Un amigo mío, que se dedicaba a
representar artistas y a dar consejos pagados, le dijo un
día a una persona que quería ser alcalde de una localidad en
la cual mi amigo veraneaba: “Si quiere usted ser alcalde, no
pierda el tiempo escribiendo artículos o dando mítines: lo
que debe hacer es coger un vídeo y practicar durante horas
para aumentar su atractivo televisivo”.
De vivir mi amigo, que era listo, sagaz, avispado,
inteligente…, seguramente le habría dicho lo siguiente a
Mariano Rajoy, ya que él era muy de derecha: “Don
Mariano, por favor, hágame caso y dedíquele muchas horas del
día a ensayar maneras para caerle bien a las cámaras de la
televisión. Y, a renglón seguido, dado su desparpajo, no
hubiera dudado en rematar el comentario:
-Señor Rajoy, por lo que usted más quiera, bien está que sus
apariciones en la pantalla no consigan cautivar a nadie,
pero procure que entre los suyos no cunda el desánimo que
les produce verle tan carente de tirón emotivo e intensidad
retórica.
Y, desde luego, en vista de que mi amigo era un taurino con
estupendo historial, se habría expresado así: “Don Mariano
de mi vida, siéntase torero y venda la faena. Intente darle
importancia a lo que está haciendo. Adórnese en los medios y
ande con garbo por el albero de los platós.
Javier Arenas es muy táurico. Y, por tanto, sabe de
lo que yo estoy hablando. Prueba de ello es que le preparó a
Rajoy un escenario ideal; un coso que ni pintiparado para
que el actuante pudiera lucir su esplendor en una plaza
difícil, aunque actualmente con todo a su favor, para que
obtuviera los máximos trofeos.
La Convención celebrada en Sevilla por el PP ha sido una
fiesta de la euforia. La fiesta adecuada a la exaltación de
una persona que muy pronto está llamada a ser presidente del
Gobierno de España. La fiesta en la que hasta los más
detractores de Rajoy, dentro de su propio partido, han
tratado de honrarle y glorificarle. Y lo hicieron sin
escatimar ovaciones clamorosas y peticiones de apéndices
para quien muy pronto será primer espada del próximo
Gobierno de España. Y es que el poder, amén de ser
afrodisiaco, es bálsamo capaz de hacer posible los cambios
de opiniones y de chaqueta, con una facilidad pasmosa.
La misma facilidad que tuvo Juan Vivas en esa
Convención sevillana para ser el centro de todas las miradas
de los barones populares. Ávidos de saber qué hace este
hombre para lograr mayorías absolutas con faenas cortitas y
medias lagartijera en el hoyo de las agujas de las urnas.
Sigo repasando los daguerrotipos publicados de la Convención
sevillana y me voy percatando cada vez más de la admiración
que suscita el presidente de Ceuta entre sus compañeros de
partido. Observo cómo Esperanza Aguirre, que tampoco
es manca a la hora de ganarse el favor de los votantes, le
mira entusiasmada; de qué manera Alberto Núñez Feijóo
parece preguntarle dónde está la clave de sus éxitos; el
asombro que muestra Basagoiti ante la presencia del
personaje. Y, por encima de todo, comprendo que Javier
Arenas sea el encargado de jalear a su manera los
triunfos de Vivas como algo suyo. Y es que, como ya he dicho
antes, los éxitos tienen muchos padres mientras los fracasos
son huérfanos.
El carisma de Vivas es el que le falta a Rajoy. Rajoy será
un presidente sin carisma. Pero a lo mejor es lo que España
necesita.
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