No se trata de un juego para niños. Esa es la primera
apreciación que hace cualquier aficionado al aeromodelismo,
una actividad que está federada dentro de los deportes
aéreos, y que en la ciudad cuenta con más de cincuenta
socios, que se agrupan en el Club de Aeromodelismo y
Radiocontrol de Ceuta (www.aeroceutarc.com).
Su presidente, Antonio Pérez Gómez, es aficionado desde los
diez años, desde un día en el que vio a un grupo de personas
en la explanada de La Marina entrenar en la modalidad de
vuelos circulares. Se acercó a ellos a informarse y le
remitieron a un curso que la ciudad daba sobre el tema.
Corrían los años de la transición. Allí se asentaron las
raíces de un grupo de jóvenes con una pasión común. Los
mismos que años más tarde, en la década de los 90,
decidieron inscribirse como club.
Desde entonces, se juntan cada fin de semana, cada festivo,
en vacaciones... Cualquier rato se les queda corto. Se
reúnen en la pista ‘Loma de las Arvejas’, en el monte de
García Aldave porque carecen de un espacio adaptado. “Hemos
pedido varias veces a los organismos competentes que nos
acoten una zona. Sería muy sencillo: un poco de césped o de
asfalto, unas mesas... Pero no nos hacen caso, y es el único
deporte en Ceuta que no cuenta con unas instalaciones”,
protesta Pérez, ”además, es peligroso no tener una zona
habilitada porque donde ahora estamos puede pasar cualquiera
y si un avión pierde el control, podría caerse sobre
alguien”.
El aeromodelismo consiste en diseñar, construir y hacer
volar aviones a escala pequeña. Algunos prefieren el momento
del vuelto -hay incluso especialistas en acrobacias en el
aire-, otros se decantan por el modelismo. Aunque, según
preferencias, algunos optan por comprar un avión más o menos
construido y montarlo, y están los que prefieren diseñar su
propio avión comprando las maderas, atendiendo a planos y
cuidando hasta el último detalle.
Aviones, pero también helicópteros. O la última modalidad:
el FPV, una técnica de vuelo virtual, en la que el avión
lleva incorporado una videocámara. El aficionado se coloca
unas gafas y desde su posición puede observar todo lo que el
avión va grabando. Es como si el piloto tuviese la misma
perspectiva visual que si estuviera dentro del aeromodelo.
“Un avión tiene un coste en torno a los 250 euros”, explica
Pérez, “pero una vez comprado es un deporte con poco gasto.
Aunque si el motor se rompe, uno nuevo puede costar sobre 80
euros”. En Ceuta existe una tienda en la calle Dueñas donde
comprar los materiales necesarios. Además, desde el club dan
a los usuarios toda la información que necesiten, se reúnen
los fines de semana, participan en competiciones nacionales
y en ligas locales (para las que reciben subvenciones del
Instituto Ceutí de Deporte), hacen encuentros familiares,
organizan yinkanas y forman a los aficionados.
“Aunque no es necesario ser socio para solicitar ayuda”,
explica Hoyos, uno de los aficionados integrantes del club,
“lo importante es que quien quiera volar, no lo haga solo la
primera vez, tenga un ‘hermano mayor’ que le enseñe, le
guíe”.
A él le gustaban los aviones desde que tenía 17 años, pero
hasta los 41 no encontró un hueco para desarrollar su
afición. El ‘culpable’ fue su suegro: se había comprado un
avión y lo había dejado en una estantería. Un día se lo
prestó a él, ya no volvió a soltarlo.
Es un deporte para todas las edades y sexo, aunque en Ceuta,
entre los más de cincuenta socios solo haya una mujer. “Lo
básico es la precisión”, puntualiza Hoyos. “Uno puede
empezar a entrenar en el ordenador con simuladores de vuelo
con los que se gana destreza, después uno aprende volando
los aviones”, añade.
“No somos los de los ‘avioncitos’ como nos dice la gente”,
concluye, “esta es una actividad que produce mucha emoción,
te da adrenalina pero sin riesgo físico para ti... Es como
ir en un coche a 80 kilómetros por hora, pero sin frenos ni
embrague”.
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