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OPINIÓN - MARTES, 25 DE ENERO DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

Vivas suscitó expectación en la Convención del PP
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Un amigo mío, que se dedicaba a representar artistas y a dar consejos pagados, le dijo un día a una persona que quería ser alcalde de una localidad en la cual mi amigo veraneaba: “Si quiere usted ser alcalde, no pierda el tiempo escribiendo artículos o dando mítines: lo que debe hacer es coger un vídeo y practicar durante horas para aumentar su atractivo televisivo”.

De vivir mi amigo, que era listo, sagaz, avispado, inteligente…, seguramente le habría dicho lo siguiente a Mariano Rajoy, ya que él era muy de derecha: “Don Mariano, por favor, hágame caso y dedíquele muchas horas del día a ensayar maneras para caerle bien a las cámaras de la televisión. Y, a renglón seguido, dado su desparpajo, no hubiera dudado en rematar el comentario:

-Señor Rajoy, por lo que usted más quiera, bien está que sus apariciones en la pantalla no consigan cautivar a nadie, pero procure que entre los suyos no cunda el desánimo que les produce verle tan carente de tirón emotivo e intensidad retórica.

Y, desde luego, en vista de que mi amigo era un taurino con estupendo historial, se habría expresado así: “Don Mariano de mi vida, siéntase torero y venda la faena. Intente darle importancia a lo que está haciendo. Adórnese en los medios y ande con garbo por el albero de los platós.

Javier Arenas es muy táurico. Y, por tanto, sabe de lo que yo estoy hablando. Prueba de ello es que le preparó a Rajoy un escenario ideal; un coso que ni pintiparado para que el actuante pudiera lucir su esplendor en una plaza difícil, aunque actualmente con todo a su favor, para que obtuviera los máximos trofeos.

La Convención celebrada en Sevilla por el PP ha sido una fiesta de la euforia. La fiesta adecuada a la exaltación de una persona que muy pronto está llamada a ser presidente del Gobierno de España. La fiesta en la que hasta los más detractores de Rajoy, dentro de su propio partido, han tratado de honrarle y glorificarle. Y lo hicieron sin escatimar ovaciones clamorosas y peticiones de apéndices para quien muy pronto será primer espada del próximo Gobierno de España. Y es que el poder, amén de ser afrodisiaco, es bálsamo capaz de hacer posible los cambios de opiniones y de chaqueta, con una facilidad pasmosa.

La misma facilidad que tuvo Juan Vivas en esa Convención sevillana para ser el centro de todas las miradas de los barones populares. Ávidos de saber qué hace este hombre para lograr mayorías absolutas con faenas cortitas y medias lagartijera en el hoyo de las agujas de las urnas.

Sigo repasando los daguerrotipos publicados de la Convención sevillana y me voy percatando cada vez más de la admiración que suscita el presidente de Ceuta entre sus compañeros de partido. Observo cómo Esperanza Aguirre, que tampoco es manca a la hora de ganarse el favor de los votantes, le mira entusiasmada; de qué manera Alberto Núñez Feijóo parece preguntarle dónde está la clave de sus éxitos; el asombro que muestra Basagoiti ante la presencia del personaje. Y, por encima de todo, comprendo que Javier Arenas sea el encargado de jalear a su manera los triunfos de Vivas como algo suyo. Y es que, como ya he dicho antes, los éxitos tienen muchos padres mientras los fracasos son huérfanos.

El carisma de Vivas es el que le falta a Rajoy. Rajoy será un presidente sin carisma. Pero a lo mejor es lo que España necesita.
 

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