. Lo refleja el que ya haga muchos
años que no sueñe con cartas. “Al principio es el sueño
recurrente de todos, pero cuando uno deja de soñar con
cartas es que ya está tranquilo, que se ha hecho con el
trabajo”, añade. No por esas se ve ni con 65, ni con 67
años, subiendo y bajando quintos pisos sin ascensor para
entregar sobres certificados.
A las nueve vuelve a la oficina. Recoge el descarte (las
cartas que en el reparto general han sido colocadas en
secciones equivocadas) y lo añade a su correspondencia. Con
sus misivas en el carro, en torno a las diez de la mañana,
se echa a la calle. Ella es una de los catorce carteros que
se desplazan en autobús hasta su destino, con un bonobús que
les facilita la empresa. Otros seis hacen el reparto en
moto. Los de zonas cercanas, a pie.
Casas sin buzones
La primera carta de la mañana la entrega en una casa sin
buzón de la avenida África, lo que le supone tener que
contactar con el dueño. Las casas tienen la obligación de
tener un buzón fuera, así como los edificios tienen que
poner sus buzones en su planta baja, numerados de arriba a
abajo y de izquierda a derecha, y a una altura máxima de 170
centímetros. “Pero hay demasiados bloques que no colocan sus
buzones correctamente, lo que dificulta la labor del
cartero”, explica Mérida. “El objetivo de Correos es
entregar lo mejor y lo más rápido posible, pero para ello es
fundamental la mentalización de los usuarios, detalles como
que tengan correctamente sus buzones o exista un apartado
para las devoluciones de cartas”, añade.
La jornada avanza. “Ay, Mari Carmen, estoy malísima”, le
comenta a la cartera una señora mientras le abre la puerta
del portal. A las labores de repartidora, no hay mañana en
la que Mari Carmen no ejerza de psicóloga. De hecho, lo que
más le gusta de su trabajo es el contacto con la gente:
contemplar lo feliz que se ponen algunas personas cuando
reciben la carta de un familiar o cuando llega una misiva
deseada. Aunque también en el contacto con la gente se
esconden los peores tragos: dar disgustos en forma de cartas
o notificaciones. O el peor momento, la carta que llega
cuando ya no hay nadie: “Cuando te enteras de que se murió
la señora del tercero”.
A la salida del portal, una situación frecuente: seguro que
el cartero sabe dónde está ‘X’ calle. La cartero da las
explicaciones y continúa apresurada su camino. Si está
empezando a llover, se aguanta. Frío, temporales o un
intenso calor. No importa, el cartero, como todos esperan,
siempre llega.
Mari Carmen sabe ya a qué telefonillos marcar, quién le
abrirá, quién no, qué hacer en situaciones complicadas, cómo
actuar en cada caso. “El trabajo en la calle lo ejerces con
mucha independencia, y te puedes enfrentar a cualquier
cosa”, explica, y recuerda una anécdota: “Una vez me tiraron
un cubo de agua, pero fue por un descuido de una señora”.
Son cerca de las once cuando termina la primera fase de su
trabajo. Después vendrá la entrega de cartas por centros
públicos como el Ingesa y algunos colegios. Más tarde,
recorrido por el barrio de Manzanera: pisos de cuatro o
cinco plantas sin ascensor. En uno de ellos, la espera
Rosario, “mi señora favorita”, comenta Mari Carmen. Aunque
también hace muy buenas migas con Ana, que siempre le ofrece
un zumo.
A quien no le hace tanta ilusión recibir a la cartero es a
una señora de unos bloques contiguos. En los últimos meses,
no cesa de recibir multas de tráfico a nombre de su hermana,
que ya no vive allí. La cartero se lleva la bronca por
llevar malas noticias. Ya se sabe, siempre hay quien opta
por matar al mensajero. También suelen reñirla por las
cartas que amontonan las empresas fuera de los buzones. A lo
que ella solo puede contestar que dichas cartas no
pertenecen a Correos, sino al servicio postal paralelo,
nacido al amparo de la liberación de los servicios postales.
Pasadas las doce, el chispeo se ha convertido en diluvio.
Mari Carmen se coloca la capucha de su uniforme y unos
pantalones de plástico, y corre. A la vuelta de vacaciones,
siempre pierde algún kilo, pero pronto el cuerpo se
acostumbra y las largas caminatas junto con la constante
subida y bajada de escaleras se convierten en su rutina. Eso
sí, su siesta, mientras en la tele de fondo emiten ‘Amar en
tiempos revueltos’, no se la quita nadie.
La jornada está a punto de acabar. María Jesús es de sus
últimas destinatarias. “A veces, la gente es muy
intransigente cuando el cartero llama, no se dan cuenta de
la función tan importante que hacen”, insta la vecina. A la
13.30, Mari Carmen toma el autobús de vuelta y en pocos
minutos está en las oficinas. Cuando le firman la
liquidación y comprueba que todo está correcto, respira
tranquila. Además de las cartas ordinarias, en esta ocasión,
cierra su jornada con nueve sobres entregados, diez en lista
(certificados que, al no recogerlos nadie, deja un aviso),
cinco devoluciones y nueve depósitos. Los objetivos del día
se han cumplido, aunque sus funciones aún no han terminado.
El camión de reparto llega a las dos de la tarde y el
personal inicia el trabajo conjunto que retomará a la mañana
siguiente. “Lo que los usuarios ven en la calle no es ni la
mitad de todo lo que hace un cartero”, matiza Mérida. Por
los pasillos, aparece el ‘rutero’. Lleva cuarenta años
trabajando. Recuerda la época en la que, a las tres de la
mañana, tenía que subirse en bicicleta al Monte Hacho para
llevar un telegrama urgente. Eran otros tiempos pero la
misma eficacia.
Cerca de las tres, Mari Carmen vuelve a su casa. Está
cansada, pero es una mujer activa y no ha perdido en toda la
mañana ni la energía ni los buenos modos. Seguir la
velocidad de sus pasos, no es tarea fácil.
|