Es en lo que se ha convertido o
quieren convertir la Cámara Alta o Senado, de nuestro país,
en una especie de circo, con el más difícil, todavía,
promovido por el desconocimiento y la memez de lo que
representan las lenguas, en el ámbito cultural de un Estado.
Es vergonzoso que los señores senadores, tanto ellos como
ellas, en vez de dedicarse a trabajar, en vez de estar
preocupados por estar, cuando tienen que estar, en lo que
debería ser, pero no es, su ocupación, a partir de ahora
estén ocupados, especialmente, en ver si funciona el
pinganillo, para enterarse de lo que están diciendo, desde
la tribuna, si es que hay alguien que sea capaz de decir
algo positivo.
De todas formas, aunque alguno no se entere, que muchos no
se enteran de nada, tampoco pasa nada y, además, se evitará
oír tantas sandeces, como de ordinario, a instancias de los
partidos, se dicen allí.
Esto puede significar el comenzar a firmar la partida de
defunción, a corto plazo, del Senado que, si en su día, tuvo
razón de ser, hoy, y desde hace ya muchos años, está a punto
de “echar el cierre por derribo” o de convertirse, si acaso,
en una cámara para abordar asuntos autonómicos y muy poquito
más.
Los nacionalistas, también, con esto quieren ir aportando,
cada día más, sus reivindicaciones y ahora han entrado en el
terreno lingüístico, para que no se les quede nada fuera de
sus pretensiones.
Lo que no saben la mayor parte de los que componen el Senado
es que una lengua aporta aspectos culturales especiales, que
es necesario mantener, pero una lengua nunca debe ser un
elemento distorsionador, más bien es lo contrario,
culturalmente hablando, pero estas “mamarrachadas” lo que
están haciendo es convertir esas lenguas en elementos
separadores y, simplemente, diferenciadores.
En nuestro país, además de la lengua española hay otras
lenguas. Yo digo lengua española y no castellana, porque es
la lengua oficial de todos los españoles y no se puede
admitir que a un organismo oficial de todo el Estado se le
hurte el deber de hablar en la lengua que todos sus
componentes deben y tienen que conocer.
Además del español hay otras lenguas como el catalán, el
gallego o el euskera y creo que todas ellas deben ser
defendidas y protegidas, pero nunca se tendrán que poner o
imponer sobre la lengua oficial de todos los españoles, y en
una institución a nivel de todo el Estado, mucho menos.
No voy a entrar en el capítulo del coste que acarrea todo
esto, ello, en estos momentos, no es lo que más importa, lo
que tiene, de verdad, importancia es que una lengua
cooficial, en un determinado lugar, se imponga en todo un
Senado, sin que la conozcan todos los componentes de esa
institución. Y es que los senadores no tienen el deber de
conocer el catalán, el euskera o el gallego, pero sí el
español.
Si no fuera porque se me podrían querellar los payasos de
cualquier circo, incluso de los baratos, estaría tentado a
decir que al Senado entró el circo y los “payasos”
desconocían la lengua en la que iban a contar los chistes de
esa sesión.
Y por cierto, ni los que más defienden la utilización de
alguna, de esas lenguas, conoce la que dice que es suya, con
lo que alguien al que se suponía hablante del euskera se vio
negro para dirigirse en su lengua, a quienes trataban de
oírlo.
A partir de aquí, lenguas cooficiales, sí, en su sitio, pero
en los organismos oficiales del Estado, una sola lengua la
de todos los españoles, la que tenemos el deber de conocer,
hablar y entender, y más los propios senadores.
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