A medida que se acercan las
elecciones crece el deseo de hacerse notar de los políticos
para ganarse la simpatía de los votantes. Cada cual, con o
sin asesor de imagen, trata de agradar sacando a relucir lo
que considera sus mejores armas.
Es indudable que la televisión ofrece las mejores
oportunidades para que los candidatos traspasen los hogares
y se adueñen de la voluntad de quienes no entienden de
ideologías y se dejan llevar solamente por la impresión
física que les puedan causar los que aspiran a convertirse
en ganadores.
A pesar de los años transcurridos, algo más de medio siglo,
uno recuerda perfectamente cómo la figura de John
Fitzgerald Kennedy, a quien las cámaras le rendían
honores, dejaba en la estacada a un Richard Nixon que
sufría el desgaste enorme de un medio que cuando la toma con
alguien no duda en arruinarle la existencia.
La televisión de aquellos entonces, sin duda, influyó
decisivamente en la victoria de un Kennedy que luego se
marcó un discurso que, de vez en cuando, me gusta leer para
recordar algunos de sus mensajes: “Si una sociedad libre no
puede ayudar a los muchos que son pobres, no podrá salvar a
los pocos que son ricos”. “Tratemos ambas partes de invocar
las maravillas de la ciencia, en lugar de sus terrores”.
Kennedy era un personaje espectacular ante las cámaras y,
sin embargo, en la calle era bien distinto: no era un
político al uso. En principio porque detestaba lo de ir
saludando a cuantos les salían al paso y, desde luego,
porque pocas veces se le vio besuqueando a los niños ni,
mucho menos, cogiéndolos en sus brazos. ¡Pobrecitos niños…!
Qué culpa tendrán las criaturas de que haya políticos
dispuestos siempre a aprovecharse de su presencia para
simular una ternura de la que han carecido hasta sus hijos.
Lo escrito se me ha venido a la memoria en cuanto he leído
lo que les ha dicho Mariano Rajoy a los jóvenes del PP, en
la Convención que este partido ha celebrado en Sevilla, en
relación con su hijo. Se ha expresado así: “Llamarse
Mariano Rajoy para un niño de once años es complicado y
posiblemente lo será más en el futuro”, en referencia a su
hijo mayor.
La verdad es que, por más que trato de estrujarme las
meninges, no entiendo la razón que habrá tenido MR para
poner como ejemplo a su hijo y hacer creer que éste sufrirá
durante toda su vida por el hecho de serlo. Y, mucho menos,
que semejante pensamiento lo haya aireado a los cuatro
vientos. Y es que sus palabras dejan entrever un exceso de
vanidad que no se le suponía hasta ahora a quien está
llamado a ser el futuro presidente del Gobierno de España.
El hijo de Rajoy está expuesto a los peligros en la misma
medida que los hijos de quienes no han tenido nunca la
oportunidad de salir ni siquiera en los periódicos. Aunque
el hijo de Rajoy, como los hijos de otras muchas personas
destacadas de la vida pública, encontrará empleo con mucha
más facilidad que los pertenecientes a padres que no son
conocidos más que en el bar de la esquina de su casa.
En lo tocante a las elecciones que habrá en mayo, en Ceuta,
espero que los políticos dejen de hablarnos de sus hijos y
se abstengan de dar el cante besuqueando a niños de otros
por doquier. Una mala costumbre que conviene erradicar.
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