Como lo oyen. Tal día como hoy, mi
ultracarismática amiga, la coleccionista de arte y directora
de museo Carmina Maceín y servidora tendríamos que estar en
el Bajo Ampurdan, en la masía de Eduardo Punset en Fonteta.
Así habíamos convenido y acordado con el abogado del
profesor que es Trías del despacho Cuatrecasas de Barcelona.
Soportes de metacrilato para la obra de Picasso, Dalí, Miró,
Saura, Rosselló y la gloria bendita que guarda mi amiga tras
una vida entera dedicada al arte. Las paredes de piedra de
los salones abovedados eran intocables, de ahí los
caballetes de metacrilato para sostener la obra museística.
Todo muy aéreo. Y supongo que gélido porque, cuando
estuvimos en primavera invitadas por Punset allí, con tanta
bóveda y tanto suelo de piedra de la Edad Media la
temperatura era de cinco grados menos que en el exterior.
¡Un frío!.
De mascota de la fundación el leal Darwin, multirretratada
mascota del profesor. Bajo los tilos centenarios, donde se
merienda, una escultura espectacular y otras adornando el
paseo de cipreses que entra hasta la fuente. Aunque ese
trayecto era para los visitantes porque el resto entramos
por la parte de atrás que da a la cocina y al porche
acristalado donde se almuerza . ¡El frío que estaríamos
pasando con el montaje del museo de arte y pensamiento!.
Desventajas que nos ahorraron a todos, porque, ya enjaretado
el proyecto y Carmina diseñando marcos maravillosos para la
obra, la señora de Punset vendió Fonteta. Me lo avisó
Esther, la secretaria del profesor y luego él a Carmina.
“¡Pero Eduardo, tu despacho!”. Porque si existía una
estancia mágica en aquel lugar mágico era el
despacho-laboratorio de ideas del anciano profesor. Allí
ponía en marcha su cerebro privilegiado y guardaba toda una
vida en las paredes y en las estanterías. Una habitación de
piedra a la que se accedía desde el gabinete de Punset. En
el centro una mesa de trabajo de alta época, patinada por
los siglos, con el ordenador, libros, manuscritos y
documentos. A la izquierda la chimenea horadada en el muro
desde el siglo XIV, frente a la mesa un ventanal abierto al
Ampurdán y a la derecha una puerta por la que se salía a la
balconada, piedra y plantas trepadoras, copas de tilos y los
Pirineos al fondo. Carmina y yo comentamos que, si un pintor
tenía que retratar el corazón de Eduardo Punset sería el
retrato de su despacho, siempre que fuera capaz de captar y
plasmar el perfume del corazón de la piedra fría y del campo
exterior. ¿Pena? Inmensa. Cosas de familia. La masía
maravillosa estaba a nombre de su esposa francesa y decidió
venderla porque ella vive en Madrid, en la calle Españoleto
y tiene su pizzería que se llama Nabucco en la calle
Hortaleza. ¿Cómo se le quedaría al profesor el corazón
viendo finiquitado su proyecto de museo en su Fonteta? Yo no
le pienso preguntar, pero pienso que mal. Y triste.
¿Y donde estarán Darwin y el otro perro negro y pulgoso?
Carmina ofreció hospedaje a los dos canes en su museo de
Tánger, pero esas mascotas eran de Fonteta y de paseos por
el Ampurdán acompañando a su amo. ¡Que lástima!. El profesor
quiere continuar con el proyecto en otro lugar, habían
hablado de Valencia, pero no es Fonteta…
¡Las vueltas que da la vida! De helarnos mi sabia amiga y yo
en Gerona, allá donde Cristo pegó las tres voces, a verme
con el Mediterráneo ceutí entrando por mi ventana y con la
levantera zarandeando el universo. De la lluvia del Ampurdán
a la lluvia del sur de España y de pasear con Darwin
(especialista en colarse en las cocinas para hurtar espetet)
a observar con envidia a los dueños de las mascotas de
Ceuta. Yo aquí no tengo a mi mascota. Ni iba a tenerla en
Gerona pero pensaba ejercer con Darwin y con su compañero
pulgoso.
¿Qué quieren que les diga? Sí, sé lo que voy a responder,
como dirían los judíos: “Será para bien”.
|